Federico Poli se define como un economista desarrollista «con carnet». Se afilió al Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) en 1982, en plena apertura democrática. Tenía 16 años. Recuerda el desarrollismo no era reivindicado en aquellos años como hoy. Había un ambiente hostil hacia las ideas de Frigerio en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde estudiaba. El colegio estaba copado por Franja Morada, el Frente secundario Intransigente y la Federación Juvenil Comunista, la Fede. La primera charla de Poli con VD ahondó sobre sus primeros paso políticos; fue en 2018, antes de que asumiera como Director Ejecutivo por Argentina y Haití en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cargo al que accedió por encomienda de su amigo de la facultad, el entonces ministro de Economía Nicolás Dujovne, y con el apoyo del exministro del Interior Rogelio Frigerio. Ocupó ese cargo hasta principios de 2020. El último, hasta ahora, de una larga carrera que comenzó como asesor de la Unión Industrial Argentina (UIA). Poli dio el salto a la política nacional cuando Roberto Lavagna asumió como ministro de Economía en 2002, durante la crisis de la convertibilidad. Lavagna lo designó como su jefe de Gabinete. Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, Poli fue nombrado subsecretario de PyMEs de la Nación. Tras la renuncia Lavagna, Poli se mudó a Madrid y desde entonces no vive en el país. Las conversaciones con VD se extendieron en el tiempo y el espacio: una segunda entrevista en Washington, varias charlas por Whatsapp y muchos mails. En el último, a fines de noviembre de 2019, hizo un balance crítico del Gobierno de Cambiemos: «Hubo una manía endeudadora, irresponsable, como si se supusiera que la capacidad de absorción de títulos de deuda argentina por parte de los mercados internacionales no tuviera límite».
Desde su casa en París, y con la libertad que da no tener un cargo institucional, evalúa en forma positiva la política económica de los primeros meses Alberto Fernández. El 29 de febrero publicó en Twitter: «Me parece bien que haya evitado los peores escenarios: no al default, no a la emisión descontrolada, no al aumento de sueldos infinanciables, no a una conducta fiscal irresponsable», tuiteó. También tiene tiempo para pensar en sus proyectos futuros. Quiere publicar una recopilación de sus artículos periodísticos, por ejemplo. Pero no todo es política y economía en la vida de Federico Poli. Apasionado por la literatura, dice que tiene como meta la publicación de dos libros, que ya tiene listos: una novela que que terminó en 2012 —pero no vio la luz— y una colección de cuentos inéditos, que escribió cuando vivía en Madrid. No sería su primer libro de ficción: en 2006 publicó Historias fugaces de hombres y mujeres (Editorial Galerna, 2006, Bs As).
PRIMERA PARTE | EL DESARROLLISMO HISTÓRICO
¿Por qué creés que el desarrollismo tiene hoy tanta aceptación, al punto de que lo reivindican a ambos lados de la grieta?
Sin dudas, la respuesta está en la política de cambio de estructuras que se practicó. Y que se expresó en cifras que nunca se volvieron a repetir en nuestra historia: se multiplicó por tres la producción de petróleo, se duplicó la producción siderúrgica, se quintuplicó la industria del caucho, se triplicó la inversión en carreteras, multiplicó por cuatro la producción automotriz. Y se creó la industria petroquímica.
¿Cómo hizo Frondizi para lograr esos resultados?
El impulso que la política económica le dio a la inversión física fue espectacular. En particular, a la inversión en máquinas y equipos, que es la que permitió la ampliación de la capacidad productiva. El salto que este componente de la demanda agregada mostró en esos años fue único en nuestra historia. La formación bruta de capital físico —la suma de la demanda de construcción y la de máquinas y equipos— pasó del 17,7% del PIB, el valor que registró entre 1956 y 1958, al 20,4% entre 1959 y 1961. De ese proceso inversor vivieron muchos de los gobiernos que le sucedieron al de Frondizi, porque aquellas inversiones se terminaron de desenvolver y la producción maduró en los años posteriores.
