El Horno o las Tortas: Argentina ante la Oportunidad Geopolítica del Siglo XXI

La rivalidad entre Washington y Beijing obliga a las potencias a invertir en la economía real. Para Argentina, la lección histórica de Frondizi es clara: usar esta oportunidad única para construir una estructura productiva duradera, no para aceptar parches financieros de corto plazo

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La disputa hegemónica entre Estados Unidos y China por la influencia global ha empujado a ambas potencias a adoptar estrategias que, por distintas razones, pueden ser oportunidades de inversiones para los países de la región similar a la que vislumbró el presidente Arturo Frondizi en los años 60. El desafío actual no es simplemente atraer prestamos o inversiones hacia sectores extractivistas, sino tener un programa de desarrollo propio y orientar esos fondos hacia una transformación productiva duradera.

El desarrollo nacional es, en última instancia, el mejor interés no solo para Argentina, sino también para cualquier potencia mundial que necesite aliados democráticos y económicamente sólidos en la región pues como Frondizi le explicó al presidente Kennedy: “No hay que olvidar que el progreso económico trae aparejado el bienestar social y los dos combinados son la mejor garantía para la estabilidad político-institucional”.

La Lección de Palm Beach: El Horno vs. Las Tortas

La Alianza para el Progreso (APP), lanzada por John F. Kennedy en 1961, fue una ambiciosa respuesta al temor que generaba la Revolución Cubana en Washington. Buscaba demostrar que el desarrollo y la justicia social eran compatibles con la democracia y el capitalismo, conteniendo así el avance del comunismo. El programa, con una inversión proyectada de 20.000 millones de dólares, apuntaba a reformas estructurales y a atacar las «causas de raíz» del descontento social: pobreza, falta de vivienda, salud y educación.

Sin embargo, en aquel memorable encuentro de navidad en Palm Beach, Frondizi advirtió a Kennedy que el énfasis de la Alianza en financiar proyectos eminentemente sociales —hospitales, escuelas, viviendas— era un error estratégico. Calificó este enfoque como un intento de «hacer peronismo a escala americana»: una política de distribución de riqueza que, si bien generaba bienestar a corto plazo, no invertía en la infraestructura y la industria pesada necesarias para sostener esa prosperidad.

Para ilustrar su visión Frondizi utilizó una analogía memorable: “Cuando se dispone de fondos limitados, hay que pensar qué es mejor: ¿comprar tortas para repartir o fabricar un horno que permita cocinar cuantas tortas sean necesarias?”.

La conclusión era inequívoca. El gobierno peronista había gastado los recursos en «tortas» y, cuando se acabaron, el país seguía sin el «horno» para producir más. La recomendación a Kennedy fue directa: el verdadero progreso social es una consecuencia del desarrollo económico, no un prerrequisito financiado externamente. La diplomacia argentina buscó reorientar la APP hacia la inversión en infraestructura, energía y siderurgia.

Lamentablemente, aunque Kennedy se mostró receptivo, su asesinato en 1963 y el desvío de la atención estadounidense hacia Vietnam sentenciaron el enfoque original de la Alianza. La lección, sin embargo, nos queda a nosotros vigente: la ayuda destinada a parches sociales es efímera; la inversión en la estructura productiva es transformadora.

El Avance de China: La Franja y la Ruta

La estrategia de China en la región, materializada en su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) abarca rutas, aeropuertos, ferrocarriles y puertos pero extiende su influencia geopolítica.   Beijing no ofrece subsidios sociales, sino que financia y construye la infraestructura que  necesitan para exportar los recursos de sus socios comerciales: puertos, ferrocarriles, centrales energéticas y redes de telecomunicaciones.

Se asemeja en ese sentido al enfoque del modelo agroexportador del siglo XIX con gran Bretaña que como es evidente no solo no nos hizo potencia, sino que tampoco nos desarrolló. No busca crear una industria nacional argentina diversificada y competitiva, sino una infraestructura de extracción eficiente. Por supuesto que es también una oportunidad y frente a la inercia de un programa de desarrollo la mejor alternativa, pero insuficiente y orientado a un modelo dependiente y limitado. Si bien genera divisas ningún país desarrollado se forjó así.

