En un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas, reproducimos algunos tramos destacados de la entrevista que Guillermo Ariza, colaborador y editor de VD, realizó en el programa radial Viejos Vinagres al sociólogo Sebastián Carassai en el marco de su libro “Lo que no sabemos de Malvinas. Las Islas, su gente y nosotros antes de la guerra” (Siglo XXI). En estos párrafos se nos brindan aristas muy diferentes a los relatos usuales, a partir de los datos ignorados anteriores al conflicto, poniendo así en revisión nuestra propia relación histórica con los isleños.
Guillermo Ariza: Estimado Sebastián, vos te ganaste un gran reconocimiento público cuando publicaste años atrás el libro “Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia” que marcó una época porque nos hizo ver lo que habíamos vivido en esos años terribles en el plano de la convivencia, y por eso causó un gran impacto. Y el año pasado publicaste el libro sobre Malvinas de ese mismo periodo. ¿Cómo lo produjiste?
Sebastián Carassai: En aquella investigación que mencionaste de los 70 descubrí varios temas que no cabían en el libro (“Los años setenta de la gente común”), entonces armé una carpeta de cuestiones pendientes y entre ellas Malvinas apareció como algo en donde valía la pena indagar, porque había encontrado muchas referencias en la prensa a partir de mediados de la década del 60, y por otro lado trataba de reconstruir una experiencia no tan conocida que fue la de convivencia y contacto semanal entre las islas y el continente desde mediados del 1971 hasta el inicio de la guerra (1982). O sea que hubo 11 años de contacto, y entonces lo que hago en uno de los capítulos es mostrar los problemas que había en esos contactos, y poner en evidencia que los isleños no eran ningunos tontos.
GA: En varios momentos mencionas que los isleños, si bien tenían la ciudad muy ordenada y feliz, tenían un nivel cultural más bien bajo…
SC: Era una sociedad de unos 2000 campesinos rurales, 600 vivían en Stanley, una suerte de capital pero que era como una aldea, que también tenía mucho contacto con esa vida rural de las estancias, era una vida muy acotada a la realidad de las islas, para ir a Montevideo tenían un viaje de 4 o 5 días en barco desde Stanley y de ahí podían ir a Gran Bretaña pero para eso había que tener muchísimo dinero.
GA: La principal fuente de recursos de la isla en ese momento era la exportación de lana. ¿verdad?
SC: Si, había varias actividades, pero el ingreso más importante lo producía la lana. Las estampillas también generaban ingresos al fisco
GA: Cuan chica era su economía para que eso se notara…
CS: Así de pequeña era la economía isleña, pero justamente en los ’60 a partir de que aparecen en el mercado las fibras sintéticas, la industria de la lana empezó a verse reemplazada y eso hizo que el precio de la lana oscile con tendencia a la baja.
GA: Esa primera sociedad era campesina entonces…
CS: Si, fundamentalmente campesina, muy aislada del mundo con un contacto más bien espiritual con Londres al que llamaban Home pero que muchos de ellos no conocían ni tenían la posibilidad de hacerlo porque era muy costoso, era algo reservado a los funcionarios británicos y al aparato profesional que tenían las islas; como maestros, médicos o enfermeras que se importaba desde el Reino Unido.
GA: No obstante, esa condición de no-ciudadanos plenos no les impedía esa adhesión a la “madre patria”, algo que aquí de algún modo se menospreciaba o se ignoraba…
CS: Desde la década del 1930 comieza a gestarse como discurso oficial, en paralelo a la gestación de grupos nacionalistas argentinos, lo que los historiadores llamamos “La causa Malvinas” y empieza a incorporarse en las escuelas la idea de que las islas Malvinas son tierras usurpadas por el Imperio Británico, pero en el siglo XX se tenía muy poca noción de cómo eran los miembros de la sociedad malvinense, de qué vivían y cómo lo hacían. La gente hablaba de ellos como “los ingleses” pero más que ingleses, allí vivían tercera o cuarta generación de escoceses.