Algunos historiadores critican que el gobierno desarrollista impulsó la sustitución de importaciones, pero no promovió las exportaciones. ¿Fue así?
No, esa es una visión totalmente errada. El impacto de la tecnificación, el apoyo tecnológico de instituciones como el INTA, creado en esos años, y la puesta en marcha de la petroquímica, que permitió la provisión de agroquímicos, se hizo notar sobre el volumen de las exportaciones en el período posterior a 1963, tras una década de estancamiento. A partir de entonces, las exportaciones superaron el tope de los mil millones de dólares y comenzaron un camino ascendente que las llevó a duplicar los valores en 10 años. La producción de granos en 1965 se incrementó en más del 50% y llegó a niveles similares a los máximos históricos. También empezaron a tallar las exportaciones no tradicionales, que se promovieron con mecanismos como créditos específicos, devolución de impuestos internos y derechos de importación a los insumos, y reembolso de impuestos internos pagados por los exportadores. Así como entre 1952 y 1962 se verificó algo más de una década de déficit comercial externo, a partir de 1963 se inauguró una década de superávits comerciales que aligeraron la restricción externa.
Frondizi lanzó en 1958 un plan de estabilidad tras un acuerdo con el FMI, lo que generó mucha resistencia. ¿Fue un gobierno impopular?
El de Frondizi fue, producto de las circunstancias, un gobierno que tuvo que echar mano a instrumentos represivos. Como el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), que, por cierto, había aprobado Perón. ¿Por qué estaba en su esencia? No, fue el contexto el que lo determinó. Lo primero que anotaría es la cuestión política. Perón estaba proscripto y, a pesar del acuerdo político que había sellado con Frondizi para las elecciones, agitaba a los sindicatos en contra, que habían empezado la resistencia. Los radicales del pueblo, que habían perdido las elecciones, también presionaban en un límite lindante con la ilegalidad. El Gobierno debía lidiar con los planteos militares —sufrió 33 intentos de golpes de estado— de unas Fuerzas Amadas politizadas y con un poder enorme. En todo el juego interno de Perón y la UCRP jugaba el famoso Partido Militar. Un partido que seguiría teniendo un rol central hasta el ciclo democrático abierto en el 83. Y, por último, las potencias extranjeras hacían su juego. En plena guerra fría, el Partido Comunista era el brazo de la política exterior de la URSS para la exportación de la revolución socialista. Por otro lado, estaban las contradicciones entre los intereses de Estados Unidos y Gran Bretaña que eran fuertes en Argentina. Por otro lado, también hubo una fuerte transferencia de ingresos, provocada por la devaluación de fines de 1958. Fue la más grande hasta el Rodrigazo de 1975. La caída del salario real no tenía antecedentes, fue del 25%. Hay que decir que ya en 1962 se había recuperado casi toda esa caída de los ingresos reales, pero en el momento fue fuerte.
Pero cuando asumió, Frondizi aumentó los salarios un 60%, ¿eso no compensó?
El aumento nominal fue menor del 60% porque se calculó sobre los salarios de 1956. Y la caída del salario real fue grande porque la devaluación provocó un aumento de los precios al consumidor de tres dígitos y la subsecuente caída de la demanda de dinero. Fue una caída sin precedentes.
Si la economía atravesó años tan duros, ¿por qué se reivindica aquel gobierno?
No se debe leer el impacto del plan económico sobre el salario, la inflación y la demanda de dinero como un hecho aislado, sin considerar los logros que alcanzó en términos del cambio de la estructura productiva. El gobierno desarrollista pasó a la historia por el cambio de la estructura productiva, no por los dos años de estabilización que llevó adelante [el ministro de Economía Álvaro] Alsogaray, en 1960 y 1961. ¿Cuántas veces en la historia argentina se logró la estabilización por dos años y la inflación cero, pero fue algo pasajero y sin sustento en la economía real? Lo que pone en valor la gestión de Frondizi, y por lo que es reivindicado, es porque tenía estrategia con una voluntad transformadora de las estructuras productivas y una claridad contundente sobre qué era lo principal y qué lo accesorio.
