Aunque no se cumplan como se estila, 50, 55 0 60 años, motiva que haya decidido volver a referirme a un hecho histórico, que resultó uno de los innumerables motivos que utilizaron nuestras Fuerzas Armadas para derrocar, entre tantos otros episodios o decisiones, al entonces presidente Arturo Frondizi. Lo hice, porque leyendo un muy interesante libro de la periodista y escritora María Seoane, titulado Bravas, publicado por Sudamericana, y dedicado a la muy apasionada acción política e intelectual de Alicia Eguren de Cooke y de Susana Piri Lugones, dice en la página 173, que …”nunca trascendieron los detalles de lo conversado entre Frondizi y el Che…”. Pero lo que más llamó mi atención, fue que su autora, con quien se puede estar de acuerdo o no con sus posiciones histórico-políticas, es una gran profesional, muy cuidadosa en sus citas, y sobre todo, hacer erróneamente una afirmación tan rotunda, cuando ella misma le dedicó una reseña muy elogiosa y de página entera en la Revista Ñ, a mi libro Arturo Frondizi, el último estadista, donde precisamente transcribo lo conversado entre Frondizi y el Che, por lo menos, en la única versión escrita, jamás desmentida en ningún otro medio, y que años más tarde, también fue tomada textualmente como fuente, por varios autores, entre otros, por el embajador Juan Archibaldo Lanús, en su libro De Chapultepec al Beagle. Para esclarecer cómo tuve acceso a lo conversado, debo señalar, que durante los dos últimos años de la presidencia de Frondizi, mi tarea comenzaba temprano cada mañana en el despacho del Presidente, en la Quinta de Olivos. Porque como funcionario del Servicio Exterior de la Nación, había sido adscripto a la Secretaría General de la Presidencia, como asesor, y cuando el doctor Frondizi, cerca del mediodía, partía hacia la Casa de Gobierno, yo me dirigía a la Cancillería para brindar y recibir información. Luego almorzaba en la Casa de Gobierno y generalmente, a partir de las cuatro de la tarde volvía a trabajar con el Presidente hasta cerca de las ocho de la noche, hora en que el doctor Frondizi solía regresar a Olivos. Ese horario no se alteraba, a menos que se produjera alguna grave crisis, que las hubo y muchas. En esos casos, debía regresar a la Quinta a eso de las nueve o diez de la noche y permanecer allí el tiempo que fuera necesario.
Así las cosas, en la fría mañana del 18 de agosto de 1961, cuando llegué a Olivos a las 8.30 para iniciar mis tareas habituales, el presidente me informó que estaba por llegar desde Uruguay el ministro de Cuba, Comandante Ernesto Guevara. Al advertir mi sorpresa, no desprovista de preocupación, me preguntó qué pensaba al respecto, y yo le contesté que me imaginaba una nueva crisis con las Fuerzas Armadas. El presidente asintió y me dijo simplemente que habría que afrontarla.
El encuentro con Guevara
Cuando se produjo su arribo, salí a recibirlo para introducirlo en el despacho presidencial y me quedé afuera con un embajador cubano de apellido Aja Castro, Director de Asuntos Latinoamericanos de la Cancillería Cubana, que lo había acompañado en el viaje de avión desde Punta del Este, con quien también fuera el verdadero organizador de tal entrevista, el argentino Jorge Carretoni.
Terminada la conversación, que se prolongó por una hora y media, Frondizi me dio su versión y me pidió que la transcribiera. Esa tarde le entregué mi texto, que el presidente aprobó y me indicó que le hiciera una copia para el Canciller y otra para el ministro de Defensa. El presidente se quedó con mi texto original y yo, con su autorización, con otra copia para mí archivo personal. Pasemos pués al texto:
“Guevara comenzó diciendo que él no podía hablar con la sinceridad que deseaba por la diferencia de nivel que existía entre ellos dos. (además. agrego yo. de los 20 años de diferencia entre ellos, ya que Guevara de 1928 y Frondizi de 1908).Pero Frondizi le contestó que dejara los niveles y las formas de lado, pues consideraba que estaba frente a un americano y que él era antes que nada argentino y americano. Le pidió que pensara que iba a hablar simplemente con un hombre. Quería que la conversación fuera absolutamente abierta y sincera y que como él estaba dispuesto a dar la vida en la lucha por el país, no tenía nada que ocultarle.
