Frondizi presentaba a Emilia Menotti como su profesora de Historia. A ella le causa gracia la anécdota y aclara que solo era una colaboradora. Con los años, llegó a presidir la Academia Argentina de la Historia. Frondizi la designó en 1963 directora del Centro de Estudios Nacionales (CEN), donde hizo base el expresidente tras su derrocamiento para investigar los problemas del país. Menotti conoció como pocos a Frondizi. Tuvo una relación estrecha con él y su familia. También fue su biógrafa. Todavía activa, hace gala de una memoria prodigiosa, repasa la trayectoria del exmandatario, destaca su carácter de intelectual y el reconocimiento internacional que tuvo su figura. «Los líderes mundiales lo recibieron con los brazos abiertos», enfatiza. También cuenta algunos episodios llamativos que vivió Frondizi en sus visitas a mandatarios extranjeros, que Menotti conoció de boca de su protagonista o a través de sus allegados. En un amplio despacho en el Palacio Barolo, la historiadora recibe a Visión Desarrollista y deja un consejo para los que quieran seguir el camino de Frondizi: estudiar, estudiar, estudiar.
¿Cómo te acercaste a Arturo Frondizi?
Yo viví una infancia muy feliz en el plano personal, pero eran épocas difíciles. Era la época del peronismo. En ese entonces nos alentaban figuras que defendían los valores esenciales republicanos de la Nación. Los que nos habían enseñado en nuestro hogar y en la escuela. Frondizi fue uno de esos hombres. Por eso me acerqué a un comité radical que estaba cerca de casa.
¿Tu familia era radical?
Mi padre tenía formación socialista, pero no tuvo problema con que fuera al comité radical. A los 15 años me acerqué para colaborar en la biblioteca. Ahí conocí al doctor Frondizi, una vez que pasó por el comité. Cuando me recibí de maestra tuve mi primera charla personal con él. Tenía una duda, porque me había recibido con promedio 10 y medalla de oro, y obtenido el premio del Ministerio de Educación, que eran horas de cátedra. Cuando fui a recibirlas al Ministerio, tenía que completar un formulario que decía “quién la recomienda”, y completé: “mi promedio”. Otra pregunta decía “número de afiliada”, y puse una línea. Me preguntaron si no tenía una unidad básica para afiliarme y les respondí que había muchas en el barrio, pero que eso no tenía que ser condicionante. Les dije que dispusieran ellos qué hacer y salí rumbo a la casa de Frondizi, en parque Rivadavia. Toqué el timbre, me recibió, “¿qué le ocurre niña”, y le conté. Me dijo: “No tiene que abandonar sus principios, siga insistiendo en su posición hasta dónde llegue, pero tome las cátedras porque lo importante es que los alumnos tengan su formación»
¿Cuándo te involucraste en política?
Durante la presidencia de Frondizi daba clases y estudiaba derecho. Llegué hasta cuarto año de la carrera. En política estuve involucrada indirectamente, por medio del diputado que teníamos en la zona: el doctor Fernández. Fue después del gobierno que decidí participar activamente en política. Primero fui convencional nacional del MID. En 1965 fui candidata a diputada nacional por el partido. Seguía con la tarea docente, era decana de Historia en la Universidad Kennedy, y colaboraba con el doctor.
¿Cómo colaborabas?
Por ejemplo, una vez Frondizi dio una conferencia en el Jockey Club sobre Pellegrini, que fue brillante. Y había una frase de Pellegrini que le generaba dudas. Me dijo: “Profe —me decía profe en confianza—, quiero saber si esta frase corresponde a Pellegrini o se la atribuyen”. Entonces, averigüé cuándo fue pronunciada. La dijo Pellegrini cuando era diputado. Fui al Congreso, busqué en los diarios de sesiones de la época hasta que la encontré. Era ese tipo de tareas, colaboraba con él en todo lo referido a Historia. Un día me presentó como su profesora de Historia. ¡Y la gente se lo creía! (se ríe). Era un encanto.