¿Qué factores influyeron para que se lograra el cambio estructural?
Hubo varios. Influyó el cambio de precios relativos que provocó la maxidevaluación de 1958, la segunda mayor del periodo entre 1935 y 1971. También la política de atracción de inversiones extrajeras, con un marco jurídico que les dio amparo y acceso a los beneficios de la ley de promoción industrial. Hubo un conjunto de políticas activas de fomento de la inversión en sectores específicos como la siderurgia, la celulosa, la petroquímica y la forestación. Se incentivaron las inversiones en regiones como la Patagonia y el Noroeste. Fue clave la ley de promoción industrial , que habilitaba beneficios impositivos, de comercio exterior, de financiamiento y provisión de insumos. Se manejaron las divisas escasas para destinarlas al equipamiento y la tecnificación de las actividades productivas. Para ello se utilizaron la estructura arancelaria y la política de sustitución de importaciones. También se captaron cuantiosos fondos externos para financiar las importaciones, a través del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de bancos privados de EEUU y Europa. Por último, se liberaron recursos públicos gracias a la racionalización de las empresas deficitarias, como los ferrocarriles, y la reducción de la burocracia estatal excedente. Esos fondos se volcaron en la construcción de infraestructuras, como carreteras y obras de energía.
¿Tuviste trato personal con Arturo Frondizi?
Sí, a partir del año 1982 y hasta principios de los años noventa. Incluso tuve el privilegio de estar tres veces en su casa. La primera fue cuando tenía 17 años, un viernes a la noche, después de un asado en Ayacucho, el Comité Nacional del MID. Yo era entonces el presidente de la Juventud Secundaria del partido. Recuerdo que en aquella época se discutía el acuerdo del Beagle propuesto por Alfosín. Frondizi me señaló que había discutido ahí mismo, en su casa, con el Canciller [Dante] Caputo sobre la pérdida de soberanía que significaba que en las zonas cercanas a la frontera con Brasil llegara la radio y la televisión del país vecino, pero no las de Argentina. La segunda vez que estuve en la casa de Don Arturo fue con motivo de un artículo que había escrito en una revista under que editábamos con unos compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires. Era un artículo que hablaba de la línea histórica Rosas, Yrigoyen, Perón, Frondizi. La última vez fue cuando volvió de la gira por el sudeste asiático que hizo con José Gimenez Rébora, a mediados de 1986. Recuerdo que, esa vez, Don Arturo llegó y se metió en el escritorio y, al rato, entró El Tapir, vistiendo un capote y un sombrero de ala ancha que usaba, según me enteré tiempo después, para proteger los anteojos, porque llovía y él nunca usaba paraguas. Parecía un personaje de las películas del género negro. Se encerraron durante un largo rato, supongo que analizaron la situación que había generado una denuncia del Gobierno sobre los contactos de Frondizi con militares.
¿Cómo era tu relación con Frigerio?
A Rogelio lo traté más y tuve la suerte de hacerlo de modo más constante, ya como economista. Rogelio me distinguió cuando, en 1996, cuando era economista Jefe de la UIA, me llamó y me pidió que acompañara a su hijo Mario a la gestión en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, como encargado del área industrial. Para mí, fue la prueba de que me consideraba un cuadro del partido. Años después, a fines de los 90, fui uno de los impulsores de la Fundación Frigerio y tuve el privilegio de compartir con el Tapir, en mesa chica, cosas más cotidianas. El Tapir fue un ser excepcional.
¿Por qué?
