NUEVA YORK — Un nuevo viernes negro para la banca. Esta vez por la caída de las acciones de Deutsche Bank, que arrastró las cotizaciones del resto de las empresas del sector en todo el mundo. Pasaron dos semanas exactas de la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB). Desde entonces, los bancos regionales de EEUU estuvieron en la mira: el Signature Bank también quebró, un conjunto de grandes bancos rescató al First Republic Bank y otros siguen bajo presión. Pero la crisis se extendió también a Europa. Primero al Credit Suisse, que terminó en manos de su rival, UBS. Y ahora, el Deutsche Bank, el banco más grande de Alemania. Algunos hablaron de un efecto dominó. La metáfora es incorrecta. En todo caso, parece un temblor que derrumbó los edificios más enclenques.
Las causas en cada caso son diferentes. Y las consecuencias pueden afectar la economía real.
La suba rápida de la tasa de interés en EEUU provocó la caída del SVB. Era un banco especializado en compañías tecnológicas y sus depósitos se habían incrementado en forma abrupta, en especial durante la pandemia de COVID-19, cuando muchos de sus clientes tuvieron un buen desempeño. De hecho, los depósitos de SVB se multiplicaron por más de cuatro entre 2016 y 2020 hasta superar los 200.000 millones de dólares. El flujo de dinero era tan alto que el SVB no tenía capacidad de prestarlo en su totalidad y decidió destinar una parte a la inversión más segura: bonos del tesoro de EEUU.
Los problemas para SVB comenzaron en 2022, cuando la Reserva Federal inició una subida rápida de la tasa de interés para combatir la inflación, que había alcanzado el valor más alto en 40 años. El aumento de la tasa de interés tuvo dos consecuencias: afectó a muchas startups que dependían del crédito barato para sostener sus actividades y redujo el precio de los bonos del tesoro.
Por otro lado, muchas empresas tecnológicas habían tenido un momento de auge durante la pandemia que las llevó a la sobreexpansión, pero le siguió una etapa de ajuste. Esta es la explicación de los despidos masivos que anunciaron las grandes firmas tecnológicas en el último año. El caso más reciente es el de Amazon, que anticipó esta semana que va a desvincular a 9.000 trabajadores más, lo que suma unos 27.000 despidos desde que comenzó a reducir la planta de personal.
Con la disminución de la actividad en el sector tecnológico, muchas de las startups comenzaron a retirar fondos del SVB. Para afrontar la demanda de efectivo, el SVB decidió vender 21.000 millones de dólares de su cartera de bonos y tuvo que blanquear una mala noticia: había perdido más de 2.000 millones en esa operación. Para llevar tranquilidad al mercado, el banco anunció ese mismo día que iba a emitir acciones para recapitalizarse en 2.000 millones. Pero generó el efecto contrario: un pánico que desató una corrida bancaria. Al día siguiente, los clientes retiraron 42.000 millones, un 25% de los fondos totales del banco. Al día siguiente, el gobierno ordenó la intervención de la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC), que decretó la quiebra del banco y creó una nueva institución para que administrase los activos del SVB.
Una pérdida de 2.000 millones es abultada, pero comparativamente pequeña con una cartera de activos de 200.000 millones, como la que tenía SVB antes de la quiebra. Lo que encendió las alertas, sin embargo, fue el mensaje que transmitía la venta de bonos a pérdida: parecía el gesto desesperado de un banco que no tenía alternativas. Y como la confianza es la base de cualquier banco que, por definición, no tiene dinero suficiente para responder ante una corrida bancaria, ese fue el golpe final contra SVB.
Una característica del SVB que agravó la situación era el perfil de sus clientes: la mayoría eran empresas tecnológicas o fondos de inversión. Clientes con depósitos elevados. Casi el 90% de las cuentas tenía más de 250.000 dólares, que es el monto máximo asegurado por la FDIC. Por lo tanto, la mayor parte de los clientes del SVB no tenía garantizado el acceso a sus fondos. Al menos en forma inmediata. Debían esperar a que la FDIC resolviera la quiebra y se encargase de devolver los fondos que hubiera disponibles. Esto afectaba en especial a las empresas que debían pagar con ese dinero los salarios de sus trabajadores.
Por eso, el domingo siguiente a la quiebra del SVB, el Departamento del Tesoro ordenó que la FDIC garantizara el 100% de los depósitos. Es decir, hizo una excepción a la norma. Y no solo para el SVB, sino también para Signature Bank, una entidad de Nueva York especializada en otorgar créditos para desarrolladores inmobiliarios, que la FDIC cerró el domingo siguiente a la quiebra del SVB. El Signature Bank cayó víctima de un temor que se apoderó esos días de los inversores de EEUU: ¿cuántos bancos más estaban en la misma situación que el SVB?
