Los países subdesarrollados tenían en 1956 una perspectiva inédita: el fin de la Segunda Guerra Mundial iba a estar acompañado por una gran disponibilidad de capitales para la inversión en un mundo cada vez más globalizado. Ya no servía el discurso antiimperialista, necesitaban seducir a los capitales para atraerlos y promover el desarrollo nacional. Esta fue la conclusión a la que llegaron entonces Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. La disputa entre EEUU y China por el poder global plantea la misma pregunta: ¿es una oportunidad o una amenaza para Argentina? Un repaso por el contexto internacional de mediados del siglo XX permite tener una perspectiva amplia para entender las similitudes y las diferencias.
El desarrollismo había superado el limitante ideológico contra el capital extranjero, que existía tanto entre los peronistas como entre los radicales. Esto se vio reflejado especialmente en los famosos contratos petroleros que el presidente Juan Domingo Perón intentó firmar con la Standard Oil de California pero no concretó por la resistencia de su propio partido. Es conocido también que el más vehemente opositor a esos contratos fue el propio Arturo Frondizi quien criticó el contrato en su famoso libro Petróleo y política, pero tres años después tuvo la capacidad de evolucionar desde un pensamiento nacionalista sólo retórico hacia uno concreto, de fines. Frigerio explica esa evolución a partir del método de análisis de la realidad desarrollista: «Nosotros nos preguntábamos:¿nos hace más nación comprar combustible en el exterior u obtener el aporte de capital y de actividad empresaria extranjeros para sustituir esas importaciones por producción nacional? La respuesta es que nos hacemos nación, infinitamente más soberanos, independientes, produciéndolo acá». Con esa lógica, nacionalismo de fines, implementaron la política petrolera que logró el autoabastecimiento en menos de tres años.
Coexistencia competitiva
La Guerra Fría fue una competencia entre dos bloques ideológicos antagónicos que los desarrollistas comprendieron no podía darse en el ámbito de las armas. Frondizi explica en el libro El Movimiento Nacional: «Cuando, en 1957, la Unión Soviética experimenta con éxito su primer proyectil balístico intercontinental queda definitivamente consolidada la bipolaridad mundial al cristalizar, de esa manera, la equiparación del poderío militar estadounidense y soviético. Es la nueva realidad tecnológica militar por la cual la ocurrencia de una guerra termonuclear tendría el carácter de un suicidio mutuo para la URSS y los EE UU. Culmina y perfecciona la bipolaridad de posguerra y, paradójicamente abre el camino para el entendimiento pacífico de las dos grandes potencias y para la liquidación de los bloques antagónicos. La profundización de la coexistencia pacífica, la disgregación de los bloques y la solución de los conflictos locales negociada por las dos grandes potencias, configuran el marco que garantiza la posibilidad de una política independiente por parte de las naciones débiles, amparadas por condiciones que hacen inviables las prácticas intervencionistas en que antaño apoyaron su diplomacia los países más poderosos».
Se competía militarmente pero con el claro limitante que era la mutua destrucción nuclear. Por eso tuvo gran peso la carrera espacial. En 1961 Yuri Alekséyevich Gagarin, cosmonauta y piloto soviético, se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio exterior. Pero si bien ese el campo de disputa visible y mediático, la verdadera competencia, la que definiría al ganador, se daba silenciosa y determinante en el área de la economía y la producción: el sistema más productivo sería el ganador. Así lo anticipo Frigerio muchos años antes de la caída del comunismo, como lo registra el libro Conversaciones con Rogelio Frigerio, de Fanor Díaz: «Lo que se planteaba era la coexistencia competitiva; es decir, una competición en la que podía aspirar al triunfo quien estuviera en condiciones de producir más ya más bajo costo».
Esta competencia generaba una dinámica de oportunidad en que la lucha ideológica podía ser aprovechada por el mundo subdesarrollado para liberar sus cadenas de dependencia y atraso a partir del apoyo económico de las potencias en disputa. «Una de las contradicciones fundamentales de ese tiempo, o sea la lucha en favor o en contra del comunismo, en favor o en contra de Occidente, se transformaba y abría otras perspectivas para la lucha históricamente concreta de los pueblos subdesarrollados por alcanzar el desarrollo y la afirmación de su condición nacional. Tal perspectiva devenía del hecho de que se disgregaban los rígidos bloques de la posguerra, los cuales tendían a imponer subordinaciones al interés nacional de sus miembros, y de que las superpotencias trasladaban su competencia del plano bélico al plano económico y político», explica Frigerio en el libro mecionado. Cada potencia buscaba aliados, cómplices o socios según se los quiera definir, para legitimar su modelo económico y social. Cuba fue el extremo de esta disputa, ya que la URSS consiguió un socio comunista a 500 kilómetros de Miami. La Crisis de los misiles de 1962 fue la consecuencia más peligrosa de esta competencia.
