Más que una actitud, el ombliguismo es un estado de sujeción a los prejuicios propios, una forma frecuente que combina narcisismo e ignorancia. Nos ocuparemos brevemente de su dañina incidencia en la vida política, puesto que para otros órdenes de la vida humana existen profesionales de la psicología, disciplina en la que no incurrimos con todo respeto. En la política, en cambio, una cierta dosis de egolatría parece necesaria –al menos es muy visible– para desempeñarse en público sin sentir vergüenza inhabilitante. Cuestión delicada de cualquier modo porque se ha llegado a definir al político como una especie de psicópata. Nosotros nos mantendremos en el campo de la ideología, que es un objeto necesario de estudio de naturaleza social como fenómeno de repetición pero que cada ser humano vive como algo propio y natural, con claras funciones de confirmación y consuelo, otorgadora de certeza mediante mecanismos que no se someten a verificación, que usualmente no se exponen, y que casi siempre está asociado a un dispositivo de poder, fuese para confirmarlo como para cuestionarlo.
Empecemos por casa: el ombligodesarrollismo. Es un modo de ver donde todos los males que padecemos (en nuestro barrio, provincia y país) resultan de la condición de subdesarrollo que caracteriza la realidad argentina. Según este sintetizador, no hay modo de hincarle el diente a ninguno de los problemas estructurales que padecemos. Todo queda sujeto a que por arte de magia se encare un proceso virtuoso que al sumar las energías disponibles posibilitaría que los problemas se encarrilen y todo empiece a funcionar bien. En esta visión, el cuadro de situación está congelado y ya lo explicaron Frondizi y Frigerio en su momento, basta con invocarlos para tener la verdad a la mano. Este conformismo es una suerte de traición a un legado que es valioso, justamente, por tratarse de la herramienta metodológica que en su momento permitió analizar la realidad nacional y diseñar un programa para atacar con prioridades claras los desafíos de aquel momento, en los ’50 y ’60 del siglo pasado. El mundo ha cambiado y aquellos problemas se han complicado muchísimo más, para empezar, con la enorme fragmentación social que tenemos hoy. Se requieren nuevas respuestas que asuman en las actuales condiciones tanto de las relaciones de fuerza como la dinámica de los sectores sociales realmente existentes. Una cosa es segura: con la depreciación de la política y la consiguiente crisis de representación que de ello sobreviene, es indispensable repensar el Frente Nacional con protagonistas reales y contantes.
Digamos también dos palabras sobre el ombligoperonismo, donde todo ya lo explicó y proyectó el general Perón. Este forma de autocomplacencia es quizás más enajenada porque sigue dando vueltas la “presunción de mayoría” que la dilución de los partidos desmiente en cada turno electoral. Sin reconstruir el lazo con los ciudadanos reales, mujeres y hombres concretos, la política seguirá funcionando en modo autista.