Bajo la denominación de economía social, se computa aquí a aquellas organizaciones que tienen una operatoria diferenciada de la que despliegan las empresas capitalistas. Ambas actúan en los mercados, aunque parte de la economía social, la vertiente que, en Argentina, se conoce como economía popular, suele canalizar su actividad en mercados informales y en ferias comunitarias.
En las empresas con fines de lucro los beneficios se distribuyen en función del capital, incorporando la plusvalía generada por el mismo. En cambio, en las empresas de la economía social, las decisiones se toman de forma democrática (un miembro, un voto) y los resultados se reparten según el volumen de las operaciones efectuadas, sin importar el capital aportado por cada uno de los asociados.
Su dimensión abarca desde productores familiares a emprendedores jóvenes, micropymes informales, cooperativas, asociaciones civiles, monotributistas, artesanos y recicladores. Todos ellos diversificados en una gran cantidad de rubros: alimentos, muebles, indumentaria, servicios, entretenimiento, cultura, gastronomía, metalurgia, química, plástica, pesca o construcción entre otros. Las hay con alta productividad, como las que se desarrollan en el sector agroindustrial, y de baja como el textil. En sus diversos formatos contiene, y dan dignidad a través de la producción y el trabajo, a muchas personas que quedan afuera del subsistema de la economía de mercado y evitan saturar aún más al subsistema del empleo público. Aunque no habría que reducir a la economía social a las iniciativas de menor dimensión, que aglutinan a desocupados o a las que recuperan empresas en crisis. Al lado de esta vertiente de economía popular, se erigen las empresas de economía social, que tallan en la economía regional y tienen emprendimientos líderes en sus rubros como FECOVITA, la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), uno de los operadores de granos más importante del país, o la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca, como así también grandes mutuales de ayuda económica y de salud, entre otras actividades.
Dentro de los distintos regímenes socioeconómicos
Pese a que los pioneros de esta “otra economía” (en particular los de las cooperativas y las mutuales) imaginaron un sistema alternativo al capitalismo liberal y al socialismo estatal, hoy se han desarrollado dentro de los diversos regímenes, insertos en el sistema-mundo capitalista. Y, en esta globalización, la economía social no ofrece ni se ha propuesto ahora erigir otro corpus socioeconómico, otra tecnología alternativa ni otro manejo de los precios en el mercado internacional.
Lo antes expuesto no significa desconocer que hay más de un formato capitalista: los hay más liberales y están los más intervencionistas. Incluso persisten países con modos de producción socialistas, también supeditados a la hegemonía mercantil del capitalismo globalizado. En este sentido, éstos últimos exhiben autoritarismo político, con duras represiones y restricciones a las libertades democráticas. Pero, al mismo tiempo, se alinean a los parámetros económicos globales y han cedido franjas de la actividad productiva a inversiones externas y a burguesías locales con relaciones salariales capitalistas. Ello, sin desmedro de que este “socialismo de mercado” (como es el caso chino), mantiene su planificación plurianual, fuertes empresas públicas y un férreo control estatal sobre las actividades privadas.
Competitividad y racionalidad empresaria
Justamente, por jugar con las mismas reglas, la economía social, debe ser competitiva “hacia afuera” y, “hacia adentro”, socializar su distribución: retornando excedentes, adicionando valores simbólicos y garantizando una efectiva democracia autogestionaria. En ella, la propiedad de los medios de producción es de los asociados y el retorno de los excedentes es equitativo entre ellos. Es más, por su naturaleza doctrinaria y normativa, estas entidades sin fines de lucro, además de bregar por su actividad específica, realizan un esfuerzo significativo en aras del crecimiento y del cuidado del medio ambiente de las localidades, apuntando a un modelo de desarrollo local sustentable.
Tanto las empresas lucrativas, como las de la economía social, actúan en los mercados convencionales y compiten entre sí. Es entonces ineludible lograr racionalidad empresarial, sin la cual unas u otras fracasarían, quedando fuera del mercado, que es una instancia de intercambio, información y socialización insustituible.
La economía social y la popular deben coexistir con regímenes de todo tipo: ser un subsistema diferenciado, junto al subsistema público y al privado lucrativo. Dada su identidad solidaria, es aconsejable impulsar políticas que fortalezcan a esta “otra economía”, procurando que las de economía popular sean generadoras de trabajo genuino, diferenciándolas así de las propuestas asistencialistas que muchas veces erosionan los lazos sociales e inducen a la tentación del paternalismo y del clientelismo político.
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