En este contexto, el análisis geopolítico del desarrollismo fue fundamental para definir las oportunidades de Argentina, así como el rol y posicionamiento que la misma debía tener frente a este panorama.
Acceso a la innovación y tecnología
El avance tecnológico de la industrialización se sumaba a la apertura y el interés de las potencias hegemónicas de compartir y volcar tecnología y financiamiento. Era una oportunidad inédita para el desarrollo. «La humanidad está en aptitud de producir en pocos años la cantidad de bienes y servicios que algún tiempo atrás hubiera demandado muchas décadas. A la posibilidad política del desarrollo independiente de las naciones se agrega, así, la factibilidad técnica de poder alcanzar en plazos cortos niveles de bienestar homologables a los del mundo industrializado», analiza Frondizi en El Movimiento Nacional.
Los países subdesarrollados tenían la posibilidad de lograr los niveles productivos de las potencias en tiempos mucho menores que lo que a estos les había demandado. La tecnología ya había sido desarrollada y estaba disponible para ser asimilada sin necesidad de inventarla. La habilidad estaba entonces en lograr convenios y acuerdos para que las potencias compartieran el conocimiento ya adquirido, a cambio de lograr, de esta manera, atraerlas a su posicionamiento geopolítico.
La competencia económica
Si bien la carrera armamentista fue el eje visible de la Guerra Fría y no terminó hasta la caída del muro de Berlín, fue acertada la visión desarrollista de que la verdadera carrera sería en el plan económico, disputando cual modelo sería el más resistente y competitivo. Esa fue la guerra que ganó EEUU y que consagró su poderío.
La competencia por la productividad en el marco del interés por sumar aliados generó iniciativas interesantes para el desarrollo de América Latina, como el programa propuesto por el presidente John F. Kennedy conocido como la Alianza para el Progreso. Sin embargo, el mismo fue instrumentado desde una perspectiva asistencialista que el propio Frondizi advirtió a Kennedy: «Ustedes quieren hacer peronismo en toda Latinoamérica», cuestionó Frondizi según el relato del testigo, traductor, y entonces funcionario de la cancillería, Carlos Ortiz de Rozas.
La Alianza para el Progreso perdió impulso con la muerte de Kennedy, pero alentó la idea de que América Latina necesitaba su propio Plan Marshall. La visión desarrollista aceptaba que el padrinazgo económico del hegemón era prácticamente inevitable para generar el desarrollo nacional. Esto diferenció al desarrollismo de los sectores estructuralistas que consideraban que la base del desarrollo debía ser el ahorro interno. Algo que suena muy loable pero imposible en nuestra realidad.
Sin embargo, el fundamental foco en el análisis del contexto geopolítico no debe desatender los factores internos. Las resistencias dentro del propio país fueron uno de los mayores obstáculos del programa de desarrollo, como destacó el mismo Frondizi. «La existencia de condiciones internacionales y tecnológicas en las que pueda respaldarse una política de crecimiento veloz y autodeterminado no hace de ninguna manera automático el éxito de ésta. Los enemigos del desarrollo son poderosos y los movimientos nacionales que tienen la responsabilidad histórica de darles batalla no encuentran, con frecuencia, el camino de su propia consolidación interna, o la frustran por la incomprensión de los objetivos de un programa emancipador», sostiene en El Movimiento Nacional.
La disputa por el poder global actual entre EEUU y China está lejos de recrear el escenario político de la Guerra Fría. En primer lugar porque ambos modelos se sustentan en el modelo capitalista de acumulación. Es inteligente preguntarse, sin embargo, si la pugna entre la súper potencia y su retador plantea una lógica de legitimización y ganancia de mercados que puede ser retribuida en inversiones, transferencia tecnológica y acuerdos comerciales ventajosos o programas de desarrollo. El análisis de estas oportunidades, pero teniendo bien claro sus riesgos y beneficios, es el desafío de la política exterior argentina frente al gran interrogante: ¿Habrá que tomar partido en algún momento?