Por eso aclarar que este esquema, aunque pueda ser necesario, no es desarrollista (si lo es desde la perspectiva China por supuesto). Que Argentina exporte harina de soja y no alimentos para seres humanos es la evidencia más clara de nuestra desidia y subdesarrollo (y no de la estrategia China que es por demás brillante y desarrollista). Nadie va a incentivarlo que lo hagamos porque prefieren agregar el valor en su propia casa. Es nuestro desafío generar competitividad y pujar por esos mercados.

Ejemplos  de inversiones chinas como el megapuerto de Chancay en Perú o las inversiones en minería y transporte en Argentina demuestran un compromiso con la creación de capital físico a largo plazo aunque también el enfoque extractivista que por eso mismo no es el ideal para una visión desarrollista (y menos si puede haber una oportunidad alternativa).  Lo cierto es que más allá de su lejanía y sus enormes diferencias culturales, merced a la BRI y sus grandes inversiones, y a la ausencia de una propuesta estratégica y programática de Estados Unidos, China ha ganado una inmensa influencia geopolítica en la región desafiando la hegemonía estadounidense en su tradicional área de influencia.

El letargo de Estados Unidos

Washington ha reaccionado con lentitud frente al avance chino en la región quien además es el principal socio comercial de la mayoría de los países sudamericanos. La administración Trump parece decidida a contrarrestar la influencia china, viendo en gobiernos como el de Javier Milei un aliado ideológico clave, aunque económicamente frágil.

Sin embargo, no la ha hecho desde un enfoque programático como hace China con la BRI. El reciente paquete financiero de USD 20.000 millones para Argentina, al igual que el préstamo del FMI al gobierno de Macri, debe entenderse como una medida de estabilización geopolítica de emergencia: un salvavidas para evitar la caída de un gobierno afín y limitar la influencia de Beijing.  Y es que los «paquetes» de ayuda del gobierno de EE. UU. o del FMI no son planes de desarrollo, y no pretenden serlo. Son intervenciones de emergencia para evitar colapsos sistémicos en países con gestiones económicas crónicamente deficientes, que de otra manera no podrían acceder al capital privado. No tiene que ver con el enfoque de la BRI o de aquella Alianza para el Progreso que aún con sus limitaciones pregonaba Kennedy.

El desafío es precisamente llevar la discusión a otro nivel. Y es que  el contexto de disputa hegemónica habilita la posibilidad de una Alianza para el Progreso que esta vez sea desarrollista, que cambie la estructura productiva a partir de los recursos naturales sí, pero diversificando e integrando cadenas de valor industriales y servicios.

En ese sentido, más prometedor y de enfoque desarrollista, es el proyecto de ley bipartidista Americas Act. Este proyecto sí se alinea con la visión de «construir el horno», al proponer incentivos fiscales y préstamos para relocalizar cadenas de suministro desde China hacia el Hemisferio Occidental (near-shoring).

Sin embargo no es un sentarse a esperar a ver que pasa. Argentina tiene sus cartas y su responsabilidad para que eso suceda fehacientemente.

Los Activos Estratégicos de Argentina: Pilares para una Alianza del Siglo XXI

Si bien clave el el alineamiento geopolítico Argentina no es un mero receptor de ayuda ni su posición ideológica su único activo para atraer inversiones. Es un potencial  socio estratégico con recursos decisivos para los desafíos globales. Cualquier alianza debe basarse en la co-inversión en estos sectores clave que son de interés de los paises desarrollados:

