Pronunciado el día 24 de diciembre de 1958 por radiodifusión y T.V.
Esta noche, en los hogares argentinos, hombres, mujeres y niños reunidos en torno a la mesa familiar celebramos el Nacimiento de nuestro Redentor. Brindamos por la dicha venidera y formulamos votos de felicidad para cada uno de los seres amados. Dedicamos nuestro corazón a los días que vendrán y recorre nuestro corazón un recuerdo para nuestros muertos queridos.
Esta comunión espiritual es posible porque está colocada bajo el signo de la fe y de la esperanza.
La escena que vivo en mi hogar se repite en millones de hogares de la patria, en las ciudades bulliciosas y en medio del campo lleno de silencio, en la costa patagónica azotada por el viento y al borde de la inmensa cordillera nevada. Un mismo cielo nos cubre a todos, un mismo sentimiento une nuestros corazones.
Podemos concebir esta escena como la imagen cabal de lo que realmente somos: una gran familia unida en torno a afectos e ideales comunes. Es la inmensa familia de todos los argentinos, espiritualmente unida en un acto de fe y de esperanza. Es la familia argentina que anhela vivir unida par siempre, que quiere desterrar de su corazón todo vestigio de odio. Es todo un pueblo sediento de paz, respeto y verdadera hermandad.
Todos tenemos el deber humano y cristiano de hacer realidad ese anhelo. La mayor responsabilidad nos comprende a quienes hemos sido elegidos por el pueblo para cumplir ese mandato. Pero es una responsabilidad que comparten todos los hijos del país, porque esta voluntad de reconciliación y solidaridad debe ser ganada, ante todo, en el corazón de cada argentino.
Como gobernante, en el año que termina, hemos cometido errores y hemos logrado aciertos. Pero unos como otros, los errores como los aciertos, han tenido esa sola inspiración: la voluntad de lograr que todos seamos hermanos sobre la hermosa tierra argentina y la firme decisión de poner esa unidad esencial al servicio de la grandeza de la Nación y del bienestar de todos su pueblo.
Dentro de pocos días estaremos en un nuevo año.
Será un año difícil, de mucho trabajo y de mucho esfuerzo. Tenemos que entrar en ese nuevo año con el mismo espíritu que preside la celebración de esta noche: con el corazón lleno de esperanza y la voluntad dispuesta a todos los sacrificios.
Es la gran familia de todos los argentinos que se apresta a iniciar una gran experiencia: debemos realizar el milagro argentino y demostrar que también nosotros somos capaces de transformar el desaliento en esperanza y las ruinas en espléndidas victorias. Para ello es necesario tener la firme decisión de hacerlo y hacerlo todos juntos.
Necesitamos también apelar a las reservas morales del país, tener fe en el futuro y confiar, sobre todo, en nuestras propias fuerzas. Nada se podrá hacer sin espíritu de sacrificio, sin conciencia de responsabilidad y sin un profundo sentido moral del destino de cada cual en el país y del país en el mundo.
Formulemos votos por la felicidad de todos los hijos de esta misma patria y unámonos en un abrazo fraterno. Prosigamos bajo el mismo signo de amor, fe y esperanza que nos reúne esta noche y que renueva en el alma la felicidad de sentirnos todos solidarios, lo mismo en el dolor que en la alegría.
Pidamos a Dios que nos dé fuerzas para ser dignos del futuro que todos juntos debemos construir. Desde la intimidad del hogar quiero repetir como un ruego las palabras que pronunciara al asumir la responsabilidad del gobierno. En el umbral del nuevo año, pedimos a Dios que nos siga otorgando bondad para amar al prójimo, capacidad para inspirar confianza y humildad para reconocer nuestros propios errores.