Rogelio era un personaje novelesco. ¿Se imaginan una escena en la que el tipo ingresa a la Casa de Olivos escondido en el baúl del auto, vestido con un traje impecable? Rogelio venía de la izquierda universitaria, de militar en los grupos estudiantiles vinculados al Partido Comunista (PC), nunca renegó de su materialismo histórico y, también, fue un empresario exitoso. A mediados de los años 50, tuvo la capacidad de juntar a un arco ideológico muy diverso, que iba desde el PC hasta los sectores de derecha católica, pasando por el peronismo, en lo que se conoció como la Usina, para elaborar un programa de gobierno que logró un salto en el desarrollo económico del país como ningún otro. En este grupo se destacaban Isidro Odena, Marcos Merchensky, Juan José Real, Carlos Florit, entre otros intelectuales de acción. Fíjense que, aunque elaboró y probó en la práctica una doctrina transformadora, Rogelio nunca fue aceptado por la profesión de los economistas. Tal vez, por su condición de autodidacta. A pesar de todo lo que hizo por el país, nunca se le hizo el reconocimiento que merecía. Quizás un poco en los últimos años. También es cierto que para el gran público quedó detrás de la figura de Frondizi. El establishment lo negaba, creo que porque los incomodaba con su pensamiento original y su independencia de criterio.
¿Por qué creés que el desarrollismo perdió trascendencia política?
El desarrollismo sufrió la dificultad de plantear un camino original. Fuimos los que decíamos no al liberalismo y no al populismo. El desarrollismo, en apariencia, toma cosa de las dos, pero, en realidad, realiza una síntesis superadora. Pero como en general la gente se define por oposición, no entiende una formulación de este tipo.
¿Por eso no prendió en la sociedad?
Las sociedades decodifican lecturas binarias, en tanto el desarrollismo planteaba una formulación compleja. Las críticas al desarrollismo tienen que ver con esto. La izquierda nos trata de liberales por creer en la libre empresa y el liberalismo nos critica porque creemos en la necesidad de definir prioridades y tener un Estado fuerte.
¿Le cuesta hacerse entender?
Era un partido de cuadros, con el concepto de la era moderno de una vanguardia política y técnica iluminada. No era pensado como un partido de masas. Por eso la estrategia consistía en hacerle entrismo al peronismo. Se pensaba en “hacerle la cabeza a Perón”, tomar el Ministerio de Economía y hacer el desarrollo nacional. Me parece que ese concepto entraba en contradicción con las necesidades prácticas de ir a las elecciones con candidatos propios.
Primera conversación con Federico Poli, el 8 de mayo de 2018, en la Ciudad de Buenos Aires.
SEGUNDA PARTE | EL PASO POR LA GESTIÓN PÚBLICA
Fuiste subsecretario de PyMEs cuando Roberto Lavagna era Ministro de Economía. ¿Qué hace falta para que se desarrollen las PyMEs?
La condición necesaria para el desarrollo productivo y de las PyMEs es que haya rentabilidad, que haya demanda y que los precios relativos sean los adecuados. Teníamos ese marco a la salida de la convertibilidad. Y se había hecho una política de tipo de cambio real competitivo, porque Roberto [Lavagna] era consciente de que esa era la base de crecimiento de Argentina. Cuando Roberto se fue, el tipo de cambio no se había apreciado, seguía en el mismo nivel.
Eso desde el punto de vista macroeconómico, ¿qué política específica se puede implementar para las pymes?
Cuando estuve al frente de la Subsecretaría de PYMES, una de las políticas más potente que llevamos adelante fue el subsidio de la tasa de interés para capital de trabajo y compra de bienes de capital. Llamábamos a licitación a los bancos que ofrecían la tasa a la que estaban dispuestos a prestar y el monto que estaban dispuestos a colocar. Se subsidiaba a los bancos que ofrecían las tasas más bajas, hasta un monto del 25% del total licitado, para que hubiera competencia. ¿Qué generábamos con esta política? Transparencia, competencia y una tasa de referencia para las PyMEs. Después perfeccionamos el instrumento.
¿Qué mejoraron?
