Primero deberían pasar a segundo plano las ideologías personales de los gobernantes de turno. Los “intereses nacionales” no son un latiguillo de campaña; deberían ser los objetivos del planeamiento a mediano y largo plazo como los que realizan los países serios y con identidad. Eso requiere incorporar el pensamiento estratégico como categoría única de razonamiento del Estado.
El desarrollo industrial y tecnológico requiere alinear población, educación, empresarios, científicos, tecnólogos, y acuerdos de cooperación internos y externos. Requiere un clima de diálogo fraterno para presentar externamente un frente común. Es casi básico.
El análisis geopolítico debe aportar el cuadro de situación internacional, describiendo los conflictos existentes, su proyección y posibilidades de escalamiento, siempre haciendo foco en las interacciones más favorables para el interés nacional, según cada actor internacional.
A Argentina le conviene seguir negociando con todas las potencias, aunque éstas estén en guerra o escalando los conflictos, pero debe saber con precisión cuales son las restricciones sectoriales que ello implica. Aprendimos (¿?) de Malvinas que no debemos “entusiasmarnos” con apoyos “amigables”, que terminan beneficiando más a quienes lo proponen. Aprendimos (¿?) de la base china de Neuquén que meternos en temas de seguridad internacional requiere mucho análisis estratégico y evaluar pros y contra. Aprendimos (¿?) del endeudamiento externo que la dependencia externa sale muy cara en los términos de la guerra irrestricta o híbrida en curso. Aprendimos (¿) de que mojarle la oreja al grandote (del barrio o de otro barrio) tiene sus consecuencias, generalmente no buenas. Aprendimos (¿?) que sin un plan estratégico nacional consensuado el zigzag suele empeorar las cosas.
Las relaciones internacionales provechosas para los intereses nacionales (no los personales) no se pueden improvisar ni ser producto de la impericia. En un mundo tan interdependiente, pero de configuración variable y cambiante, no queda ningún margen para el seguidismo automático (ideologismo naif), la absoluta neutralidad (aislacionismo), ni el desafío autista (ideologismo anti-hegemónico). Lo más racional es transitar el complejo camino de seleccionar cuidadosamente los compromisos a asumir con cada uno de los actores más importantes para con ello anticipar, transparentar y clarificar públicamente los intereses propios, haciendo más eficiente las negociaciones y poniendo sobre la mesa un valor importante en el mundo: la previsibilidad de los actores.
En el escenario de la actual confrontación sino-rusa-norteamericana es necesario vincular cuestiones de política exterior, económico financieras, comercio, defensa y seguridad en un esquema de realismo integral, evitando sobreactuaciones de consumo interno, así como poner más atención a temas centrados en nuestros propios intereses nacionales.
En temas de defensa y seguridad, estando nosotros situados geográficamente en América y culturalmente en Occidente, no deberíamos ser usados innecesariamente como arietes anti-hegemónicos del conflicto mayor: no hay que morderle la cola al león. En cuestiones de tecnología, siendo ésta un tema central del conflicto, la prudencia debe combinarse con una fuerte negociación que permita cortar camino en la incorporación nacional de conocimiento práctico (paquetes tecnológicos; cajas negras) y la radicación de industrias de alta tecnología: no regalar el mercado (aunque no sea tan grande) sólo por las promesas edulcoradas de inversiones externas. En el campo de las tecnologías sensibles, hay proveedores chinos que implican cuestiones de seguridad y conflicto: deberíamos mantener un control propio de los puntos clave sin dejar de comprarles equipamiento a China. En cuestiones comerciales o de inversiones, buscar ampliar los mercados y la mejora de los precios, independientes de las restricciones que los actores en conflicto tengan entren ellos: neutralidad pro intereses nacionales. En el caso de Rusia-Ucrania seguir comerciando con todas las partes. Con China deberíamos incrementar nuestros negocios, pero buscando un mejor balance de divisas, con productos de mayor valor agregado nacional. En cuanto a los recursos estratégicos (litio, por ejemplo) mejorar sustancialmente el valor agregado nacional y la incorporación de tecnologías locales que protegen el medio ambiente. En lo cultural defender los valores tradicionales de Occidente, algo deteriorados en los países centrales por excesos de una cultura materialista y ultra individualista, sin alineamientos automáticos y diferenciándose de las hipocresías del doble estándar, con equilibrio y sin condenar “definitivamente” a nadie.
En política exterior seguir los lineamientos tradicionales de Argentina: multilateralismo activo, no alineamiento y búsqueda de la paz, así como condenar institucionalmente cualquier abandono de las normas que regulan las conductas establecidas por la Naciones Unidas. Respetar las tradiciones institucionales, organizativas, históricas y culturales de otros países: el mundo no se divide entre buenos y malos. El orden mundial debe organizarse con todos, evitando la creación de bipolarismo o de “cortinas” que impidan un intercambio amplio con todos los países del mundo; un nuevo orden westfaliano que respete el equilibrio de poderes, y de más libertad a los estados más pequeños.