  • Vaca Muerta y la Seguridad Energética Global: Desarrollar la infraestructura de exportación de Gas Natural Licuado (GNL) posicionaría a Argentina como un proveedor energético confiable para Europa y otros aliados, reduciendo la dependencia de actores como Rusia. Invertir en Vaca Muerta es invertir en la seguridad energética de Occidente. Acá la clave sí es escalar en la cadena de valor y apuntar a desarrollar otras industrias como la petroquímica así como proveer de energía barata al aparato industrial nacional.
  • El Triángulo del Litio y la Transición Verde: Como parte del triángulo que concentra más de la mitad de los recursos mundiales, Argentina es clave para la electromovilidad y el almacenamiento de energía. Una alianza estratégica real no se limitaría a extraer el mineral, sino que promovería toda la cadena de valor, desde el carbonato de litio grado batería hasta la instalación de gigafábricas, en sintonía con los objetivos de near-shoring del Americas Act.
  • Potencia Agroindustrial y Seguridad Alimentaria: En un mundo con cadenas de suministro frágiles y los efectos del cambio climático, la capacidad argentina para producir alimentos a gran escala es un activo de primer orden. Invertir en logística, puertos y biotecnología fortalece la seguridad alimentaria mundial. Apuntar cada vez más a agregar valor y producir alimentos para humanos de calidad premium para exportar al mundo.
  • Tierras Raras. son fundamentales para fabricar desde smartphones y turbinas eólicas hasta vehículos eléctricos y sistemas de defensa. No tenemos capacidad de producción y es irrealista pensar en eso hoy, pero si aquí se puede hacer un enfoque mas extractivista.
  • IA y Data centers. Tenemos energía de sobra, tierras frías e inhóspitas de sobra, y recurso humano de calidad. El problema es que sea un enfoque también extractivista, sin interacción humana ni integrado a nuestra producción. Solo data centers para entrenamiento de inteligencia artificial ajenos a nuestra economía.  Y así después se da la paradoja de que terminamos importando sistemas y aplicaciones basados en los modelos de inteligencia artificial que fueron entrenados en su territorio y con su energía.  Lo mismo ocurre con la economía del conocimiento cuando se exporta y no se aprovecha localmente.

Aclaro que no son estas necesariamente las únicas prioridades de nuestro aún ausente programa de desarrollo, sino algunos de los sectores claves donde pueda venir la inversión extranjera rápido (la minería de cobre y oro es otro sin dudas). Si como señala el especialista Ricardo Auer,  el interés de EEUU es que Argentina se constituya en proveedor de insumos críticos y que los mismos no lleguen a manos de China, el desafío es, sobre este esquema, poder agregar valor nacional a los encadenamientos, generar divisas por exportaciones y por supuesto generar puestos de trabajo. También es fundamental que parte de la producción/conocimiento generado producido se integre al ecosistema productivo local de manera de no genera un modelo de enclave (aislado y conectado al exterior) como denunciaba Frigerio.

El desafío es incluso, más allá de lo que explícitamente vengan a buscar, de definir los sectores e industrias que puedan alinearse a estas cuestiones a lo largo y ancho de nuestra geografía y lograr inversiones para desarrollarlos es el desafío del desarrollo nacional. Por supuesto que abarca cuestiones legales, de capacidades estatales, de sinergia publico privada, de crédito, de capital humano y educación. Ese es el desafío de la Argentina para revertir el subdesarrollo y la pobreza estructural.

Seis sectores que Argentina no puede seguir desaprovechando

Hacernos cargo de nuestro desarrollo

No podemos logar el desarrollo solo por nuestra cuenta. Como bien explico Frigerio nuestra capacidad de ahorro y de acumulación de capital es insuficiente. Además de expandir esta debemos recurrir al capital extranjero. La oportunidad vuelve a darse en contexto de disputa hegemónica en coexistencia pacifica. Por eso aquella charla de Frondizi y Kennedy es hoy más relevante que nunca. La asistencia financiera para sostener el tipo de cambio fue necesaria pero es «comprar tortas»; es un parche cortoplacista. La verdadera oportunidad reside en proponer una «Alianza para la Producción y el Desarrollo Estratégico»: un pacto basado en la co-inversión para transformar la estructura productiva de Argentina.

Pero hay algo fundamental: el plan de desarrollo lo tenemos que hacer nosotros. Si no lo hacemos, las inversiones que lleguen no responderán a nuestras necesidades, sino a las de otros. Nos harán su desarrollo a costa de nuestros recursos, como ocurrió en el viejo modelo agroexportador: un esquema que era limitado y dependiente desde su origen, proveedor de divisas pero incapaz de generar desarrollo.

Intrínsecamente un gobierno liberal no puede conducir este proceso porque parte de la premisa errónea de que el mercado global asignará racionalmente los recursos: “lo importante es que vengan inversiones, no importa en qué”. Pero eso nunca fue cierto. Los países desarrollados —de Estados Unidos, Gran Bretaña, a China— planificaron, priorizaron sectores y promovieron activamente sus industrias estratégicas, con distintos métodos pero siempre con un Estado activo y un sector privado asociado y respaldado. Desde Huawei hasta Microsoft o la American Steel en EE.UU., todos nacieron en el marco de políticas deliberadas de desarrollo nacional.

