El nuevo coronavirus apareció en China en noviembre de 2019, se diseminó rápido por todo el mundo y generó una pandemia que está haciendo estragos en los sistemas sanitarios de los países más avanzados y también en los de menor desarrollo. Aunque hizo mella en el prestigio internacional de la potencia asiática, esta crisis puede fortalecer a la República Popular en el tablero global y abrir el camino para que cumpla su máximo objetivo: convertirse en la mayor potencia mundial del nuevo siglo.
El origen del virus es aún un misterio. Se sospecha que el primer contagio de un animal a un humano se produjo en un mercado exótico de animales en la ciudad de Wuhan. Las teorías conspirativas insisten en que fue fabricado en un laboratorio. Incluso Donald Trump sugirió que era posible que el nuevo coronavirus hubiera escapado de un laboratorio por error. «Cada vez se escucha más esta historia», insinuó, misterioso el presidente de EEUU. La Unión Europea, con un discurso moderado, también acusó a China por no avisar a tiempo sobre la amenaza que representaba el virus y ocultar información al resto del mundo. Australia pidió que se investigara el origen del COVID-19, lo que le valió reprimendas comerciales de Beijing, que suspendió en mayo la importación de carne vacuna de cuatro grandes firmas de aquel país, con la excusa de problemas sanitarios. También impuso aranceles de más del 80% a la cebada australiana.
El gobierno chino rechaza todas las acusaciones y despliega con habilidad una política exterior sustentada en la asistencia sanitaria, con suministro de equipamientos y envío de personal médico a varios países del mundo. Una demostración de poder contundente, mientras las potencias occidentales están paralizadas. A diferencia de EEUU, que se retiró de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en plena pandemia, China continúa financiando el organismo internacional. Washington acusó a la OMS de estar controlada por Pekín y haber encubierto la responsabilidad del régimen chino.
El poder mundial de China
En poco más de un mes, China superó el momento crítico de la epidemia y dio vuelta la hoja. Una demostración de fortaleza que el gobierno de Pekín expone como una prueba de la superioridad del régimen chino frente a un occidente en declive. El propósito del gigante asiático es continuar su ascenso hacia la cima del mundo y destronar a EEUU como la mayor potencia global.
En el último Congreso del Partido Comunista, en octubre de 2017, el presidente Xi Jinping destacó al poderío acumulado por el país y explicitó la intención de liderar el mundo a través de varias acciones políticas y económicas para crear su propio orden cuasi mundial. El objetivo es acabar con el sistema internacional liderado por los EEUU.
Xi manifestó que China «se ha mantenido en pie, se ha enriquecido y se está fortaleciendo», y que estaba «abriendo un nuevo camino para otros países en desarrollo», ofreciendo «sabiduría y un enfoque chino para resolver los problemas a los que se enfrenta la humanidad». Para 2049, prometió Xi, China «se convertiría en líder mundial en fuerza nacional junto con la influencia internacional» y construiría un «orden internacional estable» en el que el «rejuvenecimiento nacional» de China pudiera lograrse plenamente.
La declaración de Xi cobra sentido cuando se observa que China posee la mayor cantidad de propietarios de viviendas del mundo; es el país con más usuarios de Internet; el primero en número de graduados universitarios, con un récord graduados en ingeniería, con un total de cuatrocientos mil ingenieros en sólo dos años; y es el que concentra más multimillonarios, según algunas de las publicaciones que se dedican a elaborar estas clasificaciones. La pobreza extrema en China es inferior al 1%.
La reforma de Deng Xiaoping
A finales de la década del 70, China cambió de rumbo. Fue gracias al giro que imprimió Deng Xiaoping, que puso fin a la etapa liderada por Mao Tse Tung y convirtió al país en una economía de mercado. Un régimen peculiar, mejor conocido como «socialismo con características chinas». La reforma consistió en la descolectivización de la agricultura y de una apertura del país a la inversión extranjera, acompañada por el permiso a emprendedores para crear empresas que duró hasta principios de los 80. A finales de los 80 y principios de los 90 se implementaron programas que permitieron las privatizaciones, el levantamiento del control de precios y la eliminación de regulaciones y políticas proteccionistas. Durante este proceso, las mayores industrias, la banca y el petróleo permanecieron bajo el control del Estado, pero sin interferir en el desarrollo del sector privado. Estás políticas generaron un crecimiento sin precedentes que perdura en la actualidad, con innovaciones en variados campo económicos y de nuevas tecnologías.
China no sólo se convirtió en el mayor proveedor de todo tipo de productos en el mundo, sino que también penetró con inversiones de infraestructura y capital en occidente, en África y en el resto de Asia. Pekín mostró las cartas al mundo: juega abiertamente a la globalización y al libre comercio.
El Plan Quinquenal Made in China 2025, en vigencia actualmente, es la nueva estrategia que la potencia asiática para expandir su poderío económico a nivel global. El plan prevé un aumento del déficit fiscal y una expansión monetaria, pero que tendrá como propósito el incremento de las inversiones en infraestructura a lo largo del país y para mejorar las conexiones con otras naciones a través de la nueva ruta de la seda. También aumentará la inversión en innovación tecnológica y la extensión del 5G.
Uno de los grandes desafíos que tiene China por delante es la reestructuración de su industria. Pasar de una era de la cantidad a una era de la calidad y la eficiencia en la producción. El objetivo central de China es ser líder en tecnología a escala internacional, por delante de potencias como Alemania, EEUU y Japón. Este punto fue la mayor debilidad de la Unión Soviética, la última que intentó sobrepasar a EEUU como potencia global.
El mundo pospandemia exacerbará la rivalidad entre China y EEUU, lo que plantea un posible escenario de nueva Guerra Fría. La República Popular se ha ganado un lugar respetable como gran potencia económica y cultural, con un ascenso hasta ahora imparable. La disputa por el liderazgo mundial entraña dos riesgos: un incremento de la conflictividad entre países y el surgimiento de un imperialismo con características chinas. Napoleón lo anticipó hace dos siglos: «Allí duerme un gigante que cuando despierte sacudirá al mundo».