China
Esteban Actis, doctor en Relaciones Internacionales y autor del libro 'La disputa por el poder global', en la Usina Desarrollista

La clave para entender la geopolítica actual es la relación entre China y EEUU. ¿Estamos ante una nueva Guerra Fría? Esteban Actis cree que no. El concepto de Guerra Fría, dice, confunde más de lo que aclara. El mundo está en tensión por una potencia en ascenso que desafía a la potencia establecida, explica Actis, doctor en Relaciones Internacionales y coautor del libro La disputa por el poder global, que escribió junto a Nicolás Creus. El enfrentamiento se manifiesta en el plano comercial, tecnológico, ideológico, financiero, militar y ambiental. Pero la tecnología es el punto neurálgico. «Sin la dimensión tecnológica, las tensiones geopolíticas serían menores y mucho más fáciles de canalizar», subraya Actis en la charla de la Usina Desarrollista.

El reemplazo de una potencia global por una nueva ocurrió varias veces en la historia y siempre generó tensión, plantea Actis. «La rivalidad entre China y EEUU es estructural al sistema internacional», sostiene y aclara que esto significa que no depende de los actores políticos. Por eso, con el triunfo de Joe Biden puede cambiar el vínculo de EEUU con China, pero la conflictividad va a seguir, es inevitable. Lo mismo ocurre del otro lado: el enfrentamiento continuará aunque Xi Jinping deje el liderazgo del Partido Comunista Chino. El núcleo de la disputa es la competencia por controlar las nuevas tecnologías: 5G, big data, inteligencia artificial, internet cuántico, internet de las cosas. «Las guerras del futuro van a estar atravesadas por estas tecnologías. Quien domine la cuarta revolución industrial no solo va a tener ventajas geoeconómicas, sino también en defensa y seguridad», advierte Actis. Es un tema que preocupa en Washington. El Centro de Contrainteligencia Nacional y de Seguridad de EEUU (NCSC, por sus siglas en inglés) publicó el 22 de octubre pasado un informe donde alerta sobre los avances tecnológicos de China, en especial en materia de inteligencia artificial.

La convergencia de China es un cambio fundamental en el tablero mundial. Ya no es una economía que compite con base en los bajos costos laborales, sino que gana participación en los segmentos más avanzados de las cadenas globales de valor, explica Actis. «Las empresas chinas comienzan a disputar y en muchos casos a estar por delante de las empresas norteamericanas en estos sectores», apunta. El ranking de la revista Fortune con las 500 empresas más importantes del mundo incluyó en 2019 por primera vez más firmas chinas que estadounidenses.

La cortina de gigabytes

La convergencia explica que la infraestructura digital se haya convertido en un campo del juego geopolítico. Lo demuestra la presión de EEUU para evitar la expansión de las redes de 5G construidas por la empresa china Huawei. El secretario de Estado Mike Pompeo viajó en 2019 a Europa para disuadir a sus aliados de que eligieran a esta compañía, a pesar de que era la más avanzada del mundo en el desarrollo de 5G. Pompeo advirtió a los países europeos que perderían el acceso a la alianza estratégica con EEUU y que Washington no confiaría en quienes adoptasen la tecnología china. La presión fue efectiva, ya que muchos países retrocedieron o decidieron demorar sus planes de 5G. Esta estrategia es lo que Actis y Creus denominan la cortina de gigabytes o la cortina de hierro digital.

Dos años después de la gira de Pompeo la situación es otra, explica Actis, ya que existen dos empresas occidentales que pueden competir con Huawei: Ericsson y Nokia. Este año Brasil inició la licitación de 5G y permitió la participación de la firma china, a pesar de las objeciones de Washington. El gobierno de EEUU intenta influir ahora por otros medios. El Consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, ofreció a Brasil el apoyo para obtener financiamiento de organismos multilaterales para encarar las obras necesarias si se inclinaba por alguna empresa occidental, señala Actis.

Los únicos países que prohibieron el desembarco de Huawei son Reino Unido y Australia, dos aliados tradicionales de EEUU. Australia ganó importancia estratégica porque una de las prioridades de EEUU es contener la influencia de China en la zona del indopacífico, destaca Actis. Dos acuerdos recientes apuntan al mismo objetivo. El primero es el AUKUS, la alianza militar entre Australia, EEUU y Reino Unido sellada en septiembre pasado para apoyar el desarrollo de submarinos nucleares en Australia. El segundo es el quad, un foro informal militar formado por Australia, EEUU, India y Japón.

