El mérito está en el centro del debate político en Argentina. A tal punto que el presidente, Alberto Fernández, cuestionó en público el concepto de meritocracia: «Lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres». La crítica de Fernández apunta a uno de los mitos fundamentales de la sociedad argentina, que quedó grabado a fuego con el título de la obra M’hijo el dotor, de Florencio Sáchez.
La declaración del presidente solo tiene sentido como una respuesta al gobierno anterior. «La meritocracia fue la única idea de filosofía política que aportó el macrismo a la sociedad«, considera el politólogo José Natanson. El director de Le Monde Diplomatique Cono Sur recuerda que unos meses después de la asunción de Mauricio Macri, Chevrolet lanzó una campaña publicitaria que comenzaba con la frase: «Imaginate vivir en una meritocracia». El spot era una rivindicación del meritócrata: personas que «tienen lo que merecen» y viven «pensando cómo progresar». Un pequeño símbolo que reflejaba el cambio de valores de quienes detentaban el poder, después de 12 años de kirchnerismo.
Los detractores de la meritocracia son variados y tienen un representante de peso: el papa Francisco. «Quien busca pensar en el propio mérito, fracasa», sentencia Francisco. Por este tipo de declaraciones, sus críticos lo tildan de pobrista. Entre ellos, el compañero de fórmula de Macri en 2019, Miguel Ángel Pichetto. El Papa respondió a esta polémica en su última encíclica Fratelli Tutti, donde aclara: «Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo».
El padre del desarrollismo, Rogelio Frigerio, coincidía con la visión de Francisco. Consideraba que los planes de asistencia eran «paliativos que son mejor que nada, pero no brindan soluciones de fondo», como declaró a La Prensa en 1993. Frigerio sostenía que el desarrollo es la única política coherente para elevar las condiciones sociales en forma sostenida.
Un modelo que acentúa las desigualdades
La iniciativa privada y el afán de lucro son el corazón del desarrollo capitalista. Una sociedad que no fomente el esfuerzo y la creatividad individual está condenada al estancamiento. ¿Por qué, entonces, el valor del mérito es tan cuestionado?
«La meritocracia —explica Mariano Narodowski explica en una entrevista en La Nación— es un tipo de organización que adjudica más recursos materiales y simbólicos a quienes hacen algo mejor que los demás, es decir, no reconoce el esfuerzo, sino el resultado». El exministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires advierte de que este modelo desconoce la desigualdad de origen y, finalmente, la exacerba. Argentina tiene hoy niveles de desigualdad que dan la razón al presidente Fernández. Pero la desigualdad no desacredita el valor del mérito y el esfuerzo.
El problema es el mérito como megavalor y fundamento de los prejuicios más profundos. Para compensarlo se pueda echar mano a otro valor que cita Francisco en la última encíclica: la solidaridad. «La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une», plantea el Papa.
La discusión sobre el interés particular y el bien común es antigua. Y existen posiciones que congenian ambas posturas desde hace siglos. Alexis Tocqueville estudió cómo la incipiente sociedad norteamericana supo equilibrar el individualismo con el bien común. Definió a esta convergencia como el «interés bien entendido». Explica Tocqueville en el libro La Democracia en América: «El hombre, al servir a sus semejantes se sirve a sí mismo, y su propio interés consiste en hacer el bien (…) los habitantes de EEUU sabían casi siempre ligar su propio bienestar al del sus conciudadanos».
Argentina tiene más del 40% de su población en situación de pobreza. Está quizás frente a la disyuntiva más angustiante de su historia. El esfuerzo y el trabajo son factores fundamentales para recuperar la senda del desarrollo, pero insuficientes si quedan limitados a la visión meritocrática. Se requiere algo más. De cómo sobrelleve Argentina esta crisis, dependerá que pueda afirmarse como una nación orgullosa y abierta a todos los pueblos de la tierra; como una comunidad llena de logros de grandeza concebidos en espíritu fraternal. Como una verdadera nación.