Con la salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Argentina podría perder acceso al fondo que le permite comprar vacunas e insumos sanitarios a precios más económicos y garantizar su disponibilidad y dejaría de recibir apoyo en programas de enfermedades transmisibles, salud mental, maternidad e infancia.
Con la salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Argentina podría perder acceso al fondo que le permite comprar vacunas e insumos sanitarios a precios más económicos y garantizar su disponibilidad y dejaría de recibir apoyo en programas de enfermedades transmisibles, salud mental, maternidad e infancia.

La decisión de abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS) por parte del gobierno nacional responde a una característica marcada de su estilo: identificar dificultades acuciantes y pretender solucionarlas por medio de su anulación cuasi mágica.

Que la OMS no haya estado a la altura que le correspondía en el manejo de la pandemia del covid-19 es parte de un debate, reflexión y praxis que nos debemos como sociedad global, pero como país deberíamos empezar por asumir las propias faltas pasadas y presentes en la gobernanza sanitaria, en lugar de apuntar a un chivo expiatorio externo.

Por cierto, el tema en cuestión ya se bosquejaba en julio pasado, cuando el gobierno negó la actualización del Reglamento Sanitario Internacional (RSI) en el marco de la 77 Asamblea General de la OMS. Para entonces como ahora, merece aclarar que la participación en la OMS forma parte de adscripciones a tratados internacionales con jerarquía constitucional, por lo que mal puede leerse como imposiciones ajenas a la soberanía nacional.

Precisamente, se trata por el contrario de las múltiples faltas que acumulamos a lo largo de los años en esa materia. Por caso, no tener una política sanitaria como la del Observatorio Europeo de Salud y un Gabinete Estratégico de Gestión Operacional conjunta. No fue culpa de la OMS que cada provincia y cada municipio resolviera según pautas locales de qué manera bloquear las rutas con tierra, como si fueran fronteras para los virus. Alcanza con mirar el registro de vacunaciones y preguntarse nominalmente a quiénes responden. O notar, por ejemplo, la ausencia de una Gerencia Pública Contable y Agencia de Información y Comunicación.

Una vez más, vale la frase por la cual lo contrario de la responsabilidad no es la irresponsabilidad, sino el conformismo. El conformismo de buscar el chivo expiatorio y no marcar el vacío de idoneidad y la ausencia de un Tablero de Comando responsable. El vacío de un gobierno garante a cargo del Estado. ¿Cuál es “el Estado de la Nación” hoy?, para usar una fórmula del país que gusta emular el presidente. País que desde su poderío al menos cuenta con respaldo para afrontar la homóloga decisión de abandonar la OMS.

¿Pero en qué estado se encuentra nuestra Nación en materia sanitaria? Baste el siguiente ejemplo. Un informe del año pasado del Observatorio de Cáncer del Instituto Oncológico Henry Moore (IOHM), centro de derivación y de formación en posgrados y residencias de la especialidad de la Ciudad de Buenos Aires, demostró con datos de atención que, por la pandemia de Covid-19, el país había retrocedido 20 años en el diagnóstico de nuevos tumores.

El concepto de salud global constituye una parte de la salud pública, por lo cual debemos trabajar sobre la realidad y no teorizar sobre la verdad. Resulta infantil, por no decir peligroso, pretender darle la espalda a la columna vertebral de la red internacional sanitaria, que será mejor o peor, pero es la realmente existente. No se puede desertar de la realidad.