El llamado desacople es una de las ambiciones tanto de China como de EEUU. La construcción de infraestructura digital es una parte clave en esa estrategia, como también lo es el abastecimiento de insumos clave. «Hay un intento por tener mayor autosuficiencia», señala Actis. Un ejemplo es la industria de semiconductores, un insumo central para la fabricación de microchips. La mitad de los chips del mundo son fabricados en Corea del Sur; le siguen Taiwán y Singapur. Rediseñar las cadenas de suministro globales para aumentar la autosuficiencia de las potencias demandaría inversiones importantes y aumentaría los costos de producción, advierte Actis. Es un sector crítico con riesgo alto. La industria de semiconductores atraviesa actualmente una crisis que derivó en la escasez de microchips en todo el mundo. Una consecuencia local: la planta de Volkswagen en Córdoba anunció esta semana una reducción en la fabricación de  cajas de velocidad debido al faltante de microchips. 

Los ejes de la disputa

La tecnología es el núcleo de la disputa, según Actis, pero no el único eje donde se desarrolla. En 2018 se hizo evidente otro plano del enfrentamiento: la guerra comercial, que se tradujo en la imposición de aranceles a la importación entre China y EEUU. Aunque estuvo asociada al discurso nacionalista de Donald Trump, la guerra comercial tiene bases más profundas, sostiene Actis. Entre ellas destaca el malestar de la elite y el sector productivo estadounidense por las consecuencias negativas de la globalización en el país, en especial la deslocalización productiva a Asia y la consecuente pérdida de empleos industriales.

Una diferencia evidente con la Guerra Fría es el papel de la ideología. El enfrentamiento entre EEUU y la URSS tenía un fuerte componente ideológico, ya que planteaba la competencia entre dos modelos de organización económica. Esto no es así en la disputa actual porque es intracapitalista, según Actis. EEUU se basa en un modelo capitalista donde los incentivos del sector privado tienen el papel preponderante; China promueve un capitalismo donde la transformación económica es pensada desde el Estado. «En ambos casos existe una relación entre el Estado y le mercado», concluye Actis.

Entre EEUU y China, sin embargo, existe una disputa de narrativas. EEUU promueve la idea de que la democracia liberal es moralmente superior a la autocracia china y es un sistema más eficiente, plantea Actis. China se muestra al mundo como un país que crece sostenidamente, saca a millones de la pobreza, se desarrolla y, a diferencia de las democracias occidentales, no tiene grandes problemas políticos ni restricciones económicas. «El gran desafío narrativo de China es convertirse en un país de renta alta», sostiene Actis.

A pesar de que China es la segunda economía del mundo, el PBI per cápita es similar al de Malasia o México, compara el analista. Por eso es clave para Xi Jinping mantener el crecimiento económico y convertir a China en la primera potencia no occidental que integre «el club de los países de ingresos altos». Es en este plano narrativo donde se emarcann tanto la caracterización del COVID-19 como «el virus chino» por parte de Trump como la estrategia de Pekín de mostrarse como el país que controló más rápido la pandemia y volvió a crecer.

Un enfrentamiento armado entre las dos potencias es poco probable en el corto plazo, señala Actis, aunque considera que es un riesgo latente y no puede descartarse. Las declaraciones reciente de Joe Biden en respaldo a Taiwán ante una posible invasión china son una señal en ese sentido. «Taiwán es uno de los principales escenarios conflictivos en el corto plazo, igual que el mar de China», advierte Actis. 

Cooperación o interdependencia

Otra diferencia importante con la Guerra Fría es la interdependencia. Entre EEUU y la URSS casi no había intercambios; es el escenario opuesto a la relación actual entre China y EEUU. El comercio bilateral, las inversiones en ambos países y el volumen de reservas que tiene el Banco Central Chino en bonos del Tesoro de EEUU evidencian un vínculo muy fuerte y difícil de romper. «En Washington y Beijing pulula la idea del desacople, pero es muy costosa. Es una destrucción económica mutua asegurada”, plantea Actis con una referencia a la doctrina de la Guerra Fría conocida como MAD (por las siglas en inglés de destrucción mutua asegurada). La MAD se basaba en el poder disuasivo de las armas nucleares: nadie quería avanzar en una guerra por las consecuencias desastrosas que provocaría. Por eso el plano monetario y financiero es el límite.

La cuestión ambiental es uno de los asuntos donde es más necesaria la colaboración entre las dos potencias, destaca Actis. «Sin China y EEUU, los dos principales emisores de dióxido de carbono, no puede pensarse una solución multilateral  en este plano», apunta.

Si la tecnología, el comercio y la ideología acentúan el conflicto, la interdependencia financiera y la crisis climática incentivan la colaboración. Del equilibrio entre esas fuerzas depende el escenario futuro del sistema internacional, sostiene Actis y plantea que hay dos alternativas posibles: el G0 y el G2. El G0 es un escenario de crisis del liderazgo global y del multilateralismo, donde la conflictividad sistémica aumenta. El G2 no es un escenario de armonía, sino de competencia estratégica entre las potencias, pero con espacios de colaboración y diálogo, donde ambas pueden avanzar en algunas agendas cooperativas.