Y no solo se trata de ordenar la economía, reducir el déficit fiscal, controlar la inflación, quitar controles y brindar inseguridad jurídica. Eso es imprescindible y Frigerio y Frondizi lo tenían muy claro como el hecho de que no es suficiente. Por eso, además y en paralelo, se debe definir un programa de desarrollo en base a nuestras oportunidades y ventajas reales, eligiendo cuáles son los sectores prioritarios, qué ritmo de desarrollo perseguimos y qué inversiones necesitamos atraer. Durante el desarrollismo, Frondizi y Frigerio impulsaron una legislación que orientó el capital hacia áreas productivas esenciales —energía, acero, automotriz, petroquímica—, combinando capital privado y planificación pública. Es un Estado que orienta y habilita, no uno que controla, buscando una sinergia público-privada para alcanzar objetivos que el mercado, por sí solo, tardaría décadas en lograr. El objetivo/ resultado es la una transformación estructural que rompa con la dependencia del modelo primario. El RIGI es un leve atisbo en ese sentido aunque insuficiente que va a contramarcha contra la ideología de un gobierno que no cree en el Estado como agente de desarrollo.

Riesgos y cuidados del alineamiento

«La clave para la inserción internacional de la Argentina se llama Estados Unidos. Negarlo es un error. Pero esto no implica una entrega a los intereses norteamericanos. Algo que, por cierto, tampoco le interesa a ellos», nos enseñaba el maestro Oscar Camilión en su ultima entrevista allá por 2016.  Argüía que por supremacía,  cercanía espacial, ideológica, religiosa y cultural su alineamiento era mucho más natural y conveniente.

Ser tibios, estar un poco con cada uno sin manifestaciones explicitas, no es buen pagador para los desafíos que necesita Argentina (financiar su desarrollo estructural).  Y, de existir, una oportunidad de programa de desarrollo estructural es algo que no debe desaprovecharse pues, sin desmerecer la valiosa estrategia de la BRI del gigante oriental, ese el enfoque  superador que requerimos. Por supuesto que de no existir ese programa la propuesta china es la más solida aun con sus limitaciones.

Hoy Estados Unidos ofrece un salvataje financiero, pero el verdadero desafío es repetir la visión de Frondizi y Frigerio: convencerlos de que financiar nuestro desarrollo nacional, según nuestras prioridades, también es el mejor interés de ellos Y no hablamos de prestamos solamente sino sobre todo de inversión extranjera directa (IED) de empresas estadounidenses, europeas y de otros aliados (pero en lo posible hacia sectores que hayamos con lógica productiva y exportadora, priorizar).

Porque, como explicaba Frondizi en la cita del comienzo, solo una Argentina democrática económicamente pujante y con un desarrollo industrial autónomo podrá ser para Estados Unidos un socio confiable, proveedor de recursos estratégicos y contrapeso exitoso de ejemplo que contraponga la estrategia china en la región.

Ahora bien, por supuesto que alinearse con Estados Unidos no tiene que implicar ser enemigo u ofender a China, país con el que debe honrar sus compromisos, comerciar (por supuesto la agroindustria que nos demandan) y promover todas las inversiones que considere acorde a su interés nacional. La rivalidad hegemónica entre ellos no es la nuestra y toda implicancia al respecto debe evitarse. Por eso son muy desafortunadas las frases del del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, quien había asegurado que Javier Milei estaba comprometido con «sacar» a la nación que comanda Xi Jinping de la Argentina, discusión en la que no hay que involucrarse y bajar los decibles de ser posible.

Sin embargo, este equilibrio exige un pragmatismo sin ingenuidad. Sería un error ignorar que la creciente rivalidad global está estrechando el margen para la ambigüedad estratégica. En sectores críticos para la seguridad del siglo XXI —como el 5G, la inteligencia artificial o las cadenas de suministro de minerales—, la cooperación con una potencia vendrá cada vez más acompañada de condicionamientos explícitos para excluir a la otra. El verdadero desafío para Argentina no será solo atraer la inversión, sino defender su soberanía para gestionar inteligentemente las inevitables ‘líneas rojas’ que cada socio intentará imponer sin contrariar al otro.

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