Es 18 de agosto de 1961. El frío invernal ha generado una escarcha considerable sobre el césped de la quinta presidencial de Olivos. El presidente Arturo Frondizi ha desayunado temprano y ordena sus papeles cuando Albino Gómez, su secretario privado, le pregunta por la agenda del día. Son las 8:30 cuando Frondizi le informa sobre un visitante secreto.
Más temprano aún, Frondizi había enviado a sus custodios de confianza, el vicealmirante Fernando García y el Teniente Emilio Felipich, al aeropuerto de Don Torcuato con órdenes estrictas: «Lleven ustedes dos o tres autos y personal armado y traigan a ese señor directamente a la Residencia de Olivos. No se desvíen del rumbo ni dejen que ese hombre se baje en ninguna parte. Yo debo responder personalmente por la vida de ese caballero».
García y Felipich —junto a varios infantes de marinas— se subieron a un Cadillac y a un Ford. Cuarenta minutos después arribaron al aeropuerto. El frío arreciaba en la pista cuando apareció en el cielo el taxi aéreo de nombre Bonanza matrícula 439. Tras atravesar el Río de la Plata bajo las nubes, había salido el sol cuando el piloto Tomás Cantori enderezó el Piper CK-AKP sobre la breve pista.
El primer en descender es el factótum del viaje Jorge Carretoni, quien había urdido la trama del viaje bajo la anodina fachada de técnico en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA y llegado al invitado a través de su amigo Ricardo Rojo. Luego baja Ramón Aja Castro /director del departamento de América Latina de la cancillería cubana—. Finalmente, el comandante Ernesto Guevara.
A la sorpresa inicial le sucede un largo viaje de 16 kilómetros que tiene lugar en silencio. Guevara le pregunta al chofer por el SIC (San Isidro Club, un club de rugby de familias acaudaladas) y ante la duda del chofer cambia la pregunta por cómo le va a Rosario Central en el campeonato de fútbol local.
Frondizi recibe a Guevara en el despacho principal de Olivos, toma con él dos cafés y mantiene una conversación por el transcurso de una hora y media. Termina la reunión y Frondizi llama a Gómez, quien transcribe literalmente la reciente conversación.
Un Guevara mesurado y sincero muestra el interés de La Habana de permanecer en el sistema americano a través de un entendimiento digno con Washington. Confiesa recibir ayuda de Moscú pero aclara su objetivo de construir un socialismo económica y políticamente autónomo de la URSS.
Frondizi muestra sus conocimientos de marxismo y refuta para el resto de la región la tesis de la propagación del foco revolucionario. Se muestra conmovido por el heroísmo revolucionario pero condena la violencia facciosa. Guevara admite que las primeras medidas (justicia revolucionaria, reforma agraria) encuentran resistencia y han generado nuevos problemas. Ronda entre ambos un espíritu afable y, sin hacerlo explícito, se vislumbra el rol de la diplomacia argentina como mediadora ante un conflicto que generará una debacle hemisférica.
Terminada la reunión, el comandante cubano se encuentra con la agradable primera dam,a Elena Faggionato, quien ofrece un bife de lomo a un Guevara hambriento, mientras Frondizi se encierra con sus colaboradores a enfrentar la inevitable crisis militar que generará esta visita.
Los usos de Guevara en la política doméstica
Al publicarse la noticia en el diario La Prensa en la mañana siguiente del 19 de agosto, los jefes de las Fuerzas Armadas estallan.
Una serie de reuniones de alto nivel entre los secretarios militares se suceden a ritmo frenético durante el mediodía y a las 17:30 tiene lugar un encuentro de Frondizi con el ministro de Defensa, el Jefe de la Casa Militar y los tres secretarios. Mientras tanto, la guardia de la Casa Rosada se ve reforzada con tropas y en todos los destacamentos militares se movilizan efectivos.
Frondizi se reúne con el canciller Adolfo Mugica quien ensaya una defensa de la invitación y de su secretismo, esgrimiendo razones de seguridad, aseverando que «en la entrevista, el presidente Frondizi expresó su pensamiento sobre la Alianza para el Progreso, reafirmando la posición occidental y cristiana de la Argentina ante los problemas de la política internacional y categóricamente declaró su intención de reprimir toda acción que el comunismo intentara, ya fuera en forma violenta o causando perturbaciones en el orden interno».
