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La tapa de Clarín del 30 de marzo de 1962, un día después del golpe de Estado contra Frondizi

El 18 de marzo de 1962, en las elecciones parciales para legisladores y gobernadores, el peronismo ganó diez de las catorce gobernaciones, entre ellas la de Buenos Aires. En el plano legislativo, los resultados no fueron tan desastrosos para el gobierno. La UCRI perdió la provincia de Buenos Aires, pero ganó la Capital Federal, seguida por la Unión Popular. La UCRP entró tercera. La UCRI también ganó en Entre Ríos, La Pampa, Corrientes, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Los conservadores se mantuvieron triunfantes en Mendoza y la UCRP en Córdoba, con la fórmula Illia-Páez Molina.

En Buenos Aires se impuso la fórmula del Frente Justicialista: Framini-Anglada. El resultado de la elección fue totalmente inesperado para el ministro del Interior, Alfredo Vítolo, quien daba por seguro un amplio triunfo del oficialismo. Yo estuve toda la tarde en Olivos, donde reinaba la soledad y el silencio.

La derrota no fue una sorpresa para el presidente, ya que estaba seguro de que era muy distinto ganar elecciones parciales en las provincias, que enfrentar al peronismo en una votación general donde pudiera expresarse, por primera vez, votando a sus propios candidatos. Pero no pudo resistir las presiones de los más importantes dirigentes de su Partido.

Jacobo Timerman había vuelto de Madrid en vísperas de la elección y me encontré de inmediato con él en el bar Tamanaco, de Santa Fe y Azcuénaga, donde me contó, para que se lo transmitiera al presidente, que su gestión había fracasado, porque Perón se le adelantó: convocó a las agencias a su casa e hizo una declaración de apoyo a la concurrencia a las urnas para votar por los propios candidatos, aun si ello pudiera producir -en caso de un triunfo masivo- el golpe militar. La gestión se la había encomendado Frigerio y no Frondizi, y consistía en tratar de que Perón advirtiera a los peronistas que si se volcaban masivamente a las urnas votando a sus candidatos, podría producirse el golpe militar, y la victoria electoral sería entonces una victoria pírrica.

El día 18, después del cierre del comicio, nadie llamó a Olivos y nadie, salvo algún pariente, visitó a Frondizi. Por la noche comenzaron a aparecer algunos mensajeros. Estaba en el aire la posible intervención de las provincias donde hubiera ganado el peronismo, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

Yo me quedé en su despacho de la planta baja de la quinta de Olivos, dormitando en el sillón del escritorio y recibiendo llamados oficiales, como el del ministro Vítolo, que lo hizo a la dos de la mañana y me pidió que despertara al presidente.

Le dijo entonces por teléfono que las FFAA no exigían la intervención de las provincias donde hubiese ganado el peronismo, pero el presidente asumió la total responsabilidad de intervenirlas, ya que tenía información muy precisa de que se venía el golpe, ya muy difícil de parar, y pensaba que no intervenir a las provincias conflictivas lo aceleraría aún más.

Vítolo le expresó que la decisión de intervenirlas lo obligaría a renunciar como ministro del Interior, cosa que ocurrió. Frondizi me pidió que ubicase a Frigerio y que le indicara que se fuera del país. Así lo hice, a las cuatro de la mañana, hora en que lo encontré después de una larga búsqueda. Cuando le dije que el presidente había decidido intervenir las provincias donde hubiese ganado el peronismo, no lo podía creer. No lo consideraba necesario. Me dijo que se instalaría en Montevideo. Volví a la quinta de Olivos.

Frondizi
Detención del presidente argentino Arturo Frondizi tras el golpe de estado de 1962.