El crédito que dábamos en la provincia de Buenos Aires no podía ser el mismo que en Jujuy o Tucumán. Subsidiábamos más la tasa en el interior. Después licitamos por cupo regional. Después, con el Fonapyme [Fondo Nacional para el Desarrollo de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa] les ofrecíamos a las distintas Subsecretarías de Estado y le decíamos, por ejemplo, “sacamos un crédito para la cría de peces” y coordinábamos el proceso. Lo mismo con la minería y la industria editorial.
¿Qué balance hacés de tu paso por aquella gestión?
Fue una experiencia muy enriquecedora. Recorrí todo el país y dejé un proyecto funcionando. Por cierto, me sucedió en el cargo Matías Kulfas [actual Ministro de Desarrollo Productivo], que dio continuidad y potenció las políticas en marcha. Considero que la política de créditos es, de las que lleve adelante, la que muestra mejor cómo a partir de una política pública transversal se puede hacer foco y atender las especificidades productivas de cada sector.
Te fuiste del Gobierno tras la partida de Lavagna, ¿por qué no seguiste?
Tenía muy buena relación con Felisa Miceli [la ministra que sucedió a Lavagna], podría haber seguido. Cuando ella asumió me ofreció el puesto que después ocupó Guillermo Moreno: “Vamos a crear una Secretaría de Comercio para regular precios”. Yo, claramente, no estaba para eso.
¿Qué cambió en el gobierno con la salida de Lavagna?
Nunca voy a olvidar que cuando se fue Roberto y asumió Felisa había un grupo que cantaba que se iba “el gorila” y entraba “la compañera”. Recuerdo el gesto de desaprobación del expresidente Kirchner. Me parecía delirante que alguien pudiera calificar a Roberto de “gorila”. Entendido que ese mote es para alguien conservador y contrario a los intereses populares. Esa era una dimensión del corrimiento ideológico de un sector, que tiempo después se expresaría más claramente en políticas erradas.
¿Por ejemplo?
La intervención del INDEC para dibujar la inflación y la pobreza fue injustificable desde todo punto de vista porque, además del daño institucional, mostró un nivel de impericia inimaginable. Otro caso fue la errada política energética, que nos llevó a un déficit externo enorme y al faltante de divisas que terminó en el cepo cambiario. Y no fue una política de emergencia, sino una de tipo cuasi permanente: duró cuatro años. También la visión estatista de la economía, que es típicamente populista, como si fuera un valor en sí tener empresas de propiedad pública y una expansión del gasto público. Entre 2006 y 2015, el gasto público subió del 23% a 40% del PIB, principalmente en gasto corriente. Es algo infinanciable para los niveles de productividad de la economía argentina.
¿Están mal conceptuadas las empresas públicas en la visión desarrollista?
Rogelio Frigerio consideraba que todo lo que podía hacer el sector privado, debía hacerlo el sector privado. El sector público debía determinar las orientaciones y, a lo sumo, tener empresas testigos para llevar adelante las políticas. Otra curiosidad del pensamiento de Frigerio es que no consideraba negativo el endeudamiento, siempre que estuviera orientado a un objetivo: el desarrollo económico. Porque sabía que los países crecían con deuda. Yo lo comprendí más tarde. Él decía: “Endeudémonos, hagamos las obras”. Pero hay deudas y deudas. El perfil de hacedor de Rogelio, a muy pocos tipos se lo vi.
TERCERA PARTE | LA ECONOMÍA DE CAMBIEMOS
La estrategia económica de Cambiemos fracasó, en especial la política antiinfacionaria. ¿Qué falló?
La política económica dictada desde el Banco Central durante la gestión de Federico Sturzenegger, que priorizó la lucha antiinflacionaria, con atraso cambiario y altas tasas de interés —nominales y reales—, fue errónea y se mostró inviable.
¿Por qué se produjo el atraso cambiario?
