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Sembradora trabajando en un campo argentino. / Grupo Insud (flickr.com)

El auge de China en las últimas décadas cambió el mundo. Una de las consecuencias es el alza sostenido de los precios de las materias primas, entre ellas los alimentos, que se acercan en estos días a los récords históricos. El boom de las commodities puso bajo cuestionamiento los postulados de que los países especializados en la producción de materias primas no podían desarrollarse. En este contexto cobra mayor importancia el agro argentino, que ya explica el 24% del PBI del país, según un informe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA). ¿Debería apostar el país por un desarrollo centrado en la producción de alimentos?

Lo primero es aclarar una confusión común. Una idea muy difundida es que Argentina produce «alimentos para 400 millones de personas». Es un mito: el país produce alimentos para animales, no para humanos. Exporta cereales y oleaginosas con bajo valor agregado que son utilizados en los países de destino para la producción de proteína animal y es allí donde se realiza el agregado de valor. El 63% del maíz se exporta como grano y el 60% de la soja, como harina, según datos del INDEC.

Aun así, el agro es el sector exportador más relevante del país. El 48% de las ventas argentinas al exterior en 2020 fueron cereales y oleaginosas, si se incluyen el biodiésel y sus derivados. El principal producto de exportación del país es la harina de soja, que explica el 14,2% del total. Le siguen el maíz, con un 11%, y el aceite de soja, con un 6,9%.

A pesar de que el campo incorporó tecnología a los procesos de producción, en especial en la genética y la explotación agropecuaria, no logró expandir el desarrollo agroindustrial aguas abajo y producir alimentos elaborados. Existen excepciones, como las cerezas patagónicas, el salame tandilero y otros alimentos que incorporan valor agregado en el packaging, la trazabilidad, la calidad e incluso en las denominaciones de origen.

Algunos de los desafíos que tiene el sector por delante vienen de la mano del cambio climático y los nuevos hábitos de consumo, como el veganismo. El  cambio climático afecta en primer lugar la tierra donde se producen los alimentos y es previsible que en los próximos años se endurezcan las normas que regulan la producción agrícola. Por otro lado, el mayor compromiso ambiental de la sociedad se ve reflejado en el comportamiento de los consumidores, que prefieren productos elaborados de manera sustentable. La prohibición de las salmoneras en Tierra del Fuego evidencia una fuerte concientización sobre el tema.

¿El supermercado del mundo?

La propuesta de que Argentina se especialice en la producción de alimentos se resumió en el eslogan del «supermercado del mundo». El concepto tiene reminiscencias al modelo agroexportador de principios de finales del siglo XIX, cuando se decía que el país era «el granero del mundo».

La visión de la generación del 80 era insertar a Argentina en la economía global como una de las principales proveedoras de Reino Unido, entonces la primera potencia industrial. Las políticas impulsadas por la élite argentina generaron una fuerte expansión y la atracción de inversiones extranjeras, en su gran mayoría destinada a construir la infraestructura y el entramado productivo necesario para extraer las materias primas que Londres necesitaba. La red ferroviaria en forma de abanico con centro en Buenos Aires simboliza esa época, en la que no se planteaba un proyecto de desarrollo nacional sino un sistema económico dependiente de la metrópoli.

El modelo agroexportador mostró sus límites durante la primera guerra mundial y entró en una crisis terminal tras la crisis del 30, que provocó un repliegue del comercio a nivel mundial. La historia económica del país desde ese momento hasta mediados de los setenta es el intento fallido de completar una revolución industrial en Argentina. En aquellos años arraigó la discusión sobre la antinomia entre agro e industria, como si fueran dos modelos incompatibles para desarrollo.

Los casos de EEUU y de Canadá demuestran, sin embargo, que la industrialización y la prosperidad del sector agrícola no son antagónicas. Los dos países basaron su desarrollo en una economía que integraba ambos sectores. Vale destacar que incluso Canadá, un país con mayor dotación de recursos naturales por habitante que Argentina, apostó por un modelo de industrialización y diversificación productiva. Es decir, una economía más compleja que convertirse en «el supermercado del mundo».

El agro más allá de las retenciones

El debate en torno a la agroindustria suele atascarse en torno al nivel de las retenciones a las exportaciones. Es una discusión atravesada por la grieta política, los prejuicios y la puja distributiva que impide comprender el problema en forma integral.

El campo argentino es muy diferente al de principios del siglo XX. Hoy es un sector que invierte en tecnología, es uno de los más competitivos del mundo y está interrelacionado con una amplia red de proveedores, clientes, plantas industriales y operadores logísticos. Por eso es más apropiado hablar de la agroindustria que del «campo».

Con una perspectiva amplia, la agroindustria abarca desde la fabricación de maquinaria agrícola hasta otros sectores vinculados al concepto de la bioeconomía, como son los biocombustibles y los biomateriales.

La alta productividad del agro argentino permite que sea competitivo a pesar de las políticas públicas contrarias a su desarrollo, pero las condiciones macroeconómicas y la falta de políticas sectoriales desalientan la inversión para capitalizar el sector. Esto inhibe el agregado de valor.

El Estado puede asumir un rol activo para la promoción de la agroindustria. En primer lugar, con la provisión de bienes públicos como mejoras sanitarias e inversiones en infraestructura para reducir los costos y agilizar los procesos productivos. A nivel macro, con políticas claras y estables en el largo plazo en materia tributaria y cambiaria. En el plano internacional, con la apertura de nuevos mercados para los productos argentinos. Es el camino contrario al adopotado por un Estado intervencionista que cierra las exportaciones, establece precios máximos y aumenta la presión tributaria en forma imprevisible.

El contexto geopolítico es una gran oportunidad para la agroindustria argentina, que tiene como gran cuenta pendiente un mayor agregado de valor.. Para saldarla hace falta, además del ordenamiento macroeconómico y los incentivos a la producción, un consenso sobre el papel del agro en el modelo de desarrollo argentino. Un sector que no es suficiente para sostener la economía nacional, pero cuyo éxito es clave para avanzar hacia una Argentina justa, inclusiva y desarrollada.


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