El mundo atraviesa cambios dramáticos para los que la mayoría dirigentes no están preparados. Muchos no entienden la nueva agenda ni tienen las herramientas para hacerles frente. Esto era cierto antes de la pandemia; ahora lo es todavía más. Los partidos políticos, organizaciones que han sido cuestionadas y perdido representatividad en las últimas décadas, pueden cumplir un rol clave en este contexto: formar nuevos cuadros para los nuevos tiempos.
La militancia social y política es una forma de solidaridad, acción colectiva y empatía hacia el pueblo. Hasta hace no mucho tiempo, se creía que el contexto y, en especial, la tendencia política de los mayores influía en la identidad de los jóvenes. No obstante, en el nuevo contexto, la mayor influencia de la juventud es la tecnología. Es un cambio de paradigma, una nueva forma de crear grupos de pertenencia, en la que cada uno puede instaurar su propia ideología.
La identidad política y social se asocia a la pertenencia a ciertos grupos que tienen en común la lucha por alguna forma de poder y no suelen coincidir en la totalidad de la concepción sobre el mundo. Esta falta de definición tiene un costado positivo: es un reflejo de la pluralidad y la amplitud de un espacio político. Pero tiene, evidentemente, un aspecto perjudicial: la falta de una visión en común. Algo muy necesario en tiempos turbulentos. Como militantes debemos consolidar la base para crear una identidad definida y sostenible en el tiempo.
Un viejo debate político gira en torno a las condiciones sociales y económicas necesarias para el buen funcionamiento de la democracia. ¿Puede haber democracia sin desarrollo? La democracia —plena y participativa— y el desarrollo —humano y sostenible— forman un binomio inseparable. Y esto se vuelve evidente a nivel local, donde se torna más explícitos los conflictos sobre la democracia y el desarrollo, vinculados con aspectos medioambientales, económicos, culturales, políticos y sociales. Aunque deben pensarse en articulación con las dinámicas nacionales y mundiales.
La formación de cuadros debe tomar en cuenta el proceso de generación de nuevas identidades políticas y todas las dimensiones que hacen a los conflictos de la participación democrática y la nueva agenda del desarrollo humano y sotenible. Si no, difícilmente podrá contribuir a la politización de las organizaciones sociales y sus miembros y más aún a la creación de un sistema político democrático.