La política exterior desarrollista fue diseñada como una herramienta para potenciar el plan de desarrollo. Proactiva e instrumental, independiente y abierta al mundo sin limitaciones ideológicas.
La política exterior del presidente Arturo Frondizi siguió una estrategia inteligente acorde al contexto y las oportunidades que ofrecía la geopolítica de la Guerra Fría. El objetivo era promover el desembarco de las inversiones extranjeras para consumar el desarrollo nacional. Para ello, buscó fortalecer los lazos y limar las viejas asperezas con los países vecinos, posicionar al país como un actor gravitante en el concierto de las naciones y la defensa de los principios de tradición yrigoyenista de las autodeterminación de los pueblos y la no intervención. Por su capacidad de adaptarse al contexto, por su coherencia, su innovación y alcance, el programa de inserción en el mundo de Frondizi sigue siendo un modelo para los de desafíos de Argentina en el presente.
La estrategia frondicista se sustentaba en tres elementos fundamentales: la promoción de los intereses nacionales como eje de toda acción política, la conciencia del subdesarrollo nacional y sus limitaciones estructurales —de capital, de recursos, de infraestructura—, y el análisis del contexto mundial como campo de acción.
Inversiones extranjeras
El ahorro interno nacional era en 1958 insuficiente para financiar las inversiones para el desarrollo. Para enfrentar esta limitación, el desarrollismo buscó atraer capitales extranjeros, una solución inspirada en… la Unión Soviética. Esta política fue adoptada por el régimen bolchevique durante la etapa de la llamada Nueva Política Económica (la NEP, entre 1921 y 1929). Atraer inversiones extranjeras hoy parece un objetivo obvio, pero en los 60 era visto como una entrega de soberanía.
La batalla del petróleo fue sin duda el escenario principal donde esta política de atracción de inversiones extranjeras se puso en práctica de manera más agresiva y donde generó la más enconada resistencia de la oposición. Su victoria no solo generó el autoabastecimiento petrolero, sino que equlibró la balanza de pagos, que era altamente deficitaria por sus importaciones.
Coexistencia pacífica
Frondizi y Frigerio comprendieron acertadamente el escenario: era imposible una tercera guerra mundial, por las consecuencias apocalípticas que hubiera tenido un enfretamiento nuclear. Esto implicaba en concreto que millones de dólares dejarían de fluir hacia la carrera armamentística y quedarían disponibles para financiar el desarrollo de los países más atrasados. La competencia entre las dos potencias se trasladaría al plano económico y, en especial, al patronazgo de los países subdesarrollados. Tanto la Operación Panamericana como la Alianza para el Progreso fueron para Brasil y la Argentina la ilusión de un Plan Marshall para América Latina capaz de transformar la estructura productiva. El camino al desarrollo.
Las políticas de padrinazgo económico no sólo explican la recuperación de la posguerra de países que eran desarrollados, como Alemania o Japón, sino el auge de países subdesarrollados como Corea, Taiwan, o Singapur que en las décadas posteriores alcanzaron el mundo desarrollado gracias a las fuertes ayudas de capital externo, que estaban vinculadas a intereses geopolíticos. Esto nos lleva a preguntarnos si acaso no es ese el único camino realista que puede tener tanto la Argentina como América Latina para lograr el imprescindible cambio estructural. Tanto Frondizi como el presidente brasileño Juscelino Kubitschek compartieron esa visión.
En relación a este posicionamiento geopolítico de posguerra la Argentina desarrollista claramente se acercó a los Estados Unidos. Si bien es cierto que al principio de la gestión hubo acuerdos y avances con el bloque soviético, fue el propio gobierno norteamericano el que se prestó también a estrechar vínculos. La visita a Norteamérica de Frondizi, correspondida por la visita Eisenhower a Argentina un año después, eran evidencias de un trasfondo de inversiones productivas, préstamos y financiamiento que fueron fundamentales para el programa de estabilización y desarrollo. Con el ascenso de Kennedy, el vínculo se volvió incluso personal. Los dos estadistas compartían una mutua admiración. Frondizi fue el interlocutor y consejero por excelencia para el análisis de las problemáticas latinoamericanas y en especial el caso de Cuba. Frondizi recomendaba entonces no aislar a Cuba para mantenerla integrada al sistema americano y evitar que cayera bajo la influencia soviética. Finalmente no se siguió la posición argentina, pero el tiempo término evidenciando que la misma era la acertada.
