Es necesario reconstruir la economía argentina después de la pandemia. Ello conlleva necesariamente a la reconstrucción industrial, lo que supone la definición de un nuevo perfil industrial. Un perfil que supere las estructuras prepandemia y eluda la tentación de reeditar nuestra anacrónica resignación pastoril basada en el aprovechamiento mezquino de nuestras menguadas —aunque aún importantes— ventajas comparativas. Ya es tiempo de reconocer que los males endémicos de Argentina no se resuelven con algunas buenas cosechas o con los esporádicos buenos precios de los productos primarios.
Hace 60 años, el imperativo era recuperar el tiempo perdido y subir el país a la segunda ola a la que aludía Alvin Toffler. Muchos calificaron aquellos exitosos esfuerzos por acelerar la segunda revolución industrial como la epopeya desarrollista. Fueron parte de esa epopeya lo contratos petroleros y el autoabastecimiento de acero, la explotación del carbón y de mineral de hierro, la aparición de la petroquímica y la explosión de la industria automotriz. Durante los años desarrollistas se mecanizó el agro y se extendió la red de caminos rurales. La miopía política y los intereses mezquinos impidieron que se completara semejante proceso, pero ya nadie discute que ese era el camino para saldar la gran asignatura pendiente de Argentina: el desarrollo.
¿Sigue siendo ese el camino?
El desarrollo es aún una cuenta pendiente, pero no puede seguir la misma dinámica porque estamos ante un mundo disruptivo, inmerso en la aceleración de la sociedad del conocimiento y que enfrenta las necesidades urgentes de dar respuesta al colapso ecológico. Los países que ignoren estas realidades y continúen distraídos con sus rencillas domésticas y sus penurias coyunturales serán los grandes perdedores. La única normalidad que tenemos por delante es el cambio permanente. La reindustrialización posterior a la pandemia apuntará más al surgimiento de nuevos sectores a cargo de nuevos emprendedores que una mera resurrección vegetativa de actividades de la vieja guardia.
Los pilares de la reindustrialización
Argentina puede emprender un proceso de reindustrialización basado en cuatro pilares: el de consumo final, el estructural, el primario transformador y el tecnológico e innovador.
El primer pilar apunta al consumo masivo de la población y está fuertemente vinculado al mercado interno. Son industrias sólidas y rentables, orientadas a producir bienes y servicios relacionados con la salud, la vivienda, la educación, la alimentación, la vejez y el esparcimiento. Son imprescindibles para incrementar la calidad de vida de las mayorías y superar la exclusión y el dualismo económico y social. Es un sector con importante presencia de pequeñas y medianas industrias.
Las políticas desarrollistas de Arturo Frondizi priorizaron las actividades del segundo pilar, que denomino estructural. Son industrias fundamentales para la autodeterminación económica: energía, petroquímica, siderúrgica, automotriz, transporte, comunicaciones, telecomunicaciones, ferroviaria. Son industrias madres de otras industrias. Deben ser concebidas en el marco de la integración latinoamericana y contemplar una protección sensata y una apertura estratégica a la inversión extranjera.
El pilar primario transformador se asienta en el potencial argentino en agricultura, ganadería, pesca, vitivinicultura, minería y economías regionales en general. Tiene como objetivo impulsar el incremento de las exportaciones, pero con mayor valor agregado y alta productividad, a la vez que armoniza con la plena disponibilidad de estos bienes en el mercado interno.
El último pilar es el tecnológico e innovador. Es un vector del desarrollo que no debe ser concebido solo como un nuevo y voluminoso sector exportador de servicio, sino también como una palanca para potenciar otras ramas. Es el responsable de brindar a los otros pilares el acceso al paquete tecnológico de la tercera ola, imprescindible para producir competitivamente en el capitalismo del siglo XXI que sobrevendrá.
El impulso articulado a estos cuatro pilares deberá apoyarse en un proyecto político capaz de convocar y conciliar las enormes energías humanas y materiales todavía disponibles en nuestra sociedad. Ello requerirá instituciones previsibles e inclusivas, capaces de revertir el actual círculo vicioso de la pobreza en un círculo virtuoso de progreso y bienestar.