Argentina puede tener un futuro diferente. No está condenada al estancamiento económico, la desigualdad estructural y la polarización política. Quizás los argentinos deberíamos preguntarnos si creemos que nos merecemos un país mejor. El papa Francisco advierte en su encíclica Fratelli tutti que la «autoestima nacional muy baja» es un riesgo porque pone en peligro la libertad y la identidad nacional. A eso nos enfrentamos.
El Congreso de la Nación expone con claridad la crisis política argentina, que es una crisis del diálogo y los acuerdos. En el parlamento no hay discusiones de fondo e intercambios de ideas, sino monólogos aislados. Es el reflejo del débil compromiso con la construcción de acuerdos y, sin embargo, son esos acuerdos los que el país necesita para salir adelante. Este reclamo surge cada vez con más fuerza desde distintos sectores de la sociedad.
La dirigencia política está en falta. Hace más de medio siglo que no hay un consenso sobre el proyecto de país. Hay que ir más allá de los mensajes de marketing de corto plazo y avanzar en diálogo sincero para buscar soluciones de largo plazo. La dirigencia debe liderar esta agenda y convocar a los distintos partidos políticos y a los sectores que comprenden todo el tejido social. Se puede cooperar y competir: coopera en los puntos en común y competir lealmente para ganar espacios de representación. El primer paso es eliminar la lógica de amigo enemigo.
La polarización, en aumento
Nos encaminamos hacia un mundo más polarizado y agresivo. Pero hay razones para mantener el optimismo. La mayor esperanza para contrarrestar esta amenaza es una nueva generación de dirigentes políticos que está empapada de un espíritu de diálogo y consenso.
Existen oportunidades para generar grandes acuerdos. Con propuestas cumplibles y razonables, que relejan las verdaderas necesidades populares. Es difícil, por ejemplo, que no haya consenso para delinear un plan contra la desigualdad estructural en Argentina. Para alcanzarlo es necesaria una dirigencia relevante con un compromiso real con el diálogo. Los espacios deben llenarse de liderazgos participativos y colaborativos que, con un espíritu nacional renovado, pongan como base fundamental la integración de los intereses comunes y la creación eficaz de los bienes públicos.
La convocatoria al diálogo debe ser amplia y trabajar en los grandes temas del futuro del país. Propongo que el debate gire en torno a tres principios básicos: construir la igualdad, dando a cada uno lo que le corresponde y generando oportunidades; amparar la libertad en todas sus formas; proteger la real, inviolable e inalienable dignidad de la persona humana, con el desarrollo íntegro de los ciudadanos.
Cada sector político puede proponer distintos programas o planes para el país, pero hay una política con mayúsculas que no puede saltar en la nueva generación: el diálogo y el consenso. Ojalá sepamos ser la generación que logró salir de la polarización enconada y alcanzó acuerdos de fondo. Jorge Luis Borges decía que «lo más noble del argentino es la amistad, la pasión por la amistad»; anhelo podamos trasladar esa capacidad a una amistad social y una amistad política.
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