GA: Recuerdo cuando volviste de Malvinas con dos colegas norteamericanas y contaste cómo fue esa estadía, a raíz de lo cual pienso que quizás, si ibas solo, como investigador argentino, no hubieras tenido un acceso tan directo o relativamente fácil.
CS: Así es, viajé con dos colegas norteamericanas, los contactos con los isleños con los que queríamos hablar los hizo previamente una de ellas, pero una vez que se enteraban de que había un argentino se irritaban, ponían condiciones para la entrevista.
GA: Una de las secuelas de la guerra es que hemos logrado ponernos absolutamente en contra a esa población, a la que por otra parte considerábamos que debían ser parte de la comunidad argentina.
SC; Sí, yo creo que eso produce la guerra y también la posguerra porque hay muchos de los fundamentos que los isleños guardan por los argentinos tienen que ver con los banquinazos que la Argentina ha pegado en la posguerra. Se llegan a acuerdos de cooperación y después llega otro gobiernos a romper todo y catalogarlos de piratas. Entonces como sentarse a negociar con alguien si dentro de 4/8 años la política puede ser la inversa.
GA: revisaste diversos aspectos de la sociedad malvinense y también de las formas cómo se vivía en el continente, es decir el “formato cultural” de la legitimación de ese reclamo…
SC: En uno de los capítulos trabajo sobre el cancionero argentino compuesto antes de la guerra a las islas, desde 1941 hasta 1982. Es interesante señalar que en algunas aparece como hermanita, niña adorable, madre, novia, muchacha que se fue. Esta idea de que Malvinas es una especia de figura femenina que de alguna manera robustece la idea de que es tarea de los varones rescatarla.
GA: Por supuesto que creo en la necesidad de seguir las discusiones diplomáticas sabiendo que el punto previo a 1982 no vuelve más, porque fue un retroceso neto, una decisión estratégica de torpeza infinita y que nos dejó varios centenares de muertos que todavía lloramos…
SC: Si, por supuesto que fue un error de cálculo que costó mucho a la relación que se había venido construyendo, aunque en el final del libro menciono que yo no soy de los optimistas que dicen que si no hubiese habido guerra las islas ya serian argentinas.
GA: Es una construcción a posteriori. No hubo indicios de que ello fuera a pasar…
SC: No, efectivamente, yo creo que los acuerdos de comunicación que se firmaron en 1971, si bien iban en una dirección inédita, tenían un sinnúmero de problemas sin resolver y los isleños seguían mostrándose muy reticentes a ceder cualquier clase de soberanía y también la negociación desde Argentina fue radicalizándose y cerrándose cada vez más. Por ejemplo, para empezar a negociar exigían que primero le otorguen la soberanía… que es una manera de no negociar
GA: Ellos, los isleños, como buenos súbditos británicos, sabían que el imperio los podría sacrificar cuando le conviniera…
CS: Exactamente. Y además creen que eso es lo que ha venido pasando desde los 80. En los ‘60 y los ‘70 Gran Bretaña un poco que jugaba con ellos, se sienten un peón en un tablero de ajedrez cuya lógica no manejan. Los isleños que han vivido los años 60/70 hasta la guerra, tienen una consciencia de que el mundo cambia y que el lugar de Gran Bretaña ha ido cambiando, y ¡vaya que cambió en el siglo XX! en el curso del cual se desarma un imperio enorme. Los isleños son muy conscientes de que ellos son una población muy menor y que significan apenas una ficha en un tablero muchos más grande donde alguna vez los negociadores británicos, en un contexto donde la Argentina se proyectara como país desarrollado y abierto a las inversiones extranjeras, etc., a lo mejor podrían llegar a pensar que resultaba mejor tener Argentina como aliado e iniciar un camino de negociaciones respecto de las islas.
Eventualmente puede pasar, o que Londres cambie su agenda, pero los isleños saben que ahora son necesarios porque el derecho británico a la Antártida está garantizado por su presencia, y también saben que a Londres puede convenirle un entendimiento con la Argentina; a veces menos o a veces más.
