desarrollista
Raúl Uranga y Carlos Sylvestre Bengnis, en un mítin político en 1960

El 1 de mayo se cumplieron 60 años de la asunción de Frondizi. Desde entonces, ningún proyecto logró construir una visión de país como la del presidente desarrollista, ¿por qué?

“Frondizi gobierna cada día mejor”, dice Juan Carlos De Pablo y no sé qué pensar. A veces me parece una ocurrencia simpática, a veces preocupante. ¿Nostalgia, reivindicación tardía o, como diría el general más popular, es que los que vinieron después fueron peores? En cualquier caso, no son pocos los que hoy consideran al presidente desarrollista como el último estadista argentino. Este 1 de mayo se cumplieron 60 años desde la asunción de Frondizi. Seis décadas. ¿Qué pasó que no volvió a repetirse una experiencia política parecida desde entonces?

Hay algo de excepcional e irrepetible en el gobierno de Frondizi: fue el primer presidente electo después de Perón. Cuando llegó al poder la sociedad estaba fracturada entre peronistas y antiperonistas. Terminaba la Revolución Libertadora, que había perseguido y proscrito a los peronistas e intervenido los sindicatos. Y había fusilado en el basural de José León Suárez. Frondizi era el líder del partido radical, que también se había roto en dos: la UCRI y la UCRP. Su programa era “paz social y legalidad para todos”, lo que significaba levantar la proscripción del peronismo y devolver el control de los sindicatos a los trabajadores. Buscó el apoyo de Perón, su antiguo adversario, porque creía que el desarrollo solo podía hacerse con un proyecto nacional con base en feel movimiento obrero, entonces representado por el partido del general. Quiso unir la tradición republicana radical, muy presente en sus discursos, con la justicia social peronista. Pateó el tablero, para decirlo en criollo.

Fue un gobierno difícil, amenazado por la conflictividad social y la presión del poder castrense, que hizo más de 30 planteos militares. De hecho, duró solo cuatro años —el mandato era de seis— porque fue derrocado por un golpe de Estado. Pero fue, sobre todo, un gobierno que impulsó enormes transformaciones que sentaron las bases para un nuevo modelo de industrialización. Logró el autoabastecimiento energético, prácticamente creó la industria automotriz, puso en marcha la siderurgia y la petroquímica y dio impulso a otras industrias de base. Reorientó la inserción internacional del país y logró atraer capitales extranjeros. Buscó remover las trabas para el desarrollo del país, y lo logró con un notable éxito para un plazo tan breve.

Existe hoy en Argentina un consenso generalizado que reivindica a Frondizi y las ideas desarrollistas. Los tres candidatos mejor posicionados en las últimas elecciones presidenciales se declaraban en 2015 de alguna manera admiradores del correntino. ¿Por qué, entonces, no se volvió a intentar un proyecto de desarrollo como el suyo? Los más escépticos dirán que no existe tal reconocimiento. Que lo que pasó fue que el desarrollismo se convirtió con el tiempo en un fuerza política irrelevante. Que acarician a Frondizi como a un león viejo y con los dientes desafilados, inofensivo. Que se parece al caso del multimillonario George Soros, que hasta se dio el lujo de destacar el aporte de Karl Marx  a 150 años de la publicación de El Capital. Que es el privilegio de los que ya solo son historia.

