Venezuela encara el próximo domingo unas elecciones presidenciales cruciales para su historia que pueden marcar un antes y un después. Tras 25 años de chavismo, la oposición afronta los comicios unidos y organizados y con la chance real de ganar. El régimen desgastado pasa por su peor momento. Las mayorías de las encuestas señalan una intención de voto a favor del candidato opositor, Edmundo González Urrutia, que alcanza el 60%. Ante este escenario el gobierno autócrata de Nicolás Maduro accionó durante el proceso electoral, que estuvo manchado constantemente, con trabas e inhabilitaciones a candidatos de la oposición y con maniobras para impedir la participación plena de la ciudadanía en los comicios.
El caso más resonante fue la proscripción de la líder de la oposición, María Corina Machado, quien obtuvo una rotunda victoria en las primarias opositoras con más del 90% de los votos. En esta nueva contienda electoral la oposición, que nuclea a varios partidos heterogéneos dentro de la coalición Plataforma Unitaria Democrática (PUD), aprendió de sus errores del pasado, dejaron de lado las diferencias y el boicot que solían aplicar en los comicios, con la no participación en señal de protesta. El mayor gesto lo tuvo Machado, inhabilitada por el régimen, bendijo y alzó la mano de Edmundo González Urrutia, un ex diplomático que fue embajador en Argentina, como el candidato de la unidad para derrotar al chavismo. Desconocido para muchos venezolanos, González de la mano de Machado tiene una ventaja que oscila entre 20 o 30 puntos sobre Maduro.
Venezuela está a un paso de volver a la senda de una verdadera democracia republicana. A pesar de las amenazas, mordazas en los medios de comunicación, intervenciones de los partidos opositores y detenciones indiscriminados a miembros y a activistas de la oposición, la campaña de Machado y González bien organizada y enérgica recorrió el país caribeño con la esperanza real de un cambio rotundo. El entusiasmo se multiplica en cada acto o mitin de la oposición y se espera una mayor participación ya que dos terceras partes de los electores registrados tienen previsto votar, según varias encuestas.
Frente a este panorama el régimen aplicó todas las artimañas posibles como lo hizo en las elecciones de 2018, consideradas por más de 50 democracias alrededor del mundo como fraudulentas. Por ejemplo, Maduro y sus secuaces impidieron que la diáspora venezolana pueda anotarse para votar el próximo domingo. Son un total de 4,5 millones exiliados venezolanos que representa más del 21% del electorado, sólo el régimen con sus normas permitió votar a una minoría que tenga residencia permanente en el país. En cambio, la gran mayoría que tiene residencia temporal o asilo no podrán votar. Según datos oficiales, sólo podrán acudir a las urnas 107.000 venezolanos. En el caso de Argentina, de los más de 220 mil venezolanos que residen en el país, únicamente podrán votar 2.638.
También, el régimen prohibió las misiones de observación electoral de la OEA y la Unión Europea, con la excepción del Centro Carter. Solo fueron autorizados organizaciones afines a Maduro. En Venezuela el voto es electrónico y en en los márgenes superiores de las pantallas las opciones electorales primeras, y que más figuran, tienen todas la cara de Maduro en 13 fotos representando a varios partidos comparado a la foto de González que solo aparece en tres opciones electorales relegadas a las filas inferiores y bajas.
Pero a las trampas, acusaciones infundadas de intervención en el proceso electoral desde el exterior, con insultos incluidos a los presidentes de Argentina y Ecuador, y a la posibilidad de fraude electoral, Maduro fue aun más lejos con fuertes amenazas que en caso de perder las elecciones habrá un “baño de sangre” y la posibilidad de una “guerra fratricida”. Esto generó el rechazo rotundo del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que en varias oportunidades fue ambivalente y en algunos casos amigable en sus posturas hacia el régimen. A la oposición la amenaza explícita de Maduro no la inquieta, y en la voz de Machado “ya no asusta a nadie”.
Aunque Maduro y la narrativa oficial de la campaña oficialista intenta instalar que la continuidad del régimen por seis años más es la única alternativa para que haya estabilidad y paz en Venezuela, parece evidente que la sociedad llegó al límite. El hartazgo a las largas colas para comprar comida y medicina, la falta de los servicios públicos, escasez de combustibles y otro víveres a raíz de los fuertes controles, expropiaciones, una moneda devaluada e inflación por las nubes sumado a la falta de libertades individuales y la represión constante en todos los estamentos de la vida cotidiana de los venezolanos es ya insostenible en una sociedad que fuera de Caracas acude al trueque para sobrevivir.
Y es que si bien hubo ciertos alivios y mejoras por la mínima apertura económica y se usa la imagen en los actos y en la campaña del padre de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, con la intención clara por parte el gobierno y del Partido Socialista Unido de Venezuela de recordar los primeros años de bonanza económica del chavismo, las falsas promesas ya no penetran en los venezolanos.
De Corina Machado a Edmundo González
Los aires de cambios que respira Venezuela en la voz y en la actitud que muestra en sus actos María Corina Machado dan esperanza a miles de sus conciudadanos. Oriunda de Caracas, ingeniera de 56 años, inhabilitada por el régimen tras ganar con holgura las primarias de la oposición en octubre del año pasado, Machado en cada punto del país que recorre con su personalidad alegre y afable, abraza a todos, contiene y es la confidente de todos los ciudadanos que se acercan a ella. Promete que en Venezuela no habrá revanchismo sino paz y un nuevo gobierno de reconstrucción y unidad nacional.
Al ser inhabilitada como candidata por el régimen de Maduro y para ejercer cargos públicos por 15 años, Machado promovió la candidatura de Edmundo González, y logró que su caudal de votos sea transferido a este escritor, ex diplomático y ex embajador en Argentina y Argelia. Edmundo González, de 74 años, de habla serena y pausado, desconocidos para muchos y considerado el candidato tapado para enfrentar a Nicolás Maduro, viene armando junto al PUD y distintos sectores académicos, técnicos, políticos y gremiales, la construcción del llamado Plan País. Se trata de que, en el caso de ganar, haya una transición pacífica del mando y duradera, pues el próximo presidente de Venezuela asumirá recién el 10 de enero de 2025, como establece la Constitución. Dentro del Plan País también se apunta a la acción urgente de estabilizar la economía y recuperar la institucionalidad necesaria para reconstruir al país.
Será fundamental que el régimen respete la voluntad que exprese el pueblo a través de las urnas el próximo domingo 28 de julio. También, la comunidad internacional deberá dar garantías. Una de las claves es la acusaciones y sanciones formales internacionales, principalmente de Estados Unidos, que pesan sobre Maduro y varios jerarcas del régimen. La posibilidad de una amnistía sería una solución posible que permita una transición hacia un nuevo gobierno aunque la sed de revancha puede ser un impedimento aún para los que pretendan justicia. Es una incógnita que reacción tendrá el régimen una vez que se conozcan los resultados electorales y como se manejará en una eventual transición. Lo que sí es claro es que los venezolanos finalmente parecen tener la unidad y capacidad política para dejar atrás las huellas y las penurias de 25 años de chavismo.