Estamos atravesando un momento bisagra para la historia mundial y de nuestro país. La pandemia del coronavirus azota todos los paradigmas del ser humano moderno y pone en crisis la economía global. Argentina, por su parte, padece el condimento extra de encontrarse de antemano en una muy delicada situación económica y social, y tener que negociar los términos del pago de su abundante deuda.
Frente a este contexto por demás adverso, se destaca un hecho que hasta hace muy poco tiempo era impensable: el consenso de todos los sectores políticos. Todos coinciden en que solo se saldrá adelante con unidad y trabajo mancomunado.
El flamante tándem Fernández-Rodríguez Larreta muestra un espíritu racional y cooperativo digno de dos dirigentes políticos de países desarrollados. El presidente de la Nación está demostrando que la frase «Argentina Unida» no es solo un eslogan sino que hoy opera como una verdadera práctica política e institucional, mientras que el jefe de Gobierno de la Ciudad ya se consolidó como el principal referente de la oposición, tanto por su eficiente desempeño al frente del distrito que gobierna como por su habilidad y visión política.
Rogelio Frigerio, quien fuera padrino de confirmación de Horacio Rodríguez Larreta, expresaba unos años antes del retorno de la democracia en 1983, que el replanteo a fondo del esquema político debía provenir de un núcleo de dirigentes sensatos, imaginativos y conectados con la realidad de las clases y sectores sociales que siempre sufren las crisis y quieren encontrar un camino para superarlas. Ello implicaba la conformación de un gran movimiento nacional.
El Tapir vislumbraba, sin dudas, que la única salida de la crisis general de Argentina, que en ese tiempo a su vez acarreaba la supresión del sistema democrático, era un gran encuentro político entre todas las fuerzas y el posterior acompañamiento por parte de los que no administraraban el gobierno.
Fuente de inspiración, tal vez, y sin dudas un antecedente digno de mencionar en medio de la coyuntura actual. Sobre todo a la hora de pensar el futuro político e institucional de nuestro país. ¿Estaremos frente a una oportunidad histórica de enriquecer nuestro sistema democrático, manteniendo y respetando diferencias, pero siempre teniendo como norte los intereses de la nación por sobre los personales o sectoriales? ¿Podremos ser capaces de tener en un futuro una alternancia de gobiernos de centro, con períodos un poco más hacia la izquierda y con otros un poco más hacia la derecha, pero siempre respetando un eje estratégico y con parámetros institucionales bien definidos?
Arturo Frondizi definía así su gobierno como «Nacional, bajo el emblema único de consolidar la nacionalidad». Y planteaba: «El desarrollo nacional no es una empresa del Gobierno, sino una empresa de la Nación, hombres públicos y privados, educadores, trabajadores, hombres de todos lo sectores y opiniones políticas deben tener conciencia de esta empresa, participar en ella y llevarla a cabo».
La imagen de los representantes más relevantes del arco político argentino unidos en la presentación de la propuesta de renegociación de la deuda fue contundente y esperanzadora. ¿Será la primera foto de una película en la que por más que los actores principales y de reparto vayan intercambiando sus roles, se mantenga la armonía y se pueda visualizar un final feliz?