¿Por qué te sumaste al frondicismo y no a otros movimientos que también defendían los ideales republicanos?
Él era diferente. Cuando lo eligieron presidente, estaba feliz de que hubiera un ciudadano capaz y honrado al mando del Gobierno, por lo que representaba para el país. Era un intelectual que se formó dentro de su hogar. En su casa hacían sobremesa, el padre reunía a todos los hijos y trataban temas de filosofía, movimientos, ideas. Con siete años, Frondizi se quedaba sentadito en las reuniones que presidía el hermano mayor, Américo. En el secundario deslumbró a los profesores. Coincidí con uno de ellos un tiempo después en la Universidad de Morón. Él sabía que yo estaba con Frondizi y me contaba anécdotas: “Una vez di una clase sobre Kant y Frondizi levantaba la mano y comentaba acertadamente. Le pregunté cómo sabía que se iba a tratar el tema en clase y me respondió que desde los ocho años oía hablar de Kant en las reuniones de su casa”. Tenía una gran formación y una memoria única. Se recibió con diploma de honor en el secundario y también en la universidad. Pero no retiró el diploma de honor [de la UBA] porque estaba la dictadura de Uriburu. Argumentó: «Lo que gané por mis méritos no puedo recibirlo de quien no ha llegado al cargo por el mérito de una elección”. Recién lo retiró en 1992. El derrocamiento de Yrigoyen tuvo mucho que ver en su vida, porque Frondizi quería ser profesor universitario y este hecho le hizo despertar su vocación política.
PARTE 1 | ARTURO FRONDIZI, EL POLÍTICO
¿Cómo influenció a Frondizi el golpe del 30?
Sintió que debía involucrarse. Una vez recibido de abogado, su primer gran juicio fue la defensa de 196 personas que habían formado parte de la revolución del 32 [un intento de derrocar al entonces presidente Agustín P. Justo, elegido a través del fraude, liderado por el radical Atilio Cattáneo]. Obtuvo la libertad de todos los acusados, que le imprimieron el alegato de defensa y le hicieron un diploma simbólico enorme que estuvo colgado mucho tiempo en el Centro de Estudios Nacionales (CEN).
Desde entonces militó en las filas del radicalismo, aunque tenía una formación más de izquierda
Trabajó dentro del partido y en las elecciones de 1946 formó parte de la lista de diputados. Quedó como vicepresidente del bloque de los 44 [la bancada histórica de la UCR durante los dos gobiernos de Juan Domingo Perón, entre 1946 y 1955], presidido por Ricardo Balbín
Frondizi y Balbín fueron compañeros de bancada y pertenecían a la misma línea interna del radicalismo, la intransigencia. ¿Por qué se enfrentaron?
Frondizi incluso defendió a Balbín cuando fue detenido. La diferencia se vio en la Convención Nacional de Tucumán [que consagró el binomio Frondizi-Gómez como la lista oficial del radicalismo para las presidenciales de 1958]. Ahí se planteó la disyuntiva de si la fórmula tenía que definirse con el voto de los convencionales o si debían votar directamente los afiliados. Los balbinistas no tenían convencionales suficientes, por eso querían ir al voto directo. Al final se retiraron y la Convención aclamó a Frondizi por unanimidad
¿Cuál era la raíz del enfrentamiento?.
La posición frente al peronismo. Frondizi decía que la Nación era una sola y que los ciudadanos formaban su base. Por lo tanto, había que buscar una conciliación general para llegar a buen resultado para todos los argentinos. Por eso, el 21 de mayo [de 1958] dictó la ley de amnistía y dijo: “bajamos el telón, se terminaron las diferencias, ahora es una la Nación”. Siempre bregó por eso, fue su prioridad política.
El acuerdo Perón-Frondizi fue uno de los temas más discutidos de aquella época. ¿Existió el pacto?
Por escrito, no. Frondizi no firmó nada. [John William] Cooke denunció que hubo un pacto escrito y lo mostró. Yo tengo una copia. La supuesta firma de Frondizi se analizó por peritos y se comprobó que no era la de él.
