La actual crisis política económica que agudiza los problemas sociales de Argentina requiere acciones claras y contundentes. Más que apoyar a una gestión «para contener al dólar y la inflación», como reclaman referentes del oficialismo, se necesita urgente un programa económico de estabilización y desarrollo sustentado en un consenso político amplio que fije un rumbo durable y coherente hacia el desarrollo nacional. Relacionado vulgarmente con la promoción de un modelo económico industrial, el integracionismo-desarrollismo ya contemplaba en sus albores una propuesta concreta a este problema político que nos empantana y que tiene plena vigencia para nuestra situación actual.
Recordemos que el desarrollismo surge en plena grieta entre peronismo y antiperonismo, en el marco de una economía subdesarrollada. Esta situación sigue vigente y agravada por la pobreza estructural. La fórmula política que entonces el desarrollismo da como respuesta a esa falsa antinomia que impide resolver los problemas económicos se la denominaba Frente Nacional. Hoy podríamos nombrarlo también coalición de centro o coalición para el desarrollo, pero la esencia es la misma. En su obra Las Condiciones para la Victoria, Rogelio Frigerio define al Frente Nacional como «la expresión concreta de la alianza de clases y sectores que a marchas forzadas emprenden la consolidación de la nación». Y aclara que «en esta conjunción tienen cabida los partidos políticos, sin perder ni su autonomía funcional ni su individualidad; con absoluto resguardo de sus tendencias y programas, la conservación de sus dirigentes y la total independencia de su actuación:. De hecho, es una incoherencia denominarse desarrollista y no creer ni promover la conformación del mismo.
Lo importante de la coalición —o frente— es que esta confluencia de actores tiene un objetivo específico: sustentar un programa que exprese los objetivos comunes para consolidar la nación. Programa y frente se retroalimentan y dan sentido. Como explica Arturo Frondizi, «no hay ideas individuales, por mas valiosas que sean, que puedan prosperar si no constituyen momento dentro del Movimiento Nacional».
Tan loable objetivo es resumido por Frigerio de la siguiente manera: «Defender la integridad del Estado y sus instituciones democráticas y el imperio de la legalidad; trabajar por el desarrollo armónico de la Nación, integrando el interior con el sector de los 300 kilómetros que rodea el puerto de Buenos Aires; apoyar y colaborar en la ejecución del programa de estabilización y expansión de la economía nacional, que nos liberará de la condición de país subdesarrollado creando condiciones permanentes y orgánicas de bienestar social para todos los argentinos».
Actores y sectores del frente
Frigerio definió a los protagonistas que debían conformar entonces el frente: «Entre las fuerzas sociales interesadas en el fortalecimiento de la unidad nacional se encuentran, junto al movimiento obrero y a la clase de los productores y comerciantes nacionales, urbanos y rurales, los extensos sectores de clase media: la Iglesia, las Fuerza Armadas y, por último, aquellos sectores de las estructuras partidarias tradicionales que, más allá de sus posiciones ideológicas, resuelven respaldar la lucha por el desarrollo independiente de nuestra economía».
Aclaraba también algo fundamental del frente: su naturaleza popular. El Frente Nacional incluye por definición a los sectores populares y a quienes lo representan. Por eso, al ser entonces el peronismo y el movimiento obrero claros representantes de las masas trabajadoras, no podía concebirse un Frente Nacional sin la presencia de ellos.
Hoy vale preguntarse la legitimidad popular de cada uno de estos actores así como el emergente otros nuevos, como los movimientos sociales.
En su entrevista con Visión Desarrollista, el economista Martín Rapetti dio algunas precisiones de cual sería, a su entender, ese centro frentista con músculo político necesario para generar las reformas estructurales. Define dos características de los sectores capaces de formarlo: un peronismo que entienda la cuestión productiva y una oposición republicana que, además de entender bien la relevancia de la macro y micro para el desarrollo, tenga empatía social y comprenda que hay un peronismo, el productivo, que debe ser aliado en el ejercicio del gobierno.
Otro factor a ponderar respecto a los actores, ayer y ahora, son los denominados adversarios del frente: los sectores contrarios al programa de desarrollo. Fundamentalmente, los ganadores del modelo económico vigente. Frigerio los llamaba «intereses agroimportadores»: eran entonces los exportadores de materias primas, poco vinculados al mercado interno, y los importadores de bienes industriales y petróleo, que no querían competidores nacionales. Podemos sumar hoy día al mercado financiero no vinculado a lo productivo. En concreto, hablamos de todos los que se benefician con el status quo del subdesarrollo imperante, y sus cómplices por acción u omisión, a lo largo de toda la dirigencia argentina. Al respecto, Máximo Merchensky hace énfasis en la propia dirigencia política: «Los actores políticos argentinos tienen poder de veto y lo usan de manera extorsiva. Por eso la idea de casta es atractiva».