La mirada de los cruzados no lograba percibir que la visita había sido una arriesgada pero inteligente jugada de Frondizi ante un pedido confidencial de JFK. Años después, Frondizi explicaría lo evidente: la diplomacia argentina no era una nueva plataforma para la expansión de la revolución cubana sino un mecanismo de contención que buscaba combinar respeto por el Estado de derecho junto a inversiones estadounidenses para desarrollar la economía regional.
La reunión tenía un origen claro: el pedido de John F. Kennedy de que el presidente argentino acerque posiciones con el gobierno revolucionario en La Habana. Por ello, la coordinación del encuentro no sólo había estado en manos de Jorge Carretoni sino que había tenido como protagonista al representante de Kennedy en Punta del Este Richard Goodwin (quien mantuvo un breve encuentro con Ernesto Guevara, gracias a la intermediación del diplomático argentino Horacio Rodríguez Larreta), junto con Julia Constenla, Pablo Giussani y el embajador argentino en Montevideo Gabriel del Mazo.
Frondizi, que luego tendría encuentros personales con Kennedy durante 1961 (en septiembre, en Nueva York y en diciembre, en Palm Beach, Florida), habría mantenido una serie de conversaciones telefónicas no oficiales entre el 6 y el 15 de agosto, en una movida diplomática de la que Fidel Castro habría tenido conocimiento. Los encuentros con Kennedy eran tan personales que el presidente estadounidense pidió mantener el intérprete argentino (sería el diplomático argentino Carlos Ortiz de Rosas) para evitar a su propio aparato de inteligencia.
Maniobras de contención
En un intento de apaciguamiento, Frondizi anuncia que brindará un discurso por cadena nacional, invitando a los Secretarios militares a acompañarlo. Esa misma noche, Frondizi se pronuncia por radio y televisión, pero los Secretarios militares desisten de acompañarlo inicialmente.
Aunque el Almirante Clemente y el Brigadier Rojas Silveyra arriban al Salón Blanco cuando el discurso había comenzado, el General Fraga no se hace presente, en señal de repudio y rebeldía. A la mañana del día siguiente, Frondizi recibe al jefe de la policía federal, Recaredo Váquez, quien traslada el ultimátum militar: el presidente debe renunciar.
Frondizi negocia la supervivencia de su gobierno con cambios en el gabinete: renuncia el canciller, el Subsecretario de Relaciones Exteriores y el Embajador en Uruguay. Los militares quieren imponer su propio canciller (el Almirante Hartung o el doctor Bonifacio del Carril), pero Frondizi acepta la renuncia de Mugica (quien no había tenido conocimiento de la visita de Guevara) sólo para imponer a Miguel Ángel Cárcano como nuevo canciller.
Cárcano, de cercana relación con la familia Kennedy y (Oscar Camilión dixit) competencia profesional superior a Mugica y vasta experiencia internacional, parece brindar una señal de alineamiento occidental a los cruzados militares. Pero los jefes militares no cejan en su presión y se reúnen a la medianoche con Frondizi en Olivos.
Los intelectuales cercanos al gobierno, reunidos en torno a La Usina (Rogelio Frigerio, Arnaldo Musich, Cecilio Morales y Oscar Camilión, entre otros) aguardan en la casa del ex Canciller Carlos Florit, a la espera de que el presidente fuera apresado, eventualidad para la cual Frondizi había grabado previamente un mensaje a la Nación. Los militares dudan. Frondizi y su equipo milagrosamente logran continuar con su gobierno, sin mover su línea de política exterior, bajo una presión indescriptible.
Albino Gómez le preguntará a Frondizi, 20 años después, sobre la visita de Guevara: «Teníamos mucho interés en explorar las posibilidades de una disminución de la peligrosa tensión que existía entre Washington y La Habana, y era muy profunda nuestra convicción de que esa tensión podía terminar en una confrontación de nivel mundial. Un año más tarde la crisis provocada por la instalación de los cohetes soviéticos llevó a la humanidad al borde de la guerra nuclear, por primera y única vez hasta ahora. Quedó claro entonces que nuestra apreciación era correcta, tanto en lo que atañe a los peligros que existían como a la necesidad de comprender que el gobierno de Castro era un dato permanente. Desde luego, los sectores extremistas que pensaban lo contrario aprovecharon el pretexto para dar un golpe contra la democracia argentina, golpe del que todavía no ha podido reponerse».