El Che se explayó entonces y dijo que Cuba quería permanecer en el Sistema Interamericano y que estaba dispuesta a entenderse con los Estados Unidos siempre y cuando ello ocurriera de una manera digna, y que también querían independizarse de los soviéticos. Aceptó el hecho de que recibían de ellos mucha ayuda y algunas veces, directivas e instrucciones, pero que Cuba quería construir un estado socialista con autonomía absoluta de la Unión Soviética. En cuanto a la forma de llegar al socialismo, entendía que no había otro camino para los países chicos y pobres que el de la violencia.
Frondizi le dijo que además de no estar él de acuerdo respecto de esto último, pensaba que su posición era incluso errónea desde el punto de vista teórico comunista. Cuando le preguntó si había leído mucho sobre comunismo y teoría marxista, Guevara le contestó que no, pero afirmó que de todos modos y más allá de lecturas y teorías, ellos consideraban que el único camino era el de la violencia. Reconoció, sin embargo, que los fusilamientos no habían dado resultado pues gestaban “héroes” muy especiales. Agregó que el reparto de tierras también había fracasado ya que aparecían jefes indisciplinados que actuaban como caciques, con independencia del gobierno central. Pero aun así, a pesar de esos inconvenientes, estaban dispuestos a seguir adelante. Dejó entrever que querían que la Argentina trabajara por una mediación entre Estados Unidos y Cuba.
Frondizi le expuso su pensamiento y nuestra política muy claramente. Le dijo que precisamente habíamos tomado un camino distinto y opuesto al de Cuba y que por esa vía resolveríamos nuestros problemas.
La entrevista fue muy cordial y Guevara, según la opinión de Frondizi, se mostró mesurado y sincero.”
La reacción de los militares
La visita de Guevara provocó esa misma tarde gran revuelo, preocupación e inquietud en algunos sectores de las Fuerzas Armadas. A la mañana siguiente, el presidente recibió al Jefe de Policía, capitán Recaredo Vázquez, quien le informó sobre el resultado de las deliberaciones que habían tenido lugar entre altos jefes de Marina: el Presidente debía renunciar.
Le comunicó también que el general Poggi había planteado a varios almirantes la necesidad de que se solicitara al presidente la renuncia a su cargo, pero no había logrado concitar unanimidad de criterio entre los jefes de Marina y Aeronáutica consultados. Señaló sin embargo que prevalecía en todos ellos la opinión de que al menos eran necesarias las renuncias del canciller, del subsecretario de Relaciones Exteriores y del embajador en Uruguay. Al respecto, le hizo saber que altos jefes de Marina proponían como sustituto del doctor Mujica al señor Laferrere, al almirante Hartung o al doctor Bonifacio del Carril. Tal sustitución se requería como una manera de evitar la renuncia del Primer Magistrado. El Presidente hizo responder que no estaba dispuesto a renunciar, por cuanto era privativa del Presidente de la Nación la conducción de la política exterior del país, ni tampoco a sustituir al canciller, aunque este, que había estado totalmente ajeno a todos los largos preparativos, sintió, naturalmente, que debía renunciar.
Al fin de esa tarde se solicitó al doctor Frondizi una reunión con los secretarios, los comandantes en jefe y los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, para pedirle explicaciones acerca de la visita de Ernesto Guevara. Dicha reunión se llevó a cabo a partir de las 20.45 en la residencia de Olivos y finalizó a las 23.30.
Antes de iniciarse la reunión, el Presidente deliberó en privado con los tres secretarios de las FFAA y el ministro de Defensa. Los tres primeros expresaron que la situación era muy delicada, que existía en las tres armas una verdadera conmoción como consecuencia de la entrevista mantenida por el señor Presidente con el ministro cubano, así como por la falta de consultas que la habían rodeado.
El doctor Frondizi manifestó que no estaba dispuesto a dirigir la política internacional del país con restricciones de ninguna clase. Al consultar luego a los presentes sobre el método más adecuado para la reunión, se le sugirió escuchar la palabra de los altos jefes militares asistentes.
La reunión
Al comenzar, hizo uso de la palabra el general Rosendo Fraga quien, brevemente, dio cuenta de la profunda perturbación provocada en las FFAA por la conferencia entre Frondizi y Guevara. El almirante Clément, con el acuerdo tácito de los demás, dio a entender que para evitar la repetición de hechos como el ocurrido en la mañana anterior, era necesario establecer un mecanismo de consulta que precediera a todo acto o decisión del Presidente de la República en materia de política internacional.
Inmediatamente después, el general Poggi dijo que el Presidente de la Nación había perdido la confianza del Ejército, calificando de ‘increíble’ la celebración de aquella conferencia en el preciso momento en que reinaba plena tranquilidad en las filas del Ejército, así como en el resto de las FFAA.