El 20 de marzo, se reunieron algunos altos jefes militares: los almirantes Penas, Clément y Jorge Palma; los generales Poggi y Fraga, y los brigadieres Rojas Silveyra y Mario Romanello. Decidieron entonces tomar medidas y se labró un acta secreta que contenía tres iniciativas: limitar el poder del presidente por medio de un gabinete de coalición impuesto por las Fuerzas Armadas; pedirle la renuncia u obligarlo a dejar el cargo preservando las formas constitucionales, y finalmente, instalar en el poder a una junta militar. A la vez se le recomendó al general Fraga que consultase a los partidos políticos para la formación de un eventual gabinete de coalición, pero sus gestiones no encontraron eco: ningún dirigente quería colaborar mientras Frondizi fuese presidente. El 21 de marzo, como si estuviésemos en el mejor de los mundos llegó al país en visita oficial el príncipe Felipe de Edimburgo. Mientras tanto, las 62 organizaciones peronistas anunciaron una huelga general de protesta por las intervenciones a las provincias donde triunfaron los candidatos peronistas.

El día 23 Frondizi renovó parcialmente su gabinete con figuras más potables para los militares, como Jorge Wehbe en Economía y Rodolfo Martínez (h) en Defensa. Al mismo tiempo, sugirió como mediador de la crisis al general Aramburu, quien declaró que la renuncia del presidente no significaría la quiebra del orden institucional. Claro estaba, la renuncia “legalizaba” el golpe.

El 25 el dirigente de la UCRI, Roberto Etchepareborda, fue designado Canciller en reemplazo de Miguel Angel Cárcano, cuya total lealtad hacia al presidente y su posición frente al problema cubano en la OEA lo habían malquistado con las Fuerzas Armadas. Mientras tanto, Aramburu, a poco de entrevistarse con Frondizi en la Casa de Gobierno, emitió un comunicado en el cual manifestaba:

“El presidente de la Nación acaba de pedirme que contribuya a buscar solución a la actual crisis. Le he contestado que a mi juicio, en estos momentos y, por lo pronto, no debe vacilarse en hacer todos los sacrificios necesarios, inclusive los de orden personal, para tratar de mantener el régimen institucional de la República: que el restablecimiento y afianzamiento de ese régimen fueron los objetivos de la revolución y del gobierno provisional. Le he solicitado un plazo para meditar y hacer las consultas indispensables con el fin de saber si puedo ser útil en estas gravísimas circunstancias. Debemos urgentemente eliminar todo aquello que nos divida y lograr la unión nacional si no queremos perder el futuro”

Mientras Aramburu mantenía contactos con distintos sectores de poder del país, el presidente Frondizi se reunió con el secretario de Marina. En la entrevista, que se desarrolló en la madrugada en la residencia de Olivos, el almirante Clément le sugirió “la conveniencia de presentar su renuncia, como la mejor solución patriótica para poner término a la gravísima crisis y para mantener la estructura constitucional de la Nación”. La respuesta del presidente fue terminante: “no renunciaré”.

Durante dos días Aramburu había intentado sin éxito recomponer las relaciones gobierno-oposición tratando de hallar cierto consenso para el mantenimiento de Frondizi al frente del gobierno. Pero el 26 de marzo anuncia el fracaso de su gestión conciliadora ante la inflexibilidad que encontró en la mayoría de los representantes de las fuerzas vivas de la Nación. Y le dice al presidente “Doctor, he agotado la gestión y todo se hará respetuosamente, dentro del orden constitucional, pero usted debe renunciar”.

En su nota pública señalaba: “Las diferencias entre los argentinos son muy profundas y la base de posibles coincidencias descansa, lamentablemente, en su renunciamiento” (el de Frondizi).

El día 27, la secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación emitió un breve comunicado en el que hacía saber la entrega de la nota por parte de Aramburu y la decisión de Frondizi de no renunciar.

Indudablemente el “pronunciamiento” de Aramburu, tomando parte en la disputa, constituyó un agravamiento de la crisis, que cobró mayor impulso al conocerse la negativa ya reiterada de Frondizi de abandonar su cargo. El flamante ministro de Defensa, Rodolfo “Rolo” Martínez (h), surgió como el sucesor de la frustrada mediación de Aramburu, al poner en consideración de las fuerzas armadas una fórmula de transacción a modo de “Plan Político”. Pero ya a esta altura, los jefes y oficiales militares insistían en que no era posible hallar una solución a la crisis por la que atravesaba el país, con Frondizi a la cabeza del gobierno nacional.