Fueron varios motivos. No como consecuencia de la llegada de inversiones extranjeras genuinas ni un boom de exportaciones, sino el resultado de la llegada de capitales especulativos de corto plazo y de deuda externa. Esto explica los vasos comunicantes entre el déficit fiscal y el externo: el déficit fiscal se financió con emisión de deuda externa, lo que generó un exceso de oferta grande de dólares. El Banco Central, además, adosó una política de flotación cambiaria asimétrica, lo que significa que intervenía solo en una dirección: el tipo de cambio solo podía bajar. Cuando el mercado libre intentaba tirar el tipo de cambio hacia arriba, para corregir la distorsión, la autoridad monetaria lo bajaba a golpe de reservas.
¿Por qué no permitía que el tipo de cambio subiera?
Porque el ancla cambiaria era un elemento antiinflacionario. El Banco Central actuaba así porque, aunque no lo explicitara, pensaba en un modelo de inflación de costos, en el que la devaluación generaba impacto sobre los precios. Por eso, dado que ya se echaba bastante combustible al fuego inflacionario con el impacto que generaba la actualización de tarifas y los reacomodamientos de combustibles, intentaba mantener planchada la cotización del dólar y con ello el precio de los bienes transables. Lo que se le daba a los servicios con la actualización tarifaria, se le negaba a la industria con un tipo de cambio irreal.
¿Cómo afectó esta política a los sectores productivos?
La política monetaria y cambiaria dificultó el despegue de las exportaciones de bienes industriales, lo que se sumó a otros factores como la recesión de Brasil. El atraso cambiario actúa como un impuesto a las exportaciones y un subsidio a las importaciones. Por eso los sectores que compiten con importaciones en el mercado interno vieron afectada su competitividad. Por otro lado, las altas tasas de interés y la restricción de financiamiento, encarecieron el financiamiento del capital de trabajo de las empresas, en particular las PYMEs.
¿Por qué se adoptó un esquema de tasas de interés tan altas?
El Banco Central aplicó esas tasas para que los agentes económicos se quedaran en Lebacs, que son letras de corto plazo, y no se fueran al dólar, que estaba barato. Con este esquema, sostener la demanda de pesos se hacía cada vez más costoso, porque la tasa no solo debía ser positiva en términos de la inflación esperada sino también en términos de la tasa de devaluación esperada. Al mantener el tipo de cambio planchado, el Banco Central alimentaba la expectativas de devaluación, por lo que debía incrementar la tasa de las Lebacs. Sin embargo, se dio un fenómeno curioso: a pesar del crecimiento inmenso del stock de Lebacs, la dolarización de las carteras de los agentes, es decir, la fuga de capitales fue récord durante estos años. Este esquema generó un déficit en la cuenta corriente más un déficit en la cuenta capital de la balanza de pagos de 10% del PIB, aproximadamente.
Y eso derivó en la crisis financiera de 2018…
Claro, al mercado internacional le pareció que era un exceso y no estuvo dispuesto a seguir financiándolo. Por eso hubo una corrida cambiaria y un salto devaluatorio en abril y mayo de 2018. Entonces terminamos recurriendo al FMI como prestamista de última instancia, en un salvataje económico, consecuencia del fracaso.
¿Qué pasó con la deuda durante esos años?
El Ministro de Finanzas actuó como si supusiera que no tenía limites la capacidad de absorción de títulos de deuda argentina por parte de los mercados internacionales. No olvidemos que en los dos primeros años de Gobierno hubo inacción fiscal, ya que se mantuvo inalterado el déficit fiscal primario pero se incrementó el financiero, por ese endeudamiento acumulado, y se gastaron dólares para mantener una paridad cambiaría ficticia. Además, para bajar el costo del financiamiento se procedió a la total liberalización de la cuenta capital que nos dejó expuestos a los capitales especulativos que entraron y, luego, se fueron en manada.
¿Fue una decisión correcta recurrir al FMI?
Se llegó al rescate del FMI para no caer en default por el freno súbito del financiamiento internacional. Entonces comenzó la etapa comandada por Nicolás Dujovne y Guido Sandleris, que trataron de evitar lo que, finalmente, ocurrió después de las PASO: una segunda huida de todos los activos argentinos. Entre 2017 y 2019 hubo una consolidación fiscal como no conoció la historia argentina: la reducción del gasto primario fue de más de 5% del PIB y tanto el déficit primario como el financiero se redujeron. Por su parte, el ajuste del tipo de cambio real que realizó el mercado, sumado a la caída del nivel de actividad, generó una fuerte reducción del déficit en cuenta corriente externa, que pasó de casi 5% a prácticamente cero.