Más allá del pacto por escrito, sí hubo un acuerdo político. ¿En qué consistía?
En la legalidad del peronismo. Era el compromiso de terminar con la proscripción y la persecución. Ese camino se inició con la ley de amnistía y, paulatinamente, se fueron dando más libertades.
Contaste que para vos el peronismo fue una época difícil, ¿cómo recibiste la noticia del acuerdo con Perón?
Sabía que no era un acuerdo humillante, pero me costó asimilarlo. Frondizi me convenció. Si él estaba convencido, a mi me bastaba. Él tenía la visión estratégica, yo la de la militante. Pero el adoramiento al jefe no es algo bueno. Nosotros lo respetábamos, no lo adorábamos.
En el primer año de gobierno se sancionó la amnistía política y la ley de asociaciones profesionales, se promovió la batalla del petróleo, la ley de Enseñanza libre… Fue un año muy agitado
Sí. En junio, la ley de amnistía; en julio, la batalla de acero, la derogación de la ley 4.144 de residencia [sancionada en 1902 y que permitía la expulsión de extranjeros o el impedimento del ingreso al país, si el Gobierno consideraba que eran una amenaza para la seguridad nacional o perturbaban el orden público], la batalla del petróleo, la ley de abastecimiento; luego la ley de enseñanza libre. Mes por mes, leyes revolucionarias que fueron fundamentales.
Frondizi había sostenido en Política y Petróleo que el desarrollo hidrocarburífero tenía que hacerse solo con capitales nacionales, pero en el Gobierno hizo lo contrario. ¿Por qué se contradijo?
Frondizi era gran defensor de YPF. Como diputado defendió su independencia como un elemento fundamental de la Nación. Pero en 1958 tomó conocimiento de que YPF no tenía capacidad para explotar todos los campos petroleros. Y si no lo explotaba, había que importarlo y dejar nuestro petróleo durmiendo abajo de la tierra. Frondizi permitió la explotación extranjera, pero todos los contratos petroleros respetaban que la propiedad del recurso era siempre del Estado Nacional.
Frondizi pasó de ser el presidente del radicalismo al máximo referente del desarrollismo, ¿cómo fue ese cambio?
En 1956, Frondizi armó el Centro de Estudios Nacionales. No podía planificar todo y decidió buscar el apoyo de la gente pensante de la Nación. Cualquiera fuera su origen político. Bastaba que trajera ideas concretas. Estaban Dardo Cúneo, socialista; Noé Jitrik, de izquierda; Félix Luna, radical. En el Gobierno, el gabinete también mostraba la amplitud: Cárcano era conservador y Frigerio, su consejero principal, tenía orígenes más de izquierda. Todos ellos armaron las bases del ideario desarrollista.
¿Cómo administraba esa pluralidad de ideas?
Frondizi hacía reuniones de gabinete muy largas. Duraban hasta la madrugada. Cada uno debía exponer totalmente sus proyectos y ahí se debatía. Hablaba un conservador o un socialista, pero todos analizaban cómo ese proyecto contribuía al interés nacional. Los ministros exponían con una base concreta. Una vez, el Ministro de Obras y Servicios Públicos, Alberto Constantini, expuso sobre el plan ferroviario como una hora y media. Habló muy bien, realmente. Frondizi, serio, porque no se le movía un músculo y lo miraba fijo. Constantini terminó de hablar y lo aplaudieron todos. Pero Frondizi le dijo: “Ministro, lo felicito, ha disertado muy bien, pero permítame que le observe lo siguiente: en Salta hay un pequeño pueblito que se uno con otro por medio del ferrocarril. En su plan usted sacó esa pequeña línea. ¿Qué hacemos con estos habitantes que quedan desconectados”. Constantini me contó la anécdota: “Llegué a mi casa y me puse a llorar”. Le había presentado un plan general impecablemente elaborado y justo no incluyó ese pueblito. Ese era Frondizi. Lo respetaban muchísimo.