El almirante Vago se expresó a continuación en el mismo sentido. Por su parte, el brigadier Cayo Alsina se expidió también sobre la existencia de profundas perturbaciones en su arma. Los demás asistentes ratificaron de una u otra manera la misma idea. A continuación, el general Pica señaló que todo estaba destruido y que los jefes del Ejército que eran partidarios de la legalidad así como los oficiales con mando de tropa estaban “desolados” por la entrevista. Nuevamente hizo uso de la palabra el general Fraga para reiterar la conmoción producida en el Ejército por la visita y comenzó a elogiar en forma poco usual “las notables virtudes del Presidente de la Nación, demostradas en la conducción del país y en política internacional”, subrayando la amplitud de los campos que el Presidente estaba abrazando y el prestigio que había dado a la República esta política. Pero señaló que la visita de Guevara, en la forma inconsulta en que había sido llevada a cabo, había roto la tranquilidad del Ejército en un solo instante, y que si el Presidente hubiese hecho saber a sus ministros militares de la presencia del Ministro cubano, la cosa habría sido diferente. Que él no concebía que un “atorrante” como Guevara pudiese llegar personalmente a conversar con el Presidente de la Nación, y que hubiera preferido ser él mismo quien por indicación del Presidente hablara con Guevara, para evitar el “contacto personal” entre el ministro cubano y el doctor Frondizi.
Luego el general Spirito manifestó que él estaba de acuerdo con que el Presidente de la República no podía conducir la política internacional maniatado pero que, de todas maneras, el Presidente debía considerar la existencia del frente interno, que era susceptible de deterioro por cualquier hecho de política exterior. Se excusó diciendo que él hablaba con la más absoluta franqueza y con la energía de un soldado y que no podía hacerlo de otra manera.
El Presidente responde
Ante ello, el doctor Frondizi manifestó que él no era un soldado pero que su condición de hombre civil le imponía también hablar con la más absoluta franqueza y con la energía de un soldado.
Comenzó por señalar las implicaciones de la actitud de las Fuerzas Armadas. Expresó que la primera de ellas era de carácter constitucional, es decir, que el Presidente de la Nación no podía ejercer la facultad constitucional de conducir la política exterior del país con las manos atadas. Enfáticamente subrayó que la segunda implicación era de orden personal. Al respecto aludió que le había sido transmitida la gestión efectuada por diversos jefes de las Fuerzas Armadas para obtener la renuncia del canciller. En ese sentido les expresó que por razones de honor y por la forma en que se había producido la entrevista con Guevara, el Presidente era el único responsable. Que el canciller se había limitado a cumplir órdenes que le impartía el Presidente. Que el doctor Mujica era un leal colaborador, gran ejecutor de su política y hombre de las más altas condiciones intelectuales y morales. Afirmó que él no estaba dispuesto a aceptar que se convirtiera al canciller en chivo emisario porque no era posible cargar supuestas culpas a quien no correspondía. A continuación indicó con particular energía que el Presidente de la Nación tampoco iba a continuar cargando con culpas ajenas como había ocurrido en muchas ocasiones anteriores. En tal sentido, al mencionar como ejemplo lo sucedido con la Ley Pro Defensa de la Democracia, de la que eran autores las FFAA y que se había convertido en un motivo de ataque e insultos personales al Presidente, señaló que no aceptaría en lo sucesivo las consecuencias de los desaciertos ajenos. De inmediato puso especial énfasis al destacar que la actitud de la FFAA introducía una profunda alteración en la política internacional del país.
A esta altura del encuentro, el doctor Frondizi desarrolló en su exposición los siguientes puntos:
- Que la Argentina no era un satélite de los Estados Unidos sino un país amigo de los Estados Unidos.
- Que la Argentina no era aliada de los países occidentales sino que formaba parte de Occidente, y en consecuencia no actuaba dentro del sistema occidental como satélite sino como Nación con autonomía y personalidad propias.
- Que el Presidente no pensaba en modo alguno renunciar a ninguno de los atributos de hecho y de derecho derivados de su investidura, para terminar de ese modo convirtiendo a la Argentina en un país dependiente de cualquier potencia extranjera.
Luego pasó a referirse a las entrevistas y a las relaciones que el presidente de la Nación había mantenido y estaba manteniendo con cada uno de los jefes de las grandes naciones del mundo y con el Papa.
