«Estamos en abril de 2022, pero podríamos estar en abril de 1937, cuando el mundo descubrió lo que había pasado en Gernika». El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, buscó conmover a los diputados y senadores españoles con esta comparación entre la invasión rusa actual y el bombardeo de la ciudad vasca durante la Guerra Civil Española. Fue el pasado martes en una videoconferencia con el parlamento de España y es la última muestra de la habilidad de Zelensky para manejar la comunicación como un arma inteligente en la guerra. De hecho, varios analistas ya lo consideran uno de los mejores comunicadores en tiempos de guerra de la historia.
Cuando comenzó la invasión de Ucrania parecía solo cuestión de días hasta que Rusia controlara todo el país. Entre las debilidades de Ucrania, se creía, estaba la capacidad de presidente, considerado un peso ligero de la política internacional. Zelensky, sin embargo, fue la gran sorpresa.
Desde un celular y con un discurso sencillo, Zelensky logra trasmitir mensajes emotivos que no solo unen al pueblo ucraniano en la lucha, sino que movilizan a la opinión pública internacional a su favor. Vestido con su característica remera verde militar graba videos donde muestra el avance de la guerra día a día y la dramática situación que viven las zonas del país invadidas por Rusia. Su dominio de la comunicación y, en especial, de las redes sociales contrasta con el manejo mediático de su rival, Vladímir Putin, que apostó por la censura fronteras dentro de Rusia.
La popularidad de Zelensky no para de crecer y recibe elogios de los líderes más importantes del planeta. Habló ante el Congreso de EEUU, donde comparó la invasión rusa con el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor de 1941 y los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ante el Parlamento británico recurrió inteligentemente a la figura de Winston Churchill y citó la famosa expresión «sangre, sudor y lágrimas» que había utilizado el premier durante los bombardeos nazis. Nunca antes se había visto una presencia de este tipo de un mandatario extranjero en los parlamentos de otros países, ayudado por las plataformas de videoconferencia. Disertó ante la Asamblea Nacional francesa, el Bundestag alemán, el Parlamento de Italia y, el martes pasado, el Congreso de los Diputados en España. En Israel apeló a su religión —es judío— y recordó que varios líderes israelíes eran ucranianos, entre ellos Golda Meir. Zelensky incluso tuvo tiempo para hablar en la entrega de los prestigiosos premios Emmy a la música. En la mayoría de sus intervenciones habla en ucraniano. Así lo hizo en un duro y emotivo mensaje ante el Parlamento Europeo, donde reclamó: «No nos dejen solos». Traducción de por medio, Zelensky logró conmover a los eurodiputados, que lo aplaudieron de pie y, varios de ellos, entre lágrimas.
De ‘outsider’ a líder nacional
Si Zelensky era subestimado por sus rivales y los analistas internacionales, era por su trayectoria política. Zelensky, de 44 años, era un outsider. Aunque había comenzado la carrera de abogacía, luego había dado un giro en su vida y se había dedicado a la actividad artística. Se convirtió en actor cómico, guionista, productor y director de cine y televisión. Tuvo una carrera exitosa, con su mayor apogeo Servidor del pueblo, una serie satírica política que él produjo y en la que era el protagonista. En dicha realización Zelensky era un profesor de historia que, gracias a un video subido a las redes sociales donde criticaba la acomodada vida de la clase política y sus corruptelas, se convertía en presidente del país. En parte debido a la gran repercusión de esta serie, Zelensky decidió entrar en la arena política. Su lema era terminar con la corrupción reinante en Ucrania. El mensaje penetró en la sociedad: fue electo en 2019 con el 73,22% de los votos en el balotaje, ante el entonces presidente, Petró Poroshenko.
Ni bien asumió la presidencia, en mayo de 2019, Zelensky, fiel a lo prometido en campaña, intentó limpiar el aparato estatal. Con pocos resultados. Chocó con un Parlamento dominado por la política tradicional, que le impidió llevar adelante sus reformas. Esto castigó la imagen del presidente, cuyos índices de popularidad se desplomaron. También contribuyó a su desprestigio la continuación de la guerra del Donbás, un conflicto en el este del país que había comenzado en 2014, cuando grupos separatistas prorrusos se habían levantado en armas tras la caída del entonces presidente, Víctor Yanukóvich, afín al Kremlin. Desde el comienzo, esta guerra había provocado 14.000 muertes en los diversos enfrentamientos. La habilidad de Zelensky para enfrentar la invasión de Putin, sin embargo, revirtió la caída en la popularidad.
En realidad, había un antecedente de peso, una situación en la que Zelensky había mostrado sus dotes de líder. En 2019, el entonces presidente de EEUU, Donald Trump, le había pedido que encontrara y sacara a la luz los trapos sucios de Hunter Biden, el hijo de Joe Biden, que entonces se perfilaba como el principal candidato demócrata para las elecciones presidenciales de 2020. Hunter Biden había integrado en 2014 el consejo de dirección de Burisma, una de las compañías de gas más importantes de Ucrania. En aquel mismo momento, Joe Biden era vicepresidente de EEUU y actuaba como mediador en el conflicto de Crimea. Por ese motivo, Trump pedía a Zelensky que investigara si hubo irregularidades que pudieran ensuciar la campaña de Biden. Zelensky nunca accedió al chantaje de Trump. Ironías de la historia: tres años después, el expresidente Trump elogió la valentía del presidente ucraniano ante la ofensiva rusa.
Aunque Zelensky cosechó apoyos amplios en la sociedad ucraniana, no todo es color de rosas. Amparado en la ley marcial, el presidente suspendió los partidos políticos prorrusos del parlamento, que lo acusaron de silenciar a la oposición. También cerró los canales de televisión privados, con el fin de centralizar toda la cobertura en una sola emisora pública, que transmite en cadena nacional.
El presidente ucraniano declaró en varias ocasiones que el Kremlin intenta asesinarlo. En la prensa se publicaron versiones sobre, al menos, tres intentos. Dos de ellos a cargo del temible grupo de mercenarios Wagner, el tercero comandado por los kadyrovitas, la guardia pretoriana del presidente de Chechenia, Ramzan Kadyrov. Que estos intentos hayan sido fallidos, paradójicamente, quizás sea una buena noticia para Putin.
En 2006, tras el asesinato a tiros de Anna Politkóvskaya, una periodista crítica del Kremlin, las sospechas recayeron sobre Putin. Él negó las acusaciones minimizando la importancia de la periodista: dijo que la muerte de Politkóvskaya le hacía más daño a la imagen de su gobierno que los artículos que publicaba. Podría repetir la misma respuesta si asesinaran a Zelensky, a pesar de que el presidente convirtió su imagen y oratoria en una espada afilada para movilizar a su país contra los invasores. Aún así, el magnicidio podía ser un grave error político de Puntin: convertiría a Zelensky en un mártir de la resistencia.
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