¿Qué ideas creés que lo influyeron más?
Él no era dogmático. Admiraba tanto a Lenin, que hizo los acuerdos petroleros con el capital extranjero para sacar a Rusia adelante, como alguien de derecha. De Argentina: Alberdi y Pellegrini, sin dudas.
¿Destacás a algún miembro del gabinete en especial?
Al Ministro del Interior, Alfredo Vítolo, no hubo ninguno mejor. Concreto, preparado, capaz. Venía del unionismo. Fue, con Rogelio Frigerio, la mano derecha de Frondizi. Y estuvo en el Gobierno durante todo el periodo. A Frigerio, en cambio, lo tuvo que sacar por las presiones militares, aunque siguió siendo su colaborador.
Considerás a Frigerio como un colaborador, pero hay quienes lo ven como el ideólogo del desarrollismo. ¿Era algo más que un colaborador?
Algunos creen que Frigerio aplastaba el pensamiento de Frondizi. Pero no fue así, no fue el ideólogo de ninguna manera. Ninguno aplastó al otro. Se respetaban mutua y totalmente. Ellos salían todos los domingos en un yatch por el Tigre y hablaban y hablaban. A Frondizi había que convencerlo, y entonces sí cambiaba de opinión, no era imposible. Fueron un complemento perfecto y se llevaron siempre muy bien. No hubo discrepancias entre ellos. Eran dos patriotas y eso los unía en forma indisoluble. Eran capaces de ceder si era necesario por el bien de la patria. Por eso Frondizi cambió su forma de pensar con respecto al petróleo. No se encerró en su tesitura.
Muchos destacan que Frondizi fue un intelectual además de un político
Él nunca improvisaba, preparaba todos los temas. Cuando era diputado, no solo hablaba dos horas en los debates, sino que lo hacía con fundamentos. Si en un debate veía que le faltaba algún dato, llamaba a Elena [Faggionato, su esposa] y le pedía la carpeta que había armado sobre el tema. Ella salía de su casa de parque Rivadavia y le llevaba la carpeta al Congreso.
Existe un muy buen recuerdo de los gobernadores desarrollistas en sus provincias. ¿Por qué creés que es así?
En la época de Frondizi hubo un verdadero federalismo. Los gobernadores fueron claves para el desarrollo. Uranga y Sylvestre Begnis con el túnel subfluvial, Piragine Nyveiro, Duca, Gelsi, Ueslchi, Castello, Amit y tantos otros. Eran las provincias las que hacían el desarrollo, porque Frondizi les dio un empuje total para que fueran protagonistas.
PARTE 2 | LA VISIÓN INTERNACIONAL DE FRONDIZI
Frondizi provocó un giro importante en la política exterior argentina. ¿Por qué?
Para Frondizi, primero venía la integración nacional, después la continental y por último la mundial. Creía que hablar de la integración mundial sin pensar la integración de la propia Patagonia del país era un absurdo. Primero, la lucha por lo nuestro. La unidad nacional, el comercio, la producción, los caminos. Esa era su guía, pero tenía una visión internacional. Los líderes mundiales lo recibieron con los brazos abiertos. Y eran de primer nivel; hoy no hay líderes como Kennedy, Eisenhower, De Gaulle o Adenauer.
¿Creés que estaba a la altura de esos líderes?
Hay una anécdota. Frondizi tenía planeado ir a Francia [en 1960] y en Argentina le aconsejaban que no fuera. Era mala época para una visita porque se iba a votar en la ONU sobre la situación en Argelia, que entonces era colonia francesa. El gobierno de la Revolución Libertadora (1955-1958) había votado a favor de Francia. Pero ahora se volvía a tratar el tema. “¿Cómo votamos?”, le preguntó el representante argentino en la ONU. “¿Cómo vamos a votar? A favor de Argelia, si somos anticolonialistas”, le respondió Frondizi. La votación era unas semanas antes de su viaje a Francia. Se votó así, pero Frondizi no quiso suspender la visita porque había dado su palabra.
¿Cómo lo recibieron?