Si tuvieras que elegir la principal variable para explicar el fracaso de la política económica, ¿Cuál sería?
La variable que se mantuvo todo el tiempo desalineada fue la tasa de interés, excesivamente alta, a pesar del ajuste del tipo de cambio. Este comportamiento de la tasa puede ser explicado por la astringencia monetaria, por el riesgo político y por el “monstruo” de las Lebacs y Leliqs. Esta conjunción de política monetaria y fiscal contractiva impactó muy fuerte sobre el nivel de actividad y generó problemas, particularmente en las PYMES, en el empleo y los ingresos. No se hicieron políticas que atenuaran el impacto sobre el financiamiento de las PYMES, lo que hubiera evitado que muchas empresas cerraran.
¿Cómo creés que debería haberse planteado la política económica para evitar estos resultados?
Tendría que haberse fijado como objetivo destrabar la producción y volver a equilibrar la economía. Que haya empleo, que la producción se pusiera marcha, poner las cuentas en orden, y, al final del mandato, tener una inflación razonable.
¿Qué lecciones debemos aprender?
Me parece que debemos poner en perspectivas el proceso de estanflación que Argentina vive desde su bicentenario y los problemas recurrentes con que tropezamos, por no hablar de nuestra decadencia de más largo plazo, que también deberíamos analizar. No podemos obviar el problema que tenemos para sostener una paridad cambiaria real estable, luego de las sucesivas devaluaciones que el mercado produce y que se “come” la inflación al poco tiempo. Y, por mencionar un tercer problema recurrente de nuestra macroeconomía de corto plazo, debemos encontrar una regulación racional que permita superar el problema de la cuenta capital del balance de pagos, para controlar la fuga de capitales que nuestra economía sufre como ninguna otra. También debemos ver cómo lograr cuentas públicas financiables y volver a tener una moneda como nuestros vecinos. No es cuestión de macrismo o kirchnerismo, sino de funcionamiento disfuncional de nuestra economía desde 2010 o 2011.
CUARTA PARTE | LOS DEBATES SOBRE EL DESARROLLO
Existe un debate histórico sobre el rol del Estado y el mercado en materia de desarrollo. ¿Cómo los definirías vos?
El mercado, por sí sólo, no conduce a los países a especializarse en los sectores con mayor capacidad de crecimiento a largo plazo, lo que constituye una falla de mercado. En los países mineros y los de alta productividad en la producción de materias primas, el mercado incentiva la inversión y aplicación de recursos en esos sectores, especialmente en momentos de precios al alza de estos productos, y no surgen espontáneamente nuevas actividades. Es claro que se necesitan políticas industriales para promover la inversión en nuevos sectores. Esto abre un lícito debate sobre cómo diseñar y aplicar tales políticas y la cuestión de las fallas del Estado, cuáles son los mejores instrumentos para evitar la captura del mismo y la corrupción.
¿Es mejor especializarse en los sectores más competitivos o promover la diversificación productiva?
La diversificación productiva es central para el desarrollo. Una amplia bibliografía muestra que existe un vínculo entre la densidad del tejido industrial y el crecimiento a largo plazo de la economía y de su productividad. La diversificación productiva es relevante en el proceso de desarrollo por cuatro motivos. Primero, porque disminuye los riesgos del comportamiento de la economía en su conjunto, por el efecto que los vaivenes del mercado internacional pueden tener en cada sector. Segundo, porque ofrece flexibilidad productiva, lo que abre la posibilidad de aprovechar ciertos cambios tecnológicos asociados a la presencia de determinados sectores y las capacidades acumuladas. Tercero, potencia las externalidades de conocimiento al interactuar un número mayor de actores que participan en redes de aprendizaje. Por último, genera empleos de más calidad y en mayor número.