Superar la dificultad para lograr acuerdos
Partiendo de las premisas de que, como explica Ángel Cirasino: «Los consensos se hacen con los que piensan diferentes”, en una sociedad polarizada la dificultad de acordar un programa es algo concreto a resolver.
La falta de entendimientos, explica Merchensky, tiene como consecuencia una política pendular que genera capas de normas e instituciones que conforman una «maraña superestructural» que impide la acumulación de capital, a su entender, el eje de cualquier programa a acordar.
La vinculación entre subdesarrollo y grieta política es directa. Frigerio lo explicitaba al decir que el subdesarrollo es un «ámbito inseparable de la violencia política y social, ya que la estrechez de la base económica transfiere su inelasticidad a los conflictos entre los grupos sociales». Es, por lo tanto, imposible superarlo mediante falsas antinomias y grietas pues son expresiones del mismo. La única manera de eliminar la famosa grieta, que nos estanca y enfrenta, es elaborar un proyecto común sustentado en una base amplia coalición política que no alimente las posturas de ambos extremos de la grieta.
Para el actual diputado nacional por Entre Ríos, y homónimo de su abuelo, Rogelio Frigerio, precisamente «el denominador común de los fracasos de Argentina en más de medio siglo es la falta de acuerdos». Lo afirma en su última entrevista a Visión Desarrollista, donde también señala que «es así desde el gobierno de Frondizi. Si uno lo entiende, no debe tener dudas de que la única forma de encarar los problemas es con amplitud, apertura y generosidad cuando le toca llevar las riendas de la administración pública. Pero esto le ha costado a todos los gobiernos de los últimos 50 años. Aún los que arrancan con una posición de apertura terminan encerrados en sí mismos, con una endogamia creciente que los hace cometer cada vez más errores. Le está pasando también al gobierno actual [NdA: La entrevista es de fines de 2020 donde ya entonces percibía esta incapacidad hoy evidente]. Asume también una autocritica del propio gobierno de Macri al reconocer que tras el triunfo en las elecciones legislativas de 2017, «se podría haber generado entonces un frente político más amplio y ganar el músculo que hacía falta para llevar adelante un programa de transformación. No lo hicimos y, de alguna manera, volvimos a frustrar a un montón de gente que había depositado en ese gobierno enormes expectativas». Vale recordar que él siempre abogó por la amplitud frentista durante el gobierno de Mauricio Macri frente a la postura más restrictiva, alimentada por la grieta, que finalmente se impuso.
Su abuelo también analizó este problema, crónico entre los argentinos, e incluso explicó cómo y por qué se puede resolver. En su obra Las Condiciones para la Victoria, señala que «no existe parte alguna de la comunidad —más allá de desencuentros circunstanciales— que no hallen en el cumplimiento de ese programa el medio para la realización de sus metas particulares, comenzando pos la clase obrera y los productores de la industria y del agro, receptores inmediatos de los resultados del desarrollo económico». Es decir, el Frente vivifica los intereses comunes de los sectores sociales más allá de sus diferencias circunstanciales siendo su concreción superadora al logro de intereses particulares. No olvidemos la visión nacional e integral del desarrollismo, es decir, que el que un sector prospere a costa de los demás no es desarrollo nacional por más que para ese sector lo sea. Frigerio también explicaba como una alianza de clases y sectores en torno a un programa nacional era un modo de resolver aquella tensión permanente entre los mismos cuando se dan determinadas condiciones históricas, como lo es construir un país desarrollado, lo cual beneficia al conjunto ya todos sus componentes.
Ahora bien, compartiendo plenamente lo planteado por Frigerio, ¿cómo lograr que el sistema político y los sectores sociales no sólo comprendan el beneficio de acordar sino que promuevan los acuerdos?. En primer lugar, se requieren nuevos liderazgos capaces de propiciar acuerdos no particulares sino generales que muchas veces implican sacrificios o postergaciones.
En este mismo enfoque de pensar en el bien común más que en el particular, en la nación más que en los sectores, Frigerio sostenía, 60 años atrás, que «el objetivo frentista fundamente no es incrementar el capital electoral y ni siquiera vencer en un comicio, lo cual, como lo recuerdan recientes experiencias políticas no equivale a ganar el poder». Esto de «ni siquiera vencer en un comicio», que suena muy idealista, es fundamental y necesita ser asumido por nuestros políticos. Frondizi y Frigerio lo asumieron al acompañar al peronismo en las elecciones de 1973 en la conformación del que consideraban entonces como Frente Nacional a pesar de que su partido, el MID, no asumió ningún cargo en el Gobierno.
Hoy también los políticos de los diversos partidos deben consensuar un programa y apoyarlo, sobre todo si no son ellos los elegidos para implementarlo desde el Poder Ejecutivo.
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