nórdicos
Local de IKEA en Renton, Washington, EEUU / flickr.com

Los países nórdicos suelen ser vistos en Argentina como sinónimo de prosperidad y modernidad. «Esto no es Suecia», es una respuesta típica ante una propuesta considerada demasiado avanzada para nuestro país. Facundo Manes renovó la consigna hace unas semanas: «No podemos importar noruegos». Era una réplica a las críticas por haber sumado a Jesús Cariglino, exintendente de Malvinas Argentinas, como candidato a diputado en su lista. Más allá de la exaltación de la cultura nórdica, y lo que esto dice sobre cómo vemos a la propia sociedad argentina, ¿podemos aprender algo de estos países?

Más allá de las diferencias evidentes entre Suecia, Finlandia y Argentina, hay condiciones importantes que comparten. Y que son determinantes a la hora de pensar el desarrollo industrial de un país. Por eso vale la pena analizar los modelos de desarrollo de estos dos países.

En primer lugar, los tres tienen pocos habitantes con relación a su territorio, salvo en zonas puntuales que están densamente pobladas. Por otro lado, los trabajadores de los países nórdicos tiene buenas condiciones de vida en promedio, acorde con los estándares del Estado de bienestar. Si bien esto no se cumple en Argentina, sí existe una expectativa de las clases trabajadoras de acceder a estos niveles de vida. Es decir: es inviable implementar en Argentina un modelo de desarrollo basado en mano de obra barata, como sí hizo China. Por último, tanto Suecia y Finlandia como Argentina son países relevantes a nivel regional, pero pequeños a escala global. Pueden influir en su entorno, pero no incidir en la agenda internacional en forma agresiva.

Daniel Schteingart define a Finlandia y a Suecia como innovadores industriales, es decir países que tienen niveles elevados de exportaciones de media y alta tecnología, combinados con una fuerte presencia de capacidades tecnológicas. Este modelo se traduce en un Índice de Desarrollo Humano muy alto. ¿En qué se basa el éxito económico de estos dos países?

Lo explico con el ejemplo de dos empresas emblemáticas: IKEA y Wärtsilä.

Producción flexible e internacionalización

IKEA es una multinacional de origen sueco que se dedica a la producción de muebles, la decoración y los artículos para el hogar. Inició sus operaciones en 1943 y comenzó a internacionalizarse en los sesenta. Hoy está presente en 49 países de Asia, América del Norte, Oceanía y, principalmente, Europa. El viejo continente es la base de sus operaciones: allí tiene 249 de sus 330 locales en el mundo, realiza el 69% de las ventas y concentra el 60% de la producción. Parte del éxito de IKEA está en su estrategia de marketing, que vende «un estilo de vida», pero el factor clave está en su modelo industrial.

La compañía sueca aprovechó las oportunidades que detectó en Europa, a pesar de los salarios elevados que se pagan en estos países. IKEA enfocó su atención hacia las regiones que no habían experimentado un proceso completo de industrialización pero disponían de una red de infraestructura importante, lo que brindaba ventajas logísticas: es lo que el geógrafo Paul Knox llama «regiones de producción flexible». Entre ellas están Portugal, Eslovaquia y Hungría. IKEA elije este tipo de locaciones para instalar las plantas propias o para contratar a sus proveedores.

El mayor costo salarial de los países europeos es compensado con la proximidad al principal mercado.  Esto no solo permite un abaratamiento del flete, sino una mayor flexibilidad en las líneas de producción. IKEA trabaja con insumos reciclados, algo que puede manejar de manera más eficiente en Europa gracias a las redes logísticas y la cercanía. El reciclaje sirve como indicador de que la empresa se toma muy seriamente los procesos de cuidado ambientales y, al mismo tiempo, reduce los costos de las materias primas.

El segundo ejemplo es Wärtsilä, una empresa finlandesa que nació en 1834 como un aserradero y fue adquiriendo de a poco nuevas capacidades. En 1907 se expandió hacia la metalurgia y en 1935 comenzó a comprar otras compañías que se dedicaban a la fabricación de puentes y maquinarias, también adquirió astilleros. Un giro clave fue en 1932, cuando logró producir bajo licencia un motor de Friedrich Krupp Germania Werft AG. En 1953 decidió fabricar motores con diseño propio: seis años después produjo el Wärtsilä Vasa 14 de tres Cilindros. En 1985 adquirió el 51% de la firma NOHAB diesel business, de Suecia. Inició así la etapa de internacionalización.

Wärtsilä demostró que podía competir contra empresas de peso de Francia, Alemania y EEUU. Se especializó en un nicho, el de motores navales de velocidad media. Actualmente representa el 47% del mercado, por delante de MAN (23%) y Caterpillar (10%).

Una clave del modelo de Wärtsilä es la vocación exportadora. El 33% de sus ventas se concentran en Europa y el 34% tiene como destino Asia, que ya es el principal hub naval del mundo. La estrategia agresiva de internacionalización llevó lo llevó a abrir sedes en Brasil, EEUU, India, Singapur y China.

Desde que decidió expandir sus actividades, Wärtsilä nunca dejó de replantear sus objetivos y crecer. En los últimos años comenzó a diversificarse hacia el rubro energético.

Los desafíos de Argentina

La base del éxito en los dos casos estuvo asociada al agregado de valor en cada etapa de la producción, desde el marketing hasta la posventa. También a la inversión en investigación y desarrollo. Un tercer punto importante fue la integración en las cadenas globales de valor, la identificación de nichos de mercado y la apuesta por la internacionalización.

Una de las mayores diferencias entre Argentina y los países nórdicos es el proceso de retroceso social que el país sufrió en las últimas décadas. Un fenómeno que se ve con claridad en la fuerte suba de la pobreza y en la expulsión hacia el exterior de buena parte de las personas más calificadas. La situación se agrava por las falencias del sistema educativo, en especial en términos de calidad y formación para la empleabilidad. El deterioro de la educación empeoró como consecuencia de la pandemia, lo que anticipa un aumento en la brecha con los países nórdicos, que están a la vanguardia en materia educativa.

Los casos de IKEA y Wärtsilä muestran cómo dos empresas industriales pudieron implementar modelos de negocio exitosos, competir e internacionalizarse a pesar de que sus países de origen no tenían ventajas comparativas en materia de costos laborales. Y sin apelar al proteccionismo como principal herramienta para el progreso. Argentina debería tomar nota de estas experiencias.