Autodeterminación y no intervención
La cuestión cubana evidencia el otro eje de la política exterior desarrollista muy arraigado en Frondizi por sus orígenes radicales: la autodeterminación de los pueblos. Este significaba que el vínculo de cooperación y cercanía con EE UU no se transformara en un condicionante de la capacidad de autodeterminación propia e incluso de terceros países. Es ese equilibrio justo que permite un vínculo de aliado estratégico, colaborador pero no títere o subordinado de las superpotencias. Esta cuestión se evidencia claramente cuando comparamos la política de los dos gobiernos argentinos más alineados a EE UU en la historia: Frondizi y Menem. El primero se negó a apoyar la exclusión de Cuba de la OEA a pesar de que era un apoyo moralmente importante para EE UU y de que Argentina necesitaba del apoyo económico y político del gigante del norte (que no dejo de otorgar, a pesar del desaire de Frondizi). El segundo asumió un rol bufonesco, que incluso nos llevó a ser parte de una guerra en la que no teníamos nada que ver, como la del Golfo Pérsico en 1991.
Sin duda, donde la estrategia desarrollista puso especial énfasis fue en la promoción de vínculos más estrechos y solidarios con los países vecinos. En particular con Brasil. A partir de Frondizi, Argentina y Brasil comenzaron a dejar atrás una historia de estériles desconfianzas y rivalidades, y se generaron los cimientos para lo que años más tarde sería el Mercosur. Como nunca en aquel entonces los dos países más influyentes de Sudamérica compartieron la misma visión estratégica y comprendieron que alineados ganaban capacidad y poder para negociar con los demás interlocutores internacionales.
El gobierno desarrollista también se acercó a los organismos de crédito multilateral, como el FMI, el Banco Mundial y el BID. Una política que cobró actualidad a partir de la volatilidad cambiaria del mes pasado. Frondizi empleó la deuda externa para financiar el proceso de desarrollo y estabilidad y demostró que tomar deuda no es siempre un error ni va contra los intereses nacionales, sino que puede ser un instrumento que para un proceso de cambio estructural cuando ahorro interno es insuficiente.
Un interlocutor global
Arturo Frondizi inauguró la llamada diplomacia presidencial en Argentina. Los viajes del primer mandatario fueron una política innovadora y los usó con inteligencia para lograr los objetivos de la política exterior del país. Este recurso no fue valorado ni empleado por los presidentes anteriores. Y tampoco por muchos de los posteriores. El contacto en primera persona con el presidente desarrollista fue lo que persuadió a muchos de los líderes mundiales más relevantes de había que tomar en serio a Argentina ya que era gobernada por un verdadero estadista. Fue reconocido por figuras de la talla de De Gaulle, Eisenhower, Nehru, Juan XXIII, Kennedy y Adenauer. Incluso después de su derrocamiento, Frondizi continuó gozando de inmenso prestigio personal en países tan distantes y disimiles como Brasil, Italia, Alemania, Canadá, Taiwán, Estados Unidos, India y China, país que ni siquiera había visitado durante su presidencia.
La política exterior desarrollista fue diseñada como una herramienta para el plan de estabilidad y desarrollo. Fue una política proactiva e instrumental, independiente y abierta al mundo, en un contexto de enfrentamiento geopolítico, con una agenda global sin limitaciones ideológicas. Esto no impidió que posicionara al país como parte del mundo occidental, cristiano y americano. Fue, sobre todo, una política al servicio de los intereses nacionales. Y por eso sigue siendo hoy un modelo para la inserción inteligente de Argentina en el mundo.
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