Algunos candidatos ponen el acento, y hasta el eje de su futura acción política, en la educación. Es una cuestión de una enorme relevancia porque, como decía Sarmiento, un país que no educa a su pueblo no tiene destino. En Argentina, sin embargo, muchos jóvenes preparados, incluso con un alto nivel de excelencia, se van del país o tienen la intención de hacerlo en cuanto puedan. ¿Alcanza con la educación, entonces?
La respuesta es obvia: el país tiene un nivel de desarrollo tan bajo —un nivel de subdesarrollo tan profundo— que no está en condiciones de brindar un ámbito adecuado para el desempeño de los nuevos egresados. Con frecuencia, cuanto más elevado es el nivel de formación de un joven, más difícil es que encuentre un lugar para trabajar con un ingreso decente y acorde al esfuerzo que hizo para prepararse.
El resultado es que 18 millones de personas no consiguen un trabajo estable y cobran algún tipo de subsidio estatal para completar sus ingresos. La inflación, la fuga de dólares, la desinversión, el empobrecimiento, la exclusión social, la diáspora de empresas y de jóvenes son todos síntomas de problemas profundos y persistentes. Por eso mismo es urgente poner en marcha la economía argentina.
Una economía desarrollada cuenta con complejos modos de organización de la producción y requiere una alta dotación de capital. No es suficiente contar con recursos naturales o humanos abundantes y de buena calidad. Un proceso de desarrollo solo puede avanzar sobre la base del aumento del capital fijo instalado, con la inyección de más y más capital. El desarrollo equivale al aumento de la capitalización del país.
El camino es promover el ahorro y simultáneamente incentivar desde el Estado que esos ahorros se direccionen como inversión a los sectores más dinámicos. Algunos ejemplos son el gas de Vaca Muerta, que alcanza para más de 200 años de consumo interno; la construcción de un nuevo polo petroquímico; el desarrollo de la industria de alta tecnología, como las baterías de litio, ya que Argentina tiene la segunda reserva mundial de este mineral; el turismo receptivo; el campo, que pueden proveer divisas al país.
Romper el círculo vicioso
El primer paso es instrumentar incentivos para la inversión. Por falta de confianza, los argentinos tienen nada menos que 250.000 millones de dólares en blanco atesorados, guardados en el colchón o inmovilizados en una caja fuerte.
Uno de los mayores desafíos del país es crear puestos de trabajo. Es la mejor forma de construir capital humano, ya que los dota de experiencia laboral y permite elevar la productividad de la economía. Se trata de reemplazar el círculo vicioso de escasez de empleo privado que transforma el empleo público en la única herramienta de salida.
La alternativa es un círculo virtuoso de ahorro, inversión, capitalización y trabajo genuino. Para lograrlo se necesitan múltiples estímulos y una reforma del Estado. Estos cambios deberían generar nuevas las reglas de juego: que sea mejor trabajar que cobrar un subsidio, que sea más redituable trabajar en el sector privado que en el público.
Hace unos cuantos años, un gran político argentino, Raúl Alfonsín, prometía con entusiasmo que «con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia». Pero ese pensamiento fue a todas luces insuficiente: le faltaba la pata del desarrollo. Hoy, como entonces, con la educación sola tampoco alcanza.
El cambio vendrá cuando el país comience a transitar las vías del desarrollo. Un país en el que los jóvenes estudien con la esperanza de que al final los esté esperando un futuro auspicioso. En ese país la educación cobraría un verdadero sentido de igualador social y elevador de las condiciones de vida de toda la población.