Cuando llegó a París, De Gaulle lo estaba esperando. Lo saludó protocolarmente y entonces, en su rol de mariscal, con sus casi dos metros de alto, bien serio, le dijo: “Ustedes votaron contra Francia”. Lo miró implacable. Frondizi tomó aire, se puso más firme que el mariscal y le replicó: “Francia nos enseñó una trilogía: libertad, igualdad y fraternidad. En Argentina cumplimos religiosamente con esa trilogía. Los que la han olvidado son ustedes”. De Gaulle lo miró más firme todavía por unos segundos, la tensión cortaba el ambiente. Entonces se sonrió, le dio un abrazo y a partir de ese momento fue un aliado incondicional de Frondizi. Después de ahí, Frondizi fue a Alemania. Adenauer lo recibió y, cumplida la media hora del encuentro protocolar, Frondizi educadamente se levantó. Entonces, Adenauer lo detuvo y le pidió que se quedara para continuar charlando. Rompió el protocolo. “Antes de que usted llegara me llamó el presidente de Francia y me dijo «aprovéchelo, pocos saben como él»”, le explicó y siguieron conversando.
¿Tuvo la misma recepción fuera de Europa?
En Japón, por primera vez el emperador Hirohito salió del palacio para recibir a un mandatario extranjero. [El ministro de Relaciones Exteriores de la URSS, Andréi] Gromyko lo respetaba muchísimo. Cuando fue a Corea del Norte, debatió con Kim Il Sung [primer líder supremo del país] sobre el apoyo del capital extranjero. Kim decía que los países comunistas se habían desarrollado solos, sin el aporte del capital extranjero. Frondizi sabía que no era así y se lo dijo. Le señaló que la Unión Soviética había recurrido al capital extranjero y llevado a expertos de otros países, porque se había dado cuenta de que si no lo hacía, no podía empezar siquiera. Le dijo que Lenin lo había hecho, que se fijara en la bibliografía. Kim llamó a un asistente y lo mandó a buscar el libro al que se refería Frondizi. Cuando lo vio, le comentó: “Es la primera vez que me derrotan tratando un tema del comunismo”. Y le regaló un cuadro de un paisaje de su país bordado a mano, maravilloso. Estaba en la oficina del CEN. Pero Frondizi contó que también aprendió mucho de los líderes mundiales.
¿Qué aprendió?
En la India visitó a Nehru. Mientras recorría el palacio con él, le llamó la atención que estaban colgados los cuadros de todos los líderes políticos de la India, incluídos los virreyes británicos. Le planteó a Nehru que le llamaba la atención que estuvieran los virreyes y en especial Mountbatten, que había sido cruel y sanguinario con su pueblo. Nehru lo escuchó paciente y con sabiduría le dijo: “Ellos también forman parte de la historia de India y, por lo tanto, tienen que estar en esta galería, que recuerda a todas las autoridades que ocuparon los máximos cargos”. Frondizi sintió que le dieron una lección como en la escuela. Y lo aplicó cuando volvió a Argentina.
¿En qué situación?
Fue durante los preparativos para el 150 aniversario de la Revolución de Mayo. Él pidió que en el salón de los bustos presidenciales se pusiera el de Cornelio Saavedra. Fue el presidente de la Primera Junta de Gobierno. Se desató una lucha tremenda contra los morenistas, que no querían saber nada. Sí, 150 años después. Hubo que hacer una campaña de exaltación de la Junta de Saavedra. El argumento era: “Mariano Moreno estaba enfrentado con Saavedra, pero cuando le hablaba le decía presidente”. Al final, se colocó el busto.
Frondizi también se reunión con el papa Pablo VI. Incluso se dice que tuvo influencia en la elaboración de la encíclica Populorum progressio. ¿Fue así?
Sí, fue después de la presidencia. Cuando el Papa estaba haciendo la encíclica se contactó con Frondizi y le pidió su opinión sobre las particularidades del subdesarollo en América Latina. Lo invitó a Roma y ahí conversaron. Elena me contó que ella paseaba por Roma y miraba las ventanitas del Vaticano, donde estaba su marido con el Papa. La encíclica tiene su impronta. Es la visión integral del desarrollismo de Frondizi.