Ya el día 28, la normalidad institucional se tornaba imposible de sostener en pié. El secretario del Ejército, general Rosendo M. Fraga, consciente del peligro que corría la estabilidad del presidente le había manifestado su disposición de utilizar en su resguardo a las fuerzas leales, cosa difícil de aceptar por parte de Frondizi, que siempre se opuso al derramamiento de sangre. Pero Fraga fue detenido por orden del general Poggi que pasó a dominar la situación interna del arma. Y su detención privaba al gobierno de todo apoyo militar. Mientras tanto, desde tempranas horas de la madrugada la ciudad se había transformado en el núcleo nervioso de la crisis. Y la ciudadanía era simple espectadora del movimiento de tropas que preanunciaba que el pico más elevado de la crítica situación institucional estaba pronto a consumarse.

Ese mismo día renunciaron los tres secretarios militares (Fraga, Clément y Rojas Silveyra). Entre tanto, el ministro Martinez consultaba con la Corte Suprema de Justicia, si, al ser destituido el presidente, cabía aplicar la Ley de Acefalía, en cuyo caso José María Guido asumiría la presidencia, en su carácter de titular provisional del Senado. Los jueces se pronunciaron a favor de la validez de la Ley de Acefalía. Pero la estructura gubernamental, ya seriamente deteriorada, recibió su estocada mortal al difundirse el comunicado en que los tres comandantes en jefe (Poggi, Alsina y Penas) anunciaron que:

“Atento a la gravísima situación imperante exigimos el alejamiento de sus funciones del señor presidente de la Nación, a fin de agotar los medios para salvar la organización constitucional. Esta decisión se notificará en el día de la fecha, por conducto de la autoridad militar que cada fuerza estime conveniente.”

Poco después de conocido el texto del comunicado militar, sus firmantes mantuvieron una nueva reunión con el presidente para inducirlo a que aceptara presentar su dimisión. Sin embargo, Frondizi les reiteró una vez más su firme resolución de no declinar su investidura. La posición asumida por el presidente indujo a estos a difundir una manifestación conjunta de las tres fuerzas que expresaba:

“Cumpliendo con el sentir de las fuerzas armadas nos dirigimos al presidente de la República solicitándole su renuncia o alejamiento del cargo que ocupa. La contestación del doctor Frondizi fue negativa. Por lo tanto se le hace responsable de la situación planteada y obraremos en consecuencia”.

Ese día 28 de marzo fue mi último en la Casa Rosada. Ya prácticamente no tenía papeles ni documentos allí. Me fui temprano en la tarde y regresé a mi casa donde esperé el llamado o novedades desde Olivos. Como no recibía nada, fui directamente a la Quinta. A las dos de la mañana fue dado a conocer el último comunicado del gobierno de Arturo Frondizi: “A las 0.50 de hoy el señor presidente de la Nación, doctor Arturo Frondizi, fue visitado en su residencia de Olivos por los señores contralmirante don Gastón Clément y brigadier don Jorge Rojas Silveyra a quienes expresó que estaba irrevocablemente decidido a mantener su actitud de no renunciar, continuando, en consecuencia, en el ejercicio de su cargo. El doctor Frondizi recibió asimismo a los jefes y oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo, quienes expresaron su saludo al primer magistrado de la Nación”.