GA: Hablando de las fuentes que citás como miradas argentinas no necesariamente coincidentes con el discurso oficial, te cuento que lo conocí a al historiador Arnaldo Canclini, pastor protestante que viajó a las islas y escribió varios libros importantes. Entre varios, también destacás a otro interesado en el tema, Hipólito Solari Irigoyen, quien fue uno de los pioneros en decir “conozcámoslas y hagámoslas conocer”
SC: En el primer capítulo del libro yo trato de reconstruir los viajes de los argentinos que entre las décadas del 30 hasta el 71 lograron hacer el viaje y difundieron sus opiniones por entrevistas, libros, películas, etc. Hago un contraste entre los dos que citás, Canclini tiene una apuesta mucho más explícita en tratar de construir vínculos fraternales, por eso va y da sermón en el templo de Stanley mientras que Solari tiene una actitud de confrontación, de ir y decirles a los isleños que ellos no deberían estar allí. Canclini es todo lo contrario, tiene una visión que hubiera sido fundamental conservar y es que este tipo de conflictos de solucionan con mucho tiempo, armándose de una paciencia muy larga y eso es una de las cosas que faltaron. Siendo que el litigio territorial fue reconocido por las Naciones Unidas recién en 1965, la impaciencia argentina en la década del 70 hasta 1982 es realmente inentendible porque en tiempos históricos hacia muy poco tiempo que se venía conversando sobre el asunto. Galtieri dijo “díganle a la Reina que hace casi 200 años que estamos esperando” pero para el mundo no era así, la conversación para ellos había empezado en 1965.
GA: Te escuché decir en la conferencia que diste en la Fundación Frondizi, y ampliaste en el libro, que los isleños no solo prosperaron con los nuevos negocios de la pesca y la instalación de una base militar relativamente grande con todo lo que eso implica… y hasta hicieron una reforma agraria, sino que además trajeron súbditos británicos por ejemplo de Santa Elena, de origen africano pero de habla inglesa, que llegaban allí en parte porque si lograban ser ciudadanos en las islas, se convertían en ciudadanos británicos con lo que se empezó a funcionar en un esquema global.
CS: La guerra cambio todo para bien desde el punto de vista de los isleños y generó condiciones que eran más cercanas a las que ellos deseaban antes de la guerra. Hasta el desembarco argentino, el Reino Unido decía que no podían tomar acciones unilaterales porque eso era un conflicto que se estaba dirimiendo en el marco de las Naciones Unidas y ello comprometía a que ninguno de los dos países tomara unilateralmente una acción que afecte el statu quo. Pero después de la invasión ya no tenían razón para consensuar cada cosa y a partir de ese momento el gobierno inglés le dio el “Si” a todo lo que los isleños venían pidiendo, como derechos de pesca, resolver el problema de la despoblación trayendo gente de Santa Elena, etc. Son ideas que ya tenían, pero que después de la guerra pudieron llevar a cabo.
GA: Claro, y consiguieron un reconocimiento legal como súbditos británicos plenos que antes no tenía… todo lo cual nos obliga a reflexionar con el conjunto de los datos y no con un recorte discursivo que perpetúa el estado de confusión. Bueno, quiero agradecerte tu libro, que recomendamos, y la disponibilidad para esta entrevista, aunque no estés ahora en Buenos Aires y por eso la hacemos por teléfono. Para terminar quiero pedirte un comentario final sobre tu visita a las islas. Debe haber sido una experiencia única…
CS: Recomiendo que quien tenga la posibilidad de viajar a Malvinas lo haga. Tenemos la idea de que es un lugar inhóspito, frio, pero es un lugar bellísimo aunque desolado. Tiene una costa muy virgen y eso hace que se puedan avistar aves que no se ven en otras partes. Pero además si alguien con verdadero interés de conocer hace ese viaje le sugiero que no deje de dedicar una tarde al museo sobre la historia de las islas donde hay una sala entera dedicada a la Antártida…