Los que estudiamos relaciones internacionales sabemos que los períodos de transiciones de poder son los más peligrosos. ¿A qué nos referimos con transiciones de poder? A aquellos ciclos donde se altera la fuerza relativa de las distintas potencias en pugna. Como ejemplo de esto podemos mencionar las terribles Guerras Mundiales del siglo XX en las que se dieron las siguientes dinámicas: el crecimiento en el poder de los EEUU, Rusia y Alemania (esta última desplazada de competencia geopolítica mundial por el resultado de dichas guerras) y la declinación relativa de Gran Bretaña. Estos movimientos ascendentes y descendentes del juego de las grandes potencias fueron finalmente dirimidos en la forma en dos guerras que tuvieron como resultado final la hegemonía, por primera vez en varios siglos, de potencias por fuera de Europa Occidental: la Unión Soviética y los EEUU. La imposibilidad de que esta transición en el peso relativo de las naciones pudiera darse de manera pacífica llevó no a una sino a dos Guerras Mundiales cuyo resultado moldeo la política internacional en la segunda mitad del siglo XX.

Más alentador resultó el cambio internacional motivado por la caída del bloque soviético y luego de la propia Unión Soviética en 1991. Es común que un gran poder que ve desafiado su dominio busque un “manotazo de ahogado” al ver que su poder se le escurre de entre las manos recurre al poder militar que aún conserva: esto afortunadamente no sucedió y la Unión Soviética desapareció sin disparar un solo tiro y dando lugar al “momento unipolar” de los EEUU.

En la transición de poder actual se da un triple juego: el impresionante ascenso económico de China que ha comenzado a transformar recursos económicos en poderío militar, el resurgir del poder ruso que liderado por Putin y ayudado por el precio de la energía ha vuelto a poner a Rusia en el plano de la competencia geopolítica y, finalmente, la declinación relativa de los EEUU. Recordemos que no estamos hablando en términos absolutos, sino que el poder de cada nación se mide en relación al de sus competidoras.

Un párrafo aparte merece la UE, donde radican las grandes potencias de antaño quien tiene los recursos y la tecnología para convertirse en un actor geopolítico de peso propio, pero sus procesos internos por ahora no lo han permitido. El bloque se encuentra entre una de las zonas de falla entre Rusia y EEUU. Una Rusia más asertiva no solo lleva a Bruselas a preocuparse por Moscú sino que le hace preguntarse acerca del alcance efectivo de la alianza con EEUU (OTAN). Es por esto que veremos mayores movimientos hacia la autonomía militar y energética que deberán superar las divisiones al interior del bloque.

Lejos de una hegemonía absoluta pos guerra fría, en el nuevo contexto, los EEUU, potencia dominante no solo en América sino también en el área del Pacífico y Europa, encuentra a China y Rusia contestando su preeminencia en ambas regiones. Históricamente, este tipo de conflictos se ha dirimido por las armas al que típicamente lo seguía un período de paz, interrumpido cuando un nuevo desbalance llevaba nuevamente a la guerra. Esta dinámica es en gran medida inescapable ya que la tasa de crecimiento de las naciones es siempre dispar lo que hace que su fortaleza relativa se altere con el paso del tiempo.

Sin embargo, se ha dado un cambio fundamental en la tecnología militar: la existencia de armas de destrucción masivas. El poderío militar de las potencias mencionadas no solo puede llevar a la destrucción absoluta de las otras (contrarrestado por la destrucción mutua asegurada) sino que el uso de estas “armas totales” puede causar la aniquilación total de la humanidad. Esto el desarrollismo lo entendió perfectamente y describió como coexistencia pacifica. Ahora bien, en este contexto de no guerras directas pero con competencia fuertemente militarizada, ¿cómo pueden las potencias procesar su competencia sin comprometer el futuro de la especie humana?

Actis: «La tecnología es el punto neurálgico de la disputa entre China y EEUU»

Es aquí donde los líderes de las potencias dibujan los límites que buscan establecer frente a sus competidores: las famosas “líneas rojas”. La definición de las mismas siempre son a arbitrio de los líderes y todas las partes interesadas no solo prestan atención a la forma en que son definidas sino también las acciones que son llevadas a cabo.

Es por eso que el actual conflicto de Ucrania es observado de cerca no solo por los Estados Unidos y Occidente sino también por China y Asia: saber hasta dónde llegarán los EEUU en su respuesta al desafío de Putin dan pistas acerca del nivel de compromiso que los EEUU desplegará en la defensa de sus aliados en Asia. La política internacional se construye tanto de recursos tangibles como de percepciones y las decisiones, firmeza y voluntad de los líderes son sopesadas por todos los actores relevantes.