Las Fuerzas Armadas en un comunicado expedido el mismo 29 de marzo de 1962, trataron de justificar la destitución del presidente Frondizi utilizando, entre otras, razones como las que transcribimos:

“Las Fuerzas Armadas han tomado hoy una grave responsabilidad ante la historia. No lo han hecho sin meditar sobre las razones y las consecuencias de su acción y sin agotar previamente todas las instancias que la situación política y jurídica de la patria les ofrecía…Vigilaron la marcha del proceso institucional con la mirada puesta en un solo objetivo: la plena realización de los ideales de la Revolución Libertadora. Tuvieron, por ello, que intervenir activa y enérgicamente cuando la subversión totalitaria amenazó la vida y la seguridad de los argentinos….Urgieron, pues, al Jefe de Estado a rectificar las actitudes que parecían llevarlo por rumbos peligrosos para la estabilidad y el orden constitucional. Es en nombre de esta función de vigilancia sobre el proceso iniciado el 1º. de mayo de 1958 que las Fuerzas Armadas enfrentaron sucesivas crisis que tuvieron culminación en las elecciones del 18 del actual. Como consecuencia de la última crisis, el Presidente quedó sin autoridad…Encerrado entre los términos de su propio dilema, el gobierno enfrentaba, por una parte, el resurgimiento de fuerzas extremistas infiltradas en la democracia; por la otra, la inminente posibilidad de disturbios sociales de magnitud. Carecía de fuerza, de autoridad moral y política para resolver la situación…Las Fuerzas Armadas recibieron así, otra vez, la responsabilidad de restaurar aquellos valores… El presidente se negó a seguir la vía del alejamiento. No juzgamos su actitud. Dejamos para el futuro la apreciación de estas jornadas dolorosas…Al tomar la decisión de promover el alejamiento del presidente, creemos salvar a la Constitución y recuperar la fe en sus principios. No nos mueve odio ni rencor por ningún argentino ni animadversión por ninguna posición….”

Como se podrá apreciar, a través de ese documento quedó muy en claro toda la arbitrariedad conceptual y de acción de las Fuerzas Armadas.

Y aun cuando el documento reafirma que a los hombres de armas no los movía el odio ni el rencor “por ningún argentino, ni animadversión por ninguna posición”, durante cuatro años habían declamado y sostenido una prédica y una acción antiperonista cerril, que llegó a extremos de confundir movimiento nacional justicialista y movimiento obrero organizado con un ramal del marxismo internacional, o en su defecto creer que el peronismo no era más que una manifestación sofisticada y antinacional que desembocaría finalmente en el comunismo.

Muchos se preguntan todavía qué habría pasado si el presidente Frondizi, de entrada nomás, desde la primera presión militar, no hubiese negociado y en cambio…Y yo creo honestamente que la puesta en práctica de la sola voluntad de ejercer la autoridad que le brindaba la Constitución, habría significado en ese mismo instante su derrocamiento, aplaudido por todos los partidos opositores. También se podría preguntar por su eventual apelación a los militares legalistas, que los había. Pero en el caso de triunfar dichos militares sobre los golpistas, ello no habría ocurrido sin derramamiento de sangre, y Frondizi, nunca hubiera querido pagar ese precio, el precio de la sangre de un solo soldado argentino por mantenerse en el poder. Por otra parte, sostenerse en el poder a través de la lucha armada, no le habría facilitado de ninguna manera gobernar.

Y si bien las negociaciones no le alcanzaron para completar su mandato, le permitieron al menos permanecer cuatro años en el gobierno y muchos logros.

El hecho final y cierto, es que a las 7.30 de la mañana, custodiado por el jefe de la Casa Militar, que para mayor escarnio e ironía lo custodiaba para llevarlo a prisión, partió para Martín García. Y la Argentina perdía así su última oportunidad en el siglo XX para despegar y transformarse en una Nación plenamente desarrollada, socialmente justa, democrática y soberana.

Mientras tanto, apremiado por sus correligionarios y por el ministro de la Corte doctor Julio Oyhanarte, el senador José María Guido se adelantaba a cualquier eventual intento del general Poggi, y juraba ante la Corte Suprema el cargo de presidente de la Nación, cumpliéndose de ese modo con la sucesión determinada por la Ley de Acefalía. Con ello se intentaba maquillar el golpe de Estado mediante una salida seudo constitucional.

Fuente: blog de Albino Gómez 

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