Agregó que como consecuencia de la evolución de la política mundial y la circunstancia de estar en posesión de datos y antecedentes relativos a importantes hechos mundiales, después de tres años de gobierno él no podía malbaratar la gravitación internacional de la Argentina en el concierto mundial para someterla a ninguna dependencia externa. Dijo entonces: “Se lo voy a explicar al país con pelos y señales; voy a poner en conocimiento del país y del mundo todo lo que sé”, dejando implícito que las FFAA de la Argentina serían responsables del gravísimo hecho de que un presidente revelase secretos de Estado en detrimento de la tranquilidad internacional. Después de estas palabras, se generalizó el debate.
El general Fraga reiteró que estaba orgulloso de la conducción de la política internacional por parte del presidente Frondizi, pero sostuvo que el recibimiento de Guevara por parte de aquél había sido un hecho desacertado que echaba por tierra el prestigio de esa política con relación al Ejército. Añadió que era posible que en dos o tres meses, el Ejército y el pueblo comprendieran la conveniencia de esa visita, así como había ocurrido con la entrevista de Uruguayana -con Quadros- y con otros actos internacionales del Presidente a los que las FFAA se habían opuesto en un principio u opuesto reparos. Pero que de todas maneras, no podía menos que señalar la conmoción que la visita había causado en las filas del Ejército.
El almirante Vago fue particularmente intransigente y enfático en el sentido de que el país debería asumir una “política espiritual”, capaz de excluir claramente toda inclinación a la Tercera Posición. A su turno, el almirante Palma reflexionó en voz alta sobre el hecho de que quizá fuera conveniente sacrificar a Cuba para salvar al resto de América en sus principios occidentales, aunque subrayó que esta reflexión no implicaba consejo alguno.
El Presidente se refirió entonces a la posición de los países con relación a los problemas de principios por un lado y a los problemas contingentes por otro. Señaló que si bien Cuba podía ser aislada, y aun segregada jurídica y económicamente del Sistema Interamericano, no lo sería en los hechos, desde el punto de vista geográfico y político; y que nada evitaría la influencia en el resto de América, y aun en el mundo, del “hecho de Cuba”. Vinculando esta afirmación con la visita de Guevara, señaló que aunque existiera una única posibilidad de que Cuba fuera ganada para la democracia, la paz y el derecho americano, él no dudaría en usarla en beneficio de todos los países del hemisferio.
Las explicaciones dadas por el doctor Frondizi, los argumentos esgrimidos y la defensa intransigente de los atributos de la institución presidencial aniquilaron los objetivos de la reunión, que era la renuncia del Presidente o su alternativa, el establecimiento de un cinturón de hierro y la sustitución del canciller así como la eliminación del conjunto de “jóvenes amigos y asesores” del doctor Frondizi. A ello contribuyó decisivamente el desafío agresivo del Presidente de informar al país de todo lo actuado, no sólo en la reunión, sino con relación a las comunicaciones con otros jefes de Estado y a la posesión de datos forzosamente reservados y secretos. Los concurrentes quedaron pues, no creo que convencidos, pero al menos desconcertados.
El general Fraga solicitó se diera un comunicado de la reunión que expresara que el presidente “había invitado” a los secretarios y jefes militares para informarles sobre la visita de Guevara. Frondizi aceptó esa solicitud e hicimos un comunicado de prensa.
Además del ministro de Defensa, Justo P. Villar, y de su subsecretario José Rafael Cáceres Monié, que por supuesto fueron parte de la reunión, yo fuí el único civil que permaneció en la Quinta, aunque fuera del encuentro, con el objetivo de avisar de inmediato a la llamada “Usina” (o sea a Rogelio Frigerio y equipo) sobre cualquier cosa que pudiera haber ocurrido, ya que tal como se presentaba la situación al comenzar la reunión, no se podía descartar que el Presidente fuese apresado, produciéndose entonces el siempre amenazante golpe de Estado. A tal punto se consideraba esa posibilidad, que se había grabado un discurso del Presidente que habría sido transmitido de inmediato por los canales oficiales.
Frondizi se quedó un rato charlando conmigo, luego se dispuso a cenar y me pidió que fuera a buscar a los amigos. Partí entonces para la casa del ex canciller Carlos Florit, muy cerca de allí, donde me esperaban Rogelio Frigerio, Arnaldo Musich, Cecilio Morales y Oscar Camilión. Ya en la Quinta, Frondizi hizo un pormenorizado relato de la reunión con las Fuerzas Armadas, del cual acabo de hacer una síntesis en esta nota, y dio las bases para que el equipo trabajara en el discurso que pronunciaría la noche siguiente en la Casa de Gobierno, obviamente vinculado a la política exterior y a la visita del Comandante Guevara. Eran las dos de la mañana.
Siete meses después, el presidente Arturo Frondizi era derrocado por las Fuerzas Armadas.