Desde su llegada a la Casa Blanca el presidente Joe Biden tuvo una agenda compleja y complicada en materia de política exterior. La pesada herencia de la administración de Donald Trump dejó en el camino varios frentes problemáticos tanto internos y externos que son un verdadero escollo que intenta reparar y superar la administración demócrata.
Trump y su “American First” cambiaron algunos principios de la política exterior de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial al cuestionar la alianza de la OTAN, enemistándose con los socios europeos y complacer a los autócratas entre ellos particularmente a Vladimir Putin.
Si bien Biden retomó el protagonismo norteamericano en el multilaterismo como en la Cumbre de cambio climático en Glascow, hay errores propios como la catastrófica retirada de las tropas de Afganistán, pactada en tiempos del gobierno de Trump, y que trajo al recuerdo de la retina la evacuación de la embajada estadounidense de Saigón (Vietnam) en 1975 y la evidencia del rechazo de la sociedad americana al envío de tropas al extranjero.
Tampoco la nueva administración pudo anotarse un éxito en Asia y Oriente Medio y principalmente en el duelo con China sumado a la poca injerencia que viene teniendo en América Latina.
De la tibieza inicial a las sanciones contundentes y el apoyo militar
Ponderando la debilidad americana y los intereses energéticos europeos, Putin tomó la decisión brutal de invadir Ucrania algo que los propios servicios de inteligencia de EE.UU y el Reino Unido anticiparon. A las pocas horas de la invasión, Biden titubeo en cómo proceder y se limitó a anunciar simbólicas sanciones económicas. La viralización del sufrimiento de las victimas y la perseverancia con actos de valentía de su presidente Volodímir Zelenski impactaron e hicieron reaccionar a Occidente. Biden tomó entonces la iniciativa y encolumnó a los principales líderes europeos y parte del mundo en la cruzada contra Rusia con apoyo militar y sanciones económicas mucho más severas.
Esta dura batería de sanciones impuestas por Biden ya están haciendo estragos en la economía rusa: la bolsa está en caída y el rublo se devaluó 10,01% con una depreciación de 62,22%. Sin embargo, de todas maneras, sus exportaciones energéticas a Europa son la clave. Lamentablemente, la arriesgada movida no fue acompañada, por ahora, por sus pares europeos dependientes de los hidrocarburos rusos. Sólo Gran Bretaña se comprometió a tomar la misma medida, pero recién a fin de año. Biden demostró con esta jugada su determinación de golpear con todo a Putin. Desde el inicio de las hostilidades está medida es la más drástica que sufrió el Kremlin aunque para ser verdaderamente determinante requiere de la conjunción europea pues es con las exportaciones energéticas en ese mercado donde Putin consigue su financiamiento. Sin duda esta reticencia por parte de Europa por la enorme dependencia del gas ruso, en particular Alemania era algo que incluso Putin preveía antes de invadir así como la posición de paises como China, India y los Estados del Golfo que efectivamente no se sumaron al boicot comercial. Son tambien la clave para que las sanciones tengan un efecto determinante.
A diferencia de Europa, Biden decidió pagar el costo del político y económico que las sanciones tienen en su propia economía, en especial en el precio de los combustibles, algo que a ocho meses de las importantes elecciones intermedias no es menor en un panorama interno inflacionario. Es cierto que tiene muchas más cartas a favor que sus aliados. Mientras que gran parte de Europa depende del gas ruso, Estados Unidos es el mayor productor de petróleo y gas del mundo y con una política orientada a cuidar el consumo interno, liberar parte de las reservas de crudo, mejorar la producción exportable y alentar a que otros países lo imiten y evitar los precios del crudo suban exponencialmente.
En esa sintonía Biden comenzó a apaciguar su trato hacia Venezuela con la posibilidad de levantar las sanciones al país caribeño que cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo. Otra alternativa es reanudar el acuerdo nuclear con Irán y que el mundo pueda acceder a su petróleo así como restaurar las alicaídas relaciones con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, socios históricos de Washington. En el caso de Qatar ya mostró su disposición de exportar gas. Este abanico de alternativas puede ser una solución para Europa frente a su dependencia de los hidrocarburos rusos. Por el momento, la Unión Europea explora la posibilidad de importar gas de Azerbaiyán a través del gasoducto que pasa por Turquía y sumar a Turkmenistán que posee reservas de gas para 300 años. De lado quedará la doble moral de negociar con países gobernados por autócratas e incorporados al «eje del mal».
La lucha por los laureles de una solución pacifica
Biden, hasta el momento, cuenta con la posibilidad que Ucrania se termine convirtiendo para Putin en un verdadero dolor de cabeza. El escenario de guerra relámpago planteado por Moscú fracasó. En varias zonas del país la resistencia es heroica y feroz. Rusia se encuentra encallado en suelo ucraniano y esa ventaja es crucial para que Biden intente una mediación con la ayuda de China, el único país que influye sobre Putin, para poner fin al conflicto. Sería un escenario de logro compartido entre las dos potencias económicas.
Lograr la retirada rusa sin la intervención china parece más difícil de lograr pero de hacerlo volvería a colocar a EE.UU como el líder de Occidente y potencia mundial. A diferencia de otras situaciones como Irak o Afganistán, la opción de una guerra directa con Rusia no es viable por sus arsenales nucleares.
En este contexto, es imprescindible que Biden pueda lograr el objetivo final de mostrar nuevamente que Estados Unidos es el mayor promotor de la defensa de la democracia y la libertad. Su peor escenario sería que China convenza a Rusia por si sola y logre la paz en Ucrania mostrándose como el garante del nuevo mundo. Ya cuenta con un complicado panorama interno con la misión de mejorar la economía y frenar la inflación con las duras elecciones de medio mandato en el horizonte. Sin dudas, su mediación en el conflicto debe ser con saldo favorable para enderezar su administración, iluminar el resto de su mandato y dejar un sello en la historia como garante de la paz.