Pérdidas no realizadas
En la jerga financiera se conoce como pérdidas no realizadas a la situación en la que un inversor compra un activo y este pierde valor en el mercado. Es lo que pasaba con el SVB antes de que vendiera los bonos del tesoro: tenía una pérdida potencial, pero no la había materializado. Lo que hizo que se concretara fue la venta, forzada por la necesidad de contar con efectivo para responder a la retirada de depósitos de sus clientes.
Estas pérdidas no realizadas son la consecuencia del incremento en la tasa de interés y no son algo exclusivo del SVB. Los bancos de EEUU suman unos 600.000 millones de dólares de pérdidas no realizadas, según un estudio de la FDIC citado por The New York Times. Aunque el número podría ser aún mayor: dos estudios académicos independientes mencionados por el mismo periódico calculan que podrían sumar 1,7 billones de dólares. Entre los principales bancos en la mira por las pérdidas no realizadas estaban el SVB y el Signature Bank, pero también el First Republic Bank, el Pacific Western Bank, el Western Alliance Bank y el Zions Banks. Todos bancos de tamaño intermedio y especializados en ciertos tipos de clientes. Lo que en EEUU se conoce como bancos regionales, aunque no necesariamente se concentren en una región geográfica del país. Por ejemplo, el SVB se especializaba en clientes tecnológicos, pero no todos eran de Silicon Valley, California.
Debido a este problema, la Reserva Federal creó una línea de financiamiento especial para los bancos con problemas de liquidez. Es un mecanismo que busca cubrir las crisis temporales de los bancos sin que tengan que vender a pérdida los bonos. La idea es simple: eviten lo que hizo el SVB.
Los clientes del SVB y de Signature Bank no se llevaron los fondos fuera del sistema financiero. No los guardaron bajo un colchón. Los transfirieron a otras instituciones más grandes como JP Morgan Chase, Wells Fargo, Citigroup o Bank of America.
Ocurrió lo mismo con los clientes de First Republic Bank, una entidad con sede en San Francisco, California, que enfrentaba el riesgo de una corrida bancaria como los otros dos bancos. En este caso, sin embargo, no hizo falta la intervención del gobierno. Los grandes bancos que estaban recibiendo los millones de depósitos del First Republic Bank se pusieron de acuerdo para crear cuentas corporativas en este banco y depositaron unos 30.000 millones de dólares. Es decir: transfirieron de nuevo el dinero que los clientes se llevaban del banco como parte de la corrida. Y funcionó, al menos para First Republic Bank.
Pánico en Europa
Una semana después de la quiebra del SVB comenzó la crisis del Credit Suisse. Aunque las causas fueron distintas, estuvo condicionada por el clima de desconfianza provocado por la caída del banco de California. Credit Suisse era institución de 166 años de antigüedad y tenía una importancia sistémica a nivel global, a diferencia de los bancos regionales de EEUU. La entidad había tenido problemas de gestión en los últimos años, que incluyeron pérdidas importantes, escándalos por acusaciones de lavado de dinero y la renuncia de dos directores ejecutivos en tres años.
Las acciones de Credit Suisse se desplomaron, en realidad, tras las declaraciones de Ammar Al-Khundairy, el presidente del Banco Nacional Saudita (SNB, por sus siglas en inglés), una institución estatal que era el mayor accionista de Credit Suisse. Al-Khundairy dijo en una entrevista televisada que el SNB no iba a seguir invirtiendo en Credit Suisse, lo que generó pánico en el mercado. Aunque luego aclaró que se debía a limitaciones de tipo regulatorio, esto no frenó la caída de las acciones del banco.
La historia no terminó con una quiebra, sino con una compra: otro banco suizo, UBS, adquirió Credit Suisse, su principal rival.
Y así llegamos al caso de Deutsche Bank, que es sin dudas diferente a todos los anteriores. Es el banco más importante de Europa y tuvo un excelente 2022: fue el año más rentable del banco desde 2007. A pesar de que la dirección había sido criticada y el banco había tenido que pagar multas por facilitar el blanqueo de dinero y por deficiencias en sus procesos internos, esa etapa fue superada a partir de 2018, cuando asumió el nuevo consejero delegado, Christian Sewing, al frente de la entidad.
Este viernes, sin embargo, las acciones se desplomaron hasta un 15%, aunque durante el mismo día recuperaron terreno y cerraron con una caída del 8,5%. En medio de la tormenta, el canciller alemán, Olaf Scholz, elogió en público al banco. «Deutsche Bank ha modernizado y reorganizado a fondo su modelo de negocio y es un banco muy rentable», dijo Scholz en una conferencia de prensa durante una cumbre de la Unión Europea celebrada el viernes en Bruselas. «No hay motivos para preocuparse».
