Agustín Salvia y Francisco Uranga, en la exposición sobre pobreza y desarrollo en la Fundación Frondizi.
El argumento es muy simple: o sobra un tercio de la población o falta un tercio de capitalismo. Así lo planteó la semana pasada el director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, Agustín Salvia, en una exposición sobre pobreza y desarrollo organizada por la Fundación Frondizi y Visión Desarrollista. La economía del país es incapaz de generar oportunidades para el 30% de la población que está excluida, sostuvo el sociólogo y apuntó que la única solución que ve es impulsar un proyecto de desarrollo que cambie la estructura productiva y genere empleo. El problema, aseguró, es político: “Hay que construir una alianza de clases y sectores capaz de convocar a una política de esa naturaleza”.
Durante la charla analizó la evolución de la situación social en Argentina. En 1974 la pobreza era de apenas el 4,5%; en los ochenta, el techo de la pobreza era del 25% y la indigencia no superaba el 5%; en los noventa, el 25% de pobreza y el 5% de indigencia pasaron a ser el piso. Desde entonces no se volvió a perforar ese nivel, ni siquiera en los mejores años de bonanza de comienzos del siglo XXI. “¿Destino histórico? Muy lejos estábamos de tener ese destino en los años 70. Mientras muchos países de América Latina lograron salir de los niveles de pobreza extrema que tenían los 70 y 80, nosotros fuimos empeorando. Al punto de que la pobreza no es una situación transitoria por un ciclo económico, sino una condición estructural del modelo económico. Tenemos a un cuarto de la población afuera y no hemos podido hacer mucho más que darles programas sociales”, resumió Salvia.
El punto de quiebre fue durante los novena, señaló. “El modelo de la convertibilidad y las reformas estructurales proponía la liberalización económica para atraer inversiones que iban a desarrollar un capitalismo moderno en Argentina, a costa de la destrucción del capitalismo tradicional. Esas inversiones debían a generar condiciones para absorber el conjunto de la fuerza de trabajo. Pero fracasó. El Banco Mundial ya sabía a mitad de los 90 lo que estaba ocurriendo, entonces se delinearon los programas sociales. Se suponía que eran transitorios, para que la población pudiera compensar sus ingresos cuando quedaba desocupada producto de los procesos de modernización”, explicó. Las inversiones llegaron, parte de la economía se modernizó, pero no hubo desarrollo ni generación de empleo en magnitud suficiente. Los planes sociales se convirtieron en una solución permanente y en el blanco de las críticas de parte de la clase media, que considera que son subsidios que desalientan la cultura del trabajo. La historia muestra, sin embargo, que fueron una respuesta al desempleo que se había disparado durante el menemismo.
Salvia indica que entre el 25% y el 30% de los argentinos son pobres. El número depende del indicador que se utilice para medirlo. El último dato publicado por el INDEC apunta que la pobreza medida por ingresos es de 25,7% y la indigencia del 4,8%. Para no ser pobre, una familia tipo —dos adultos y dos niños— tiene que ganar más de 17.537 pesos y para no ser indigente, más de 6.987. “No es casual que el 30% de los hogares reciba hoy un programa social de transferencia de ingresos de asistencia pública. Un tercio está en condiciones de subcuidadanía política: depende de la asistencia pública o la filantropía privada”, subrayó.
El 80% de los ingresos de las familias proviene de trabajo
“No es cierto que la gente no quiere trabajar. Necesita trabajar. Nadie a quien se le diga que le van a pagar 15.000 pesos por mes deja de trabajar por un programa social. Ahora, si te ofrecen 6.000 pesos para trabajar todos los días ocho o diez horas en un taller clandestino, en negro… Los programas sociales defienden de situaciones de explotación extrema”, destacó Salvia. De hecho, según el sociólogo, el 80% de los ingresos de los hogares proviene de algún tipo de trabajo, mientras que un 15% son jubilaciones o pensiones, un 2,5% rentas de distintos tipos —alquileres, financieras— y solo un 2% se explica por transferencias de ingresos o planes sociales. “El 30% de los hogares que hoy son asistidos por el Estado implica un gasto del 0,5% del PBI. Los pobres son muy baratos”, remarcó.
