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El presidente electo, Alberto Fernández , durante el juramento del gobernador de Tucumán, el 29 de octubre de 2019. / REUTERS

El país estaba sumergido en una de las mayores crisis de su historia cuando el presidente, Eduardo Duhalde, impulsó la ley de medicamentos genéricos. La norma fue aprobada y logró el abaratamiento de los remedios. El Gobierno fue todavía más allá: a través del plan Remediar, distribuyó medicamentos gratuitos en los centros comunitarios de salud de todo el país. Un programa similar, aunque menos ambicioso, provocó el derrocamiento del Gobierno de Arturo Illia cuatro décadas antes. ¿Por qué Duhalde sí pudo?

Una idea muy instalada es que los gobernantes no hacen lo que pueden, sino lo que la realidad les permite. El sentido de oportunidad y el timing son activos valiosísimos en política. Una crisis dramática, como la que provocó el fin de la convertibilidad y como la que actualmente atraviesa el país, es un momento especialmente oportuno para hacer grandes reformas. La realidad permite más en tiempos de crisis. Por eso Duhalde pudo impulsar una política tan audaz. Y por eso mismo el Gobierno de Alberto Fernández está frente a una oportunidad histórica para hacer cambios estructurales que en momentos de normalidad jamás podría.

Alberto Fernández, sin embargo, está en la retaguardia desde que asumió. La pandemia ahondó una grave crisis preexistente y la convirtió en la peor crisis de la que se tenga registro. Hay un diagnóstico compartido entre los economistas, los políticos y los diferentes decisores que operan en la realidad del país: el panorama se acerca a la catástrofe. Los indicadores económicos y sociales son peores que en 2002 y se avizora un futuro que tiene mucha más incertidumbre que certezas.

Antes de la llegada del COVID-19, ya se sabía que el de Alberto iba a ser un gobierno difícil. Argentina entró hace tres años en un atolladero del que no puede salir. Desde la mega devaluación de abril de 2018, el país está sumergido en una crisis que no encuentra piso. Se unen factores estructurales y coyunturales. Es imposible, en este escenario, imaginar un horizonte de estabilidad mínimo para el funcionamiento del sistema. Las crisis recurrentes que antes llegaban cada 10 años ocurren hoy cada dos, o menos. Si no se empieza a resolver la cuestión estructural, las crisis cada vez serán más profundas y frecuentes. Argentina en esta dirección se está tornando un país ingobernable.

La hora de los moderados

En el mapa político hay un dato central. Si la crisis de 2002 dejó un sistema de partidos frágil y atomizado, la crisis actual muestra un cuadro bien diferente. En las últimas elecciones se recreó un sistema con dos grandes polos. Al contrario de lo que puede parecer a primera vista, este puede ser el punto de partida de un esquema centrípeto en la toma de decisiones. Uno que distribuya incentivos hacia los sectores más racionales y premie a quienes estén en una postura de centro. Si se concretara, llegaría la hora de los moderados.

La renegociación de la deuda fue una señal en ese sentido. Todo del arco político estuvo cohesionado detrás de una misma postura. La liga de gobernadores es otra herramienta fundamental para gobernar de manera colegiada y lograr capilaridad territorial en las decisiones. Sigue siendo imperiosa la necesidad de conformar un Consejo Económico y Social, un ámbito donde los actores que están por fuera del partidismo se sientan incluidos. Empresarios, Sindicatos, Iglesia —católica y evangélica—, movimientos sociales: todos deben ser convocados. Es fundamental robustecer el sistema de representación en un marco de fuertísima fragilidad.

Los temas sobre los que debemos sentarnos a discutir son conocidos hace mucho tiempo: ¿Cómo encarar una reforma jubilatoria para hacer sostenible el sistema previsional? ¿Cómo generar un esquema impositivo simple, racional y progresivo? ¿Cómo ampliar las exportaciones y terminar con la restricción externa que nos asfixia desde hace décadas? ¿Cómo crear un esquema federal de infraestructura que potencie a las regiones? ¿Cómo generar empleo registrado, de calidad y con buenos salarios?

A fin de cuentas, tenemos que debatir qué modelo de desarrollo vamos a implementar para sacar de la miseria a más del 40% de nuestros compatriotas. Tenemos la oportunidad, no la desaprovechemos una vez más. Seamos conscientes de que los problemas estructurales que venimos acarreando durante décadas pueden sellar la suerte del oficialismo actual y la de quienes quieran serlo en un futuro.