Una de las reuniones más controvertidas de Frondizi fue la que mantuvo en secreto con el Che Guevara en Buenos Aires, cuando era presidente. Es señalada como una de las causas de su derrocamiento. ¿Por qué se reunió con él?
Guevara era el Ministro de Industria de Cuba y había ido como representante del Gobierno de La Habana a la Conferencia de Punta del Este [de la Organización de Estados Americanos, OEA]. Frondizi había hablado con Kennedy y le había hecho entender que no convenía expulsar a Cuba de la OEA porque se iban a convertir en víctimas y, con el apoyo de la URSS, podían expandir la revolución al resto de América con más fuerza. Convenía mantenerlos adentro para controlarlos.
¿Se sabe qué pasó en la reunión?
Lo recibió en Olivos en total secreto. La conversación, según nos dijo Frondizi, fue amplia y general. Notó el desconcierto del Che porque ya no contaba con el favor de Fidel Castro. Había tenido un problema porque quiso comprar tractores en Rusia para trabajar la caña de azúcar y la URSS le respondió que los tractores se hacían para los rusos. Eso frenó el desarrollo de Cuba. No veía un buen panorama. “Tengo muchos problemas”, le dijo a Frondizi. “Yo también los tengo”, le respondió el presidente. Luego el tema se tergiversó. No tuvo influencia el encuentro. Guevara le pidió permiso para visitar a una tía enferma. Frondizi me explicó que no podía negar eso al representante diplomático de un país.
¿Frondizi creía que podía mediar entre Cuba y EEUU?
Claro, porque había convencido a Kennedy de que se convenía evitar la expulsión.
PARTE 3 | DESPUÉS DEL GOBIERNO
Fuiste designada por Frondizi directora del CEN, ¿cómo fue esa etapa?
Cuando Frondizi salió de prisión en 1963, organizó la Fundación Centro de Estudios Nacionales. Él era el presidente, la vicepresidenta era Elena, y me nombró como directora. Esa fue mi primera gran tarea. Amigas y colegas venían a colaborar voluntariamente. Armamos la biblioteca, trabajamos en la organización de cursos y conferencias. Fue una gran tarea.
¿Por qué Frondizi no volvió a la primera plana de la política después del derrocamiento?
No quiso aceptar nunca más un cargo. Cuando volvió de Bariloche, hubo representantes extranjeros que lo propusieron para la ONU. No quiso, dijo que ya había cumplido su papel. Se veía como un consejero, siguió apoyando al MID, pero no quiso ser candidato.
¿Qué recomendarías a los jóvenes que quieran seguir las ideas de Frondizi?
Interesarse por los problemas de la Nación. Así era Frondizi. Era muy lector. Un día vi un libro enorme en su escritorio de Oca Balda, un marino que en un viaje a Tierra del Fuego en 1915, cuando pasó por Península de Valdés y vio las olas gigantes, pensó en utilizarlas para generar energía. Después se encerró en su camarote y escribió un proyecto. La Academia de Ciencia lo aprobó, pero como entonces el petróleo era barato, se dejó de lado. Frondizi había leído el proyecto y cuando llegó al Gobierno lo presentó. Quería implementar la energía hidromotriz. En Francia consiguió interesados, que vinieron luego al país y quedaron impresionados por el tamaño de las olas. Cuando lo derrocaron, el proyecto quedó trunco. Frondizi pensaba en el Chocón, en Cerro Colorado, tenía una visión completa. Y eso era porque era un estudioso de los temas. Su tesoro era la biblioteca del CEN, que tenía 80.000 volúmenes. Era la mayor biblioteca sobre China del país, porque los chinos se habían quedado maravillados con Frondizi y mandaban siempre material. Así que les recomiendo seguir estudiando, porque Frondizi estudió, estudió y estudió.
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