El último que tuvo una idea

Otra explicación posible: eran otros tiempos. Era el mundo de De Gaulle, Adenauer, Kennedy, Nerhu, Nasser, Kubitschek. Era la época de los grandes líderes y los padres de algunas patrias. Y era la hora del desarrollo. El proceso de desconlonización había puesto al desarrollo en el centro de la agenda global, con la guerra fría como telón de fondo. Eran los años en los que EE UU intentaba la Alianza para el Progreso y Europa atravesaba los treinta años gloriosos, en los que forjó los Estados de Bienestar. Los procesos de desarrollo del sudeste asiático comenzaron todos en los sesenta. Era un momento para ser optimista, para soñar un futuro distinto. Así lo soñaba Frondizi: “Tenemos que extirpar hasta sus raíces la ignorancia, la miseria, la enfermedad y el miedo al futuro, tenemos que construir puentes, diques, caminos, oleoductos, usinas y fábricas sobre toda la República. Habrá que volcar tractores, equipos electrógenos, talleres y máquinas agrícolas sobre todos los campos. Tendremos que multiplicar los camiones, los vagones y las locomotoras. Las alas argentinas surcarán todos los cielos y la bandera de la patria flameará por todos los mares como una mensajera de progreso”.

Tenía una visión de futuro y eso marcó la diferencia. Así lo interpreta Tomás Abraham. “Fue el último presidente que tuvo una idea de país”, subrayó en 2012 el filósofo, durante la presentación de los libros que compilan los discursos del presidente desarrollisita, editados por la Fundación Frondizi. Para Abraham eso lo cambió todo. Y es lo que no volvió a repetirse. ¿Ya no queda lugar para las grandes ideas?

“Hay que sacar a Entre Ríos del barro”

Raúl Uranga asumió la gobernación de Entre Ríos el mismo día que Frondizi juró la presidencia. Y lo hizo con una idea propia de futuro para la provincia.  “Hay que sacar a Entre Ríos del barro”, era su lema de campaña. Y fue el eje de su gobierno: se proponía eliminar la incomunicación interna de la provincia y el aislamiento con el resto del país. Estas dos barreras inhibían cualquier posibilidad de desarrollo y tenían orígenes geopolíticos. Las Fuerzas Armadas consideraban una guerra con Brasil como hipótesis de conflicto y sostenían que mantener la Mesopotamia sin conexiones físicas hacia el resto del país ni caminos internos era la mejor estrategia defensiva.

Romper el aislamiento se convirtió en una obsesión para Uranga. Y con determinación, esa obsesión se plasmó en la obra cumbre de su gobierno: el túnel subfluvial . El túnel no fue solo un hito para el desarrollo de Entre Ríos, también es un símbolo del federalismo. La posibilidad de construir un puente estaba bloqueada por la negativa de la Casa Rosada a autorizar la obra; el túnel, en cambio, no necesitaba luz verde del gobierno nacional porque el lecho del río se consideraba jurisdicción interprovincial. Raúl Uranga y Carlos Sylvestre Bengis se reunieron en 1960 en un bar de Paraná y acordaron construir el túnel. Era una obra inédita y la emprendían dos provincias a pesar de la oposición del gobierno nacional. Vale recordar: los tres gobiernos eran del mismo partido.

El tiempo agiganta las figuras de Frondizi, Sylvestre Begnis y Uranga. Hoy parece imposible emprender proyectos como los que ellos llevaron adelante. Desde aquel sueño de Frondizi, el país naufragó varias veces y sufrió, a partir del giro neoliberal de los 70, la decadencia social y económica. Hoy tiene una estructura económica incapaz de dar oportunidades y garantizar una vida digna a todos sus ciudadanos, lo que se refleja en un 25% de pobreza estructural y un país hiperconcentrado en la capital y el conurbano, con un subdesarrollo rampante en buena parte del interior.

Pasaron 60 años, ¿aprendimos algo? Hoy las gestas épicas tiene mala prensa. Tal vez sea el coletazo del “relato” kirchnerista o de la ilusión propia de las redes sociales: la política cercana, que se ocupa de los problemas concretos. Pero los problemas argentinos no son (solo) de índole municipal. El desarrollo es la gran cuenta pendiente del país y requiere proceso de transformación estructural. Si Frondizi lo pudo hacer fue porque, como dijo Abraham, tuvo una idea. Pero, sobre todo, porque creía sinceramente en ella y tuvo la determinación para llevarla a cabo.