Pero si la mayoría de los argentinos viven de su trabajo, ¿por qué hay un nivel de marginación tan alto? “Tenemos un problema más estructural que no está relacionado con la política de transferencia de ingresos y de programas sociales. Tenemos un problema mucho más complicado, que es la estructura ocupacional, que se desprende de la estructura productiva que tiene nuestro país”, dijo en clave desarrollista.
El mercado laboral es muy heterogéneo, algo que se agudizó a partir de los 90, explicó Salvia. Si se considera el total de asalariados y no asalariados —autónomos, cuentapropistas, profesionales independientes—, entre el 45% y el 49% de los trabajadores en Argentina accede a un empleo decente, destacó el director del Observatorio de la UCA. Menos de la mitad. Del restante, un 30% tiene trabajo estable con cierto grado de informalidad y entre un 20 y un 25%, en función de la marcha del ciclo económico, se dedica algún tipo de empleo autogenerado: “Aprovecha la circulación de bienes y servicios que provee el 50% que está incluido y parte del que tiene un trabajo estable irregular. Ahí es donde se da un efectivo derrame, para pobres, pero derrame al fin: capacidades de vender cosas en los trenes, colectivos, de hacer changas, de ser jardinero los fines de semana”.
Las alternativas
“Si no encontramos una solución al modelo de desarrollo para incorporar al 30% a actividades productivas, habría que ver cómo se mantienen o aumentan los programas sociales. Dado que no va a haber inclusión social, nos vamos a tener que conformar con una argentina con un 30% afuera y un 70% relativamente adentro. Y saber que ese es el tipo de sociedad que vamos a poder tener y que no nos hagamos ilusiones. Yo me resisto a pensar en esto”, razonó. Las alternativas son, según esta visión, aceptar la estructura actual y mantener a los excluidos a través de programas sociales o transformar la estructura productiva.
Subsidiar a un tercio de la población para que tengan ingresos por encima de la línea de indigencia implicaría aumentar los programas sociales hasta un 1,5% del PBI. “Sería un sistema muy inestable y poco sustentable en el tiempo, incluso suponiendo resueltos temas económicos que en Argentina no lo están, como el déficit fiscal”, criticó.
La otra opción es el desarrollo: pensar otra forma de inserción internacional del país y un cambio de la matriz productiva. Para ello es necesario un rol más activo del Estado, que promueva los encadenamientos productivos y potencie los sectores menos dinámicos, que generan empleo, explicó: “El sector dinámico tiene que ser subsidiario de los otros sectores, sin que esto signifique su empobrecimiento o decaiga su capacidad de negocio”. Un aspecto clave, sostuvo, es una reforma tributaria más progresiva. Salvia propone aumentar los impuestos sobre los sectores de vanguardia, como el agro y la minería, para subsidiar la producción, la distribución y la comercialización —no el consumo, como con los programas sociales— de sectores menos competitivos y con capacidad de generar empleo. “En Argentina hay una parte globalizada y otra en el subdesarrollo extremo. No podemos imponer la misma tasa impositiva a los dos, porque mataríamos a los subdesarrollados. Hay que pensar en un proceso de transición con sistemas tributarios diferenciados”, propuso.
El desafío del desarrollo es, para Salvia, de carácter político. “Hoy no veo a la clase dirigente con vocación de pensar un proyecto país para dentro de 20 o 30 años. Creo que va a haber clima social en los próximos años para crear una alianza que pueda llevar adelante un programa de desarrollo y no solo de crecimiento con dualidad y heterogeneidad”, dijo, casi frigerista. Aunque aclaró que no tenía expectativas en que el gobierno actual lo fuera a promover. “No parece que estén las condiciones ideológico políticas. Es una clase dirigente que no cree necesariamente en esta política de desarrollo”, cuestionó, aunque matizó: «La especulación es que por el fracaso de las ideas más liberales puede generarse una reacción más desarrollista, algo que también está en su matriz ideológica».