China rompió en 2020 el récord histórico de importaciones de soja. Compró 100,3 millones de toneladas, un 20% más que el año anterior. A pesar de la pandemia y de la guerra comercial entre Washington y Pekín impuesta por el entonces presidente de EEUU, Donald Trump. El incremento de las importaciones chinas impulsó la cotización de la soja en Chicago, que en enero alcanzó los 500 dólares por toneladas y el martes de esta semana superó el máximo en siete años. Vuelve el viento de cola.
La demanda china beneficia en especial a tres países: EEUU, Brasil y Argentina. Son los mayores productores de soja y cosechan, sumados, más del 80% de la producción mundial, según el último reporte del Departamento de Agricultura de EEUU (USDA, por sus siglas en inglés).
La presión al alza del precio de la soja tiene bases demográficas y, por lo tanto, estructurales. China tiene que alimentar a 1.440 millones de habitantes con un ingreso creciente. El decimocuarto plan quinquenal de la República Popular China fija como objetivo elevar el PBI per cápita de 10.000 dólares, el valor actual, a 30.000 dólares en 2035.
El USDA proyecta que el consumo de soja en China crecerá a una tasa de 2,7% anual entre 2018 y 2028. Si bien es un ritmo elevado, es tres veces más lento que el que se registró entre 2000 y 2018. Casi toda la soja que consume China es importada y no tiene como destino la alimentación humana, sino la de los cerdos. El aumento del consumo de proteínas animales vino de la mano de la mejora de la calidad de vida en China.
China depende cada vez más de las importaciones de soja, principalmente de Brasil, EEUU y Argentina. Y no solo el precio de la soja está pasando por un buen momento.
Un buen año para el maíz
A pesar de que los pronósticos anunciaban lo contrario, 2021 puede ser un buen año para el maíz. En septiembre pasado cotizaba a 163 dólares la tonelada, con expectativa a la baja, pero el precio superó este mes los 210 dólares.
El aumento del precio se debe a la combinación de dos dos procesos. Por un lado, el fuerte incremento del consumo de alimentos a nivel global. Por el otro, la necesidad creciende de China de importar maíz, que también utiliza para alimentar a sus cerdos. Necesidad que se agudizó por el efecto de los tifones en las provincias del norte del país: es la principal zona de producción de maíz y arruinaron las cosechas.
Este escenario es una oportunidad para Argentina para resolver el déficit de divisas. En los primeros meses del año, el complejo aceitero y cerealero del país exportó 2.700 millones de dólares. Y en los últimos 12 meses, exportó casi 7.500 millones. Estos números pueden crecer mucho más con la cosecha gruesa: maíz, soja, sorgo, girasol. Y se deben sumar el maní, el arroz y el complejo legumbrero.
El viento de cola para la agroindustria no va a alcanzar para resolver la crisis económica y social del país, pero merece una mayor atención y mejores políticas sectoriales. Principalmente en materia impositiva y de retenciones. Más si se tiene en cuenta que EEUU, un competidor directo, brindó ayudas estatales a sus productores para hacer frente al coronavirus por una cifra histórica superior a 46.000 millones de dólares. Equivale más del doble de las divisas liquidadas el año pasado por el sector agroindustrial argentino.
La lógica indica que el Gobierno debería apoyar al principal sector generador de divisas del país y no tomarlo como un enemigo ideológico. Pero hay señales que generan preocupación en el agro, como la creación de un nuevo registro de exportadores de carne. La nueva bonanza de las commodities es una oportunidad para iniciar un proceso de desarrollo que el país no debería desaprovechar como hizo a comienzos de siglo