Partido de fútbol en un potrero en un barrio popular de Buenos Aires.
Partido de fútbol en un potrero en un barrio popular de Buenos Aires.

El 29 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de México, un chico salido de un barrio popular del Gran Buenos Aires era testigo de su profecía autocumplida y con su magia inigualable consagraba campeón del Mundial del fútbol a la Argentina. Las imágenes de un joven Diego Armando Maradona pateando una vieja pelota de cuero, en una cancha de tierra, un potrero, y soñando salir campeón del mundo dieron vuelta el mundo. Y nos hace caer, una vez más, en el errado romanticismo de la pobreza. Cuentan que en Fiorito «el Pelusa» tenía un amigo íntimo, que era casi tan bueno como él: Gregorio Salvador Carrizo, o “Goyo”, el otro Maradona, el que no logró salir de la pobreza. «El Diego» fue la excepción que confirma la regla que siguió Goyo. Independientemente del talento de aquel que no fue. ¿Qué hubiera sido de él con un Estado más presente en los potreros y clubes de barrio?

Pelusa y Goyo en su infancia en Fiorito.
Goyo y Pelusa en su infancia en Fiorito.

Los casos excepcionales como los del Diego nos hacen perder el foco o la subjetividad del verdadero valor de los potreros, que sin perder su mística de fútbol descontracturado, aún pueden ser un aliado en el desarrollo de los jóvenes que a ellos acuden. Y no se trata de formar jugadores, se trata de formar personas mediante el soft power que tiene el fútbol. «Mens sana in corpore sane» reza con sabiduría el viejo proverbio.   

Según el documento “El Futuro ya está aquí” del Banco Interamericano de Desarrollo tenemos que poder observar al campo de juego como un aula donde se puedan desarrollar habilidades necesarias para enfrentar un mundo en constante cambio. Particularmente en una Argentina con altos números de deserción escolar y preocupantes índices de malnutrición. 

América Latina se está convirtiendo en una de las regiones más obesas y sedentarias del mundo. Casi el 86,2% de los adolescentes escolarizados de la región no practica deporte. Según la organización Barrios de Pie, solo en la Provincia de Buenos Aires, los índices de malnutrición en los barrios populares abarca al 42% de la población que se encuentra entre los 2 y 18 años de edad. Y como se puede apreciar en el siguiente gráfico, los números son sumamente preocupantes cuando evaluamos el sobrepeso y la obesidad. 

Malnutrición en barrios populares del conurbano: Fuente: Barrios de Pie

Está comprobado que el deporte tiene efectos muy beneficiosos sobre nuestro organismo. Ayuda a controlar el peso, desarrolla masa muscular magra, reduce la grasa y reduce el riesgo de obesidad entre otros tantos beneficios. Pero claro, los clubes barriales no tienen las herramientas necesarias para poder ser promotores de dichos beneficios. 

Entender que el deporte es una herramienta de transformación social es entender que potenciarlo debería ser una política a adoptar. Si bien está vigente en la Argentina la Ley 27.098 para el “Régimen de Promoción de los Clubes de Barrio y de Pueblo” su eficiencia y eficacia son dudosas. La ley crea un régimen de registro y de transferencias monetarias que resultan insuficientes, cuando lo que realmente se necesita es una articulación con las demás esferas estatales. 

Si el espíritu de la norma es el de fortalecer a los clubes de barrio para que trabajen por la inclusión social e integración colectiva dentro de su comunidad, entregar dinero no es la solución.  Cuanto más seguro y orientado sea el entorno creado por los miembros del club, mayores serán los resultados.

Varios son los programas estatales que buscan combatir la inseguridad alimentaria y sus efectos adversos como la obesidad. Mi experiencia personal me invita a creer que a los clubes barriales y a los comedores comunitarios de la zona suele asistir la misma población. El registro de clubes debería poder cruzarse con el Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios en orden de corroborar si mi suposición es cierta o no, y en base  a eso coordinar actividades conjuntas. 

Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo y una publicación de la Universidad de Murcia, las personas que realizan actividad física tienen mayores tasas de escolaridad, mejores calificaciones y mayores expectativas educativas. Los entrenadores de estas entidades tienen en sus manos, para bien y para mal, la formación de personas ¿no podrían sumarse a las capacitaciones docentes?

Entre otros programas sigue vigente “Alimentar Saberes” o el “Plan Nacional Argentina Saludable y Prevención de la Obesidad” o más específico “El Plan Nacional de Alimentación Saludable en la Infancia y Adolescencia”  para capacitar en temas nutricionales a la comunidad. No es necesario destinar mayores presupuestos, pero sí coordinar de una mejor manera los programas. 

En el documento “Efectos de la actividad física sobre las funciones ejecutivas en una muestra de adolescentes” de la Universidad de Murcia explica qué son las Funciones Ejecutivas. Son una serie de capacidades cognitivas implicadas en el control del pensamiento y la conducta. 

Por ejemplo, se estudiaron los efectos sobre 171 chicos de entre 7 y 11 años con sobrepeso después de 13 semanas de ejercicios aeróbicos. El resultado demostró que tuvieron mejoras significativas en las funciones ejecutivas relativas a la capacidad de planificar y organizar. 

Otros estudios similares en chicos de entre 7 y 12 años invitan a creer en la relación de la capacidad aeróbica con la flexibilidad cognitiva. Otros estudios en poblaciones similares arrojan que a mejor rendimiento físico mejores son las respuestas en test cognitivos. 

Una mejor alimentación complementada con una sana práctica deportiva es un buen camino para lograr un mejor desarrollo de nuestros chicos y potenciar su desempeño escolar. Y aquí es donde podremos ver al campo de juego transformado en un aula donde chicos y chicas aprendan cosas tan importantes como confiar o trabajar en equipo, a colaborar para lograr objetivos comunes y construir una sociedad mediante el juego. 

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