¿Cuál es el criterio para definir los sectores que hay que promover desde una visión desarrollista?
Hay consideraciones de impacto sobre la balanza comercial y también de tipo tecnológico y de eslabonamientos productivos con el resto de la economía. También se debe tener en cuenta las capacidades existentes, para hacer apuestas que tengan lógica y sostenibilidad económica. La idea es que esas definiciones surjan del diálogo público privado y no desde un Estado que señala en soledad donde invertir. Un concepto interesante es el de la especialización inteligente, la metodología que exige la Unión Europea a sus regiones para dar financiamientos de fondos estructurales. ¿Qué es? El acuerdo de empresarios, el sector público y la academia sobre los sectores donde una región tiene capacidades instaladas, tradición y ventajas. Los actores económicos y sociales consensúan cuales son las potencialidades para especializarse y tener mayor impacto.
Existe una idea muy difundida de que Argentina tiene que poner el foco en el turismo, la economía del conocimiento y la agroindustria. ¿Se puede prescindir de la industria manufacturera?
En el proceso de desarrollo económico no hay neutralidad intersectorial como lo establece el modelo teórico neoclásico. Es decir, se acepta que para desarrollarse no es lo mismo los servicios, la industria o la agricultura. La industria juega un papel central porque es ahí donde se genera y difunde el progreso técnico. Sin embargo, las fronteras entre la industria, la agricultura y los servicios son hoy más borrosas que en el pasado y los vínculos entre estos sectores son más potentes. La oficina gubernamental para la Ciencia del gobierno británico publicó en 2014 un informe donde señala [lee]: «La manufactura no es más solo la producción, hacer un producto y luego venderlo. Las manufacturas están crecientemente utilizando una amplia cadena de valor para generar nuevos y adicionales ingresos de las actividades de pre y post producción, con la producción jugando un rol central en permitir que tengan lugar esas otras actividades creadoras de valor»
¿Qué hay que hacer con los sectores que no pueden competir en una economía abierta?
Es interesante ver los proceso de reconversión exitosos en países de Europa, como España. Los fabricantes de juguetes, por ejemplo, estaban acosados por las importaciones del sudeste de Asia. No había manera de competir. ¿Cerraron la fábrica? No, se reconvirtieron. A partir de las capacidades instaladas que tenían en el manejo del plástico, se orientaron hacia otras industrias que también lo usaban y donde podían competir. La industria manufacturera argentina tiene capacidades instaladas, capital humano, capacidades de management. Pensar que uno puede dar vuelta la página y dejar eso de lado no es sensato.
El país que gobernó Frondizi era mucho menos desigual. ¿El desarrollismo debe repensar la cuestión social?
Es cierto que en el pensamiento desarrollista hay un automatismo, la idea de que el desarrollo resuelve todo. Esa dimensión necesita ser actualizada e incluir la cuestión social porque aquellas eran sociedades más cohesionadas y con niveles despreciables de pobreza.
¿Cómo definirías el desarrollismo hoy?
El objetivo del desarrollismo es cambiar la estructura productiva. No se trata de modernizar la vieja estructura, reduciéndose a incorporar nueva tecnología a las mismas actividades, sino desarrollar la economía a partir de la diversificación productiva y la integración de toda la geografía. Argentina no debe conformarse con el destino preestablecido de ser el “granero del mundo”, sino poner en marcha un programa que movilice todas las riquezas que el país tiene a lo largo de toda su geografía. El planteamiento del desarrollismo implica una visión estratégica desde el Estado sobre el desarrollo y la disposición de instrumentos de política pública al servicio de esta. Lo podría sintetizar en una especialización inteligente y la puesta en marcha de la infraestructura necesaria para desarrollar e integrar al país. Es la generación de condiciones para el desarrollo productivo y la puesta en valor de los activos, las tradiciones y las capacidades institucionales acumuladas en cada región. Y no creer que el