El posicionamiento argentino

¿Argentina debería tomar partido por alguna de las dos potencias? Actis asegura que la mayoría de los especialistas coinciden en que la peor opción es acoplarse a una potencia y que el país tiene que llevar adelante una estrategia de autonomía. «La gran pregunta es cómo puede hacer un país periférico como Argentina para resistir las presiones externas», plantea Actis y propone tras estrategias: cobertura, vecindad y amortiguadores.

La estrategia de cobertura consiste en mantener agendas positivas con las dos potencias, de forma tal que se equilibren. Es un camino difícil, pero no imposible. Otra diferencia con la Guerra Fría es la inexistencia de bloques rígidos. En el sistema internacional actual existe una fuerte interdependencia entre las potencias y de los demás actores entre sí, explica Actis. El incremento de las tensiones entre EEUU y China puede tornar imposible el equilibrio en ciertos temas, como muestra la presión de Washington en materia tecnologica.

La vecindad se basa en reconstruir la coordinación política con los países vecinos. Las mayores dificultades para esta estrategia, admite Actis, son las diferencias actuales de Argentina con sus socios del Mercosur. El último episodio de tensión regional fue el anuncio de Luis Lacalle Pou de que Uruguay está negociando un Tratado de Librecomercio con China. «Más allá de Lacalle Pou, la clave del Mercosur la tiene Brasil», matiza Actis y advierte de que los sectores económicos más importantes de Brasil están empujando hacia una mayor liberalización del bloque comercial. «Bolsonaro y Guedes son las caras visibles, pero uno ve que perdieron fuerza los intereses industriales más defensivos y están operando otros actores», subraya.

Actis explica que la tracción de la demanda china de materias primas transformó América Latina en los últimos 15 años. El resultado fue la profundización de los modelos extractivistas y la reprimarización de las economías. Las perspectivas, según Actis, no son buenas para la región: «La defección de Brasil como líder y locomotora regional es traumática para la Sudamérica y todavía no dimensionamos el lastre que eso significa. Veo muy difícil que la región vuelva a estructurarse con Mercosur como un esquema vigoroso de integración motorizado por Brasil».

La estrategia de amortiguadores hace foco fronteras adentro y es, según Actis, la más importante. Se refiere a mantener perspectivas macroeconómicas e institucionales ordenadas. «Un país en emergencia permanente, que está discutiendo cuestiones casi de subsistencia económica y política, es muy difícil pensar que uno puede tener capacidad negociadora en el plano global», cuestiona.

Actis destaca que Argentina es uno de los pocos países latinoamericanos con dependencia tanto de China como de EEUU. Con China por la necesidad de renovar los swaps para mantener las reservas internacionales y con EEUU por el préstamo de 44.000 millones de dólares del FMI. «Si tenés que ir a pedir la escupidera financieramente con las potencias, eso te cuesta. Nada es gratis. Como siempre decimos en relaciones internacionales: no hay almuerzos gratis», advierte. Las amenazas existen con ambas potencias, sostiene Actis y cuestiona a los analistas que consideran que la alianza con China es «un sinfín de oportunidades» y los vínculos con EEUU son siempre perjudiciales.

Las ventajas de EEUU

Actis advierte sobre el riesgo de declarar el declive definitivo de EEUU en forma prematura. Admite que existen datos claros sobre la convergencia de China con EEUU, pero asegura que Washington todavía tiene las mejores cartas en su poder.

En materia geográfica, demográfica y energética EEUU tiene ventajas estratégicas. China mantiene disputas territorias con nueve de sus países vecinos, una población que está envejeciendo, lo que pone en riesgo su modelo de desarrollo, y no se autoabastece de energía. EEUU está en un contexto regional amistoso, tiene un mayor periodo de bono demográfico por delante y logró el autoabastecimiento gracias a la explotación de combustibles no cconvencionales.

Pero hay dos ventajas que China difícilmente pueda compensar en el corto plazo, remarca Actis: el dólar y el soft power. La moneda norteamericana es la reserva de valor global y eso representa «un privilegio exorbitante, que le permite financiar déficits sin lágrimas», precisa. El soft power es la capacidad de atraer y persuadir de un país. «Más allá de algún sentimiento antiyanqui, EEUU sigue siendo para occidente el país con mayor atracción en términos de cultura y liderazgo», afirma. China intenta desplegar su influencia a través de los institutos confucio y otras iniciativas diplomáticas, pero no consigue compensar la influencia del aparato cultural estadounidense. «Todos los estudios de opinón muestran que la influencia china no ha avanzado en los países occidentales», señala Actis. Y con la pandemia, de hecho, la imagen del país empeoró.


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