El 5G impulsa industrias tradicionales y nueva vida digital inteligente
El 5G impulsa industrias tradicionales y nueva vida digital inteligente

El 5G, la quinta generación de tecnología de comunicaciones inalámbricas, que permite la conexión a la red de múltiples dispositivos, es entre 10 y 500 veces mayor que la del 4G y ya comienza a ser realidad en muchos países.  Es la última evolución del proceso de innovación en telecomunicaciones (aunque en China y Corea ya están trabajando en desarrollar la 6G) que se remontan a la 1G, la de aquellos primeros teléfonos móviles que solo permitían hablar. Luego vinieron la tecnología 2G, que introdujo los SMS, y poco a poco nuestro ‘smartphone’ se convirtió en una herramienta de comunicación cada vez más amplia. Después se incorporó la conexión a Internet (3G) y finalmente llegó la banda ancha (4G), lo que trajo consigo la reproducción de vídeos en tiempo real (streaming) o la realidad aumentada, algo a lo que ya estamos muy acostumbrados, pero que hace unos años eran completamente inviables.

Pero el 5G  es mucho más que la mejora cuantitativa de la red 4G: no sólo abrirá las puertas a una conexión más rápida y confiable entre las personas, sino también entre los objetos. Gracias a su velocidad y confiabilidad nos permitirá conectarnos prácticamente en tiempo real algo sumamente relevante para minimizar el tiempo de respuesta de un vehículo autónomo de cara a mejorar la seguridad tanto de los ocupantes como de cualquier viandante que le circunde (imaginemos que ocurriría si el mismo se queda 1 segundo sin conexión). Vehículos, robots industriales, mobiliario urbano (badenes, calzada, paradas de autobús) o cualquier dispositivo electrónico que tengamos en casa (desde la alarma alarma la lavadora, la nevera o el robot aspirador ) podrán conectarse y compartir información en tiempo real. Es el llamado Internet de las Cosas (IoT, por las siglas en inglés de Internet of Thing). Es decir que los objetos, a su vez, estarán conectados. Electrodomésticos inteligentes podrán enviar y recibir información y serán capaces de interactuar entre sí, con o sin participación de las personas. En el ideario de “facilidades” que hoy se enumeran como de aplicación inmediata, tu casa te avisará a qué hora hay que sacar la basura o si dejaste el gas abierto. Sin necesidad de una orden humana, apagará la tele, encenderá las alarmas, subirá el aire acondicionado o descongelará la heladera. A escala urbana, permitirá coordinar el tráfico en forma autónoma, emitir alertas de seguridad, recopilar y procesar información en forma masiva para mejorar la toma de decisiones. Así serán, idealmente hablando, las smart cities.

Además, aumentará la fiabilidad de la conexión y con ello la capacidad de que más usuarios y dispositivos estén conectados al mismo tiempo. Si en la actualidad en un kilómetro cuadrado pueden conectarse 10.000 aparatos, con el 5G podrán activarse un millón. Por algo, uno de los primeros servicios que se ofrecería a los clientes es la conexión en estadios, donde por ahora la cobertura falla en eventos masivos de música o deporte.

El factor temporal clave será la latencia que se reducirá a un milisegundo. Esto significa que los dispositivos móviles se conectarán con un servicio comparable a una conexión de fibra óptica lo que posibilitara la automatización “de las cosas”. Pero tal vez el mayor impacto en la vida cotidiana venga de la mano de la inteligencia artificial. Miles de millones de dispositivos conectados, intercambiando información, tomando decisiones prácticas y aprendiendo a medida que procesan los datos. Generando información precisa en milisegundos y todo subido en la nube. Un auténtico ecosistema digital.

El impacto de estas emisiones sobre la salud humana no está aun completamente descrito en investigaciones científicas y, tal como se presenta la información, se da por sobreentendido que sus efectos son inocuos, lo cual es un peligroso antecedente de manipulación colectiva a escala mundial al que parecen someterse los poderes públicos de cualquier signo político sin atender a los intereses generales.

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Y si bien esto se describe en tiempo verbal futuro, ya es en parte realidad en unos 70 países que están desplegando desde hace dos años más de 150 redes 5G -más de la mitad a cargo de la empresa china Huawei- aunque, fuerza es decirlo esto ocurre de manera acotada a determinadas ciudades donde las altas densidades de consumidores de alto poder adquisitivo aseguren rentabilidad. El 5G requiere una infraestructura diez veces superior al tendido de fibra, antenas y bases existentes, porque opera en bandas de radio de mayor frecuencia que poseen más capacidad de transmisión de datos pero menor alcance, lo cual exige la instalación de cientos de miles de artefactos, además de extender y modernizar el tendido de fibra óptica. No por nada Latinoamérica marcha tan lento en la adopción de la nueva generación.

El tendido de esta intensa red radioeléctrica y de teleconexiones está a cargo de empresas del sector y la novedad radica en que por primera vez Estados Unidos no está a la vanguardia tecnológica. A través de la empresa Huawei, pero también de la estatal ZTE, China viene liderando tanto el desarrollo de patentes críticas para la tecnología 5G como la instalación de infraestructura y los servicios para las comunicaciones de última generación. Más del 70% de la infraestructura hoy instalada tiene como origen al gigante asiático. Los países usuarios licitan consecuentemente el servicio 5G a los operadores locales que a la vez contratan a las empresas proveedoras capaces de instalar y poner en funcionamiento la red. Solo hay tres con esa capacidad hoy día: La mencionada Huawei y las europeas Erickson y Nokia.

En próximas notas profundizaremos la disputa geopolítica en torno al 5G, una tecnología que, como vimos en esta introducción al tema, tiene un impacto muy profundo y considerable. Ya no se trataría solamente del manejo y control de los datos y las comunicaciones de la ciudadanía, ni siquiera de información estratégica referida a los sistemas productivos. El 5G será la interconectividad de todas los sistemas y entornos tecnológicos, desde el trafico de una ciudad o incluso los estratégicos como el control de misiles o las plantas nucleares. Y en un contexto de disputa por la hegemonía global, incierto y con varios focos de conflicto en ciernes, nadie quiere que el potencial enemigo tenga acceso, y manejo de esa tecnología, en su propia casa.


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