Los analistas coinciden en que no es un banco que esté en riesgo de quiebra y que sufre por el estado de ánimo de desconfianza que se vive en el mercado tras la quiebra del SVB y, en especial, por los efectos que tuvo la crisis de Credit Suisse.
¿Recesión en EEUU?
El riesgo de contagio en el sistema bancario es solo parte del problema. Lo que más preocupa a las autoridades de EEUU son las consecuencias que esto puede tener en la economía real.
La expectativa es que haya un endurecimiento del crédito por dos vías.
Por un lado, los bancos pequeños van a ser más cautelosos al momento de otorgar créditos. Lo que significa menos préstamos y más caros. Esto afecta sobre todo a las pequeñas y medianas empresas que necesitan financiamiento para invertir y a los hogares que se endeudan para comprar casas o autos a plazos.
Por otro lado, buena parte de los depósitos fue transferida desde los bancos medianos hacia los más grandes. Los bancos grandes están sometidos a regulaciones más exigentes, por las que pueden otorgar menos créditos y son más precavidos a la hora de dar un préstamo. Lo que también significa menos préstamos y más caro.
La discusión sobre la restricción del crédito estuvo muy presente esta semana. La Reserva Federal se reunió el martes y el miércoles para definir la política monetaria. Fue la reunión más incierta desde que Jerome Powell asumió como presidente de la Fed, en febrero de 2018. Entre los economistas de Wall Street había opiniones divididas: unos sostenían que la Reserva Federal no debía subir la tasa de interés hasta ver las consecuencias de la crisis bancaria, otros decían que si no aumentaba la tasa de interés transmitía un mensaje desconcertante o daba la señal de un menor compromiso con la lucha contra la inflación. Al final, la Reserva Federal aumentó la tasa de interés en 0,25 puntos. Menos que lo que se esperaba antes de la quiebra del SVB, pero más de lo que pedían los más precavidos.
El Banco de Inglaterra también aumentó esta semana en 0,25 puntos el tipo de interés. El Banco Central Europeo (BCE) lo hizo una semana antes y en 0,5 puntos, es decir, más que la Reserva Federal, a pesar de que lo anunció cuando ya se había desatado la crisis de Credit Suisse.
Las autoridades monetarias enfrentan un dilema de ahora en adelante: subir los tipos de interés para combatir la inflación o mantenerlos sin cambios para no alimentar la inestabilidad financiera.
Antes de la quiebra del SVB se habían conocido los datos de inflación en EEUU, que había registrado un ligero aumento tras seis meses de desaceleración. Y el mercado laboral mostraba datos muy sólidos. En enero hubo 517.000 nuevos puestos de trabajo y en febrero unos 311.000 más. En los dos casos, más de lo esperado por Wall Street y muy por encima de lo que sería consistente con el objetivo de la Reserva Federal de llevar la inflación por debajo del 2% anual. Con la política monetaria, la Reserva Federal intenta enfriar el mercado laboral para que esto afloje las presiones inflacionarias.
Un acontecimiento como la quiebra del SVB era justamente el riesgo que implicaba la política de un subida rápida de la tasa de interés. La duda ahora es qué debe hacer la Reserva Federal ante el endurecimiento de crédito, una reacción del mercado que tiene un efecto similar al de una suba del tipo de interés. La decisión es crucial: un exceso de dureza en la política monetaria puede derivar en una recesión en EEUU.
Una recesión en EEUU es algo atípico. Para entender su importancia hay que recordar cuáles fueron las anteriores. En una columna publicada esta semana en The New York Times, el nobel de Economía Paul Krugman recuerda que las recesiones de 1990, 2001, 2008 y 2020 fueron antecedidas por graves perturbaciones: la guerra del Golfo, los atentados del 11 de septiembre, la quiebra de Lehman Brothers y la irrupción del COVID-19.
¿Puede considerarse la quiebra del SVB como un acontecimiento equivalente a los anteriores? Parece difícil. En especial, si se tiene en cuenta que el mercado laboral de EEUU está en un momento de gran robustez. Pero las grandes crisis pueden desencadenarse en forma imprevista. Tal vez la quiebra del SVB haya sido solo una señal de alerta y todavía no haya ocurrido el verdadero disparador de la crisis
Lo que sí evidenció por el momento la crisis bancaria es la importancia de los Estados en la regulación del sistema financiero internacional. La articulación público-privada funciona tarde o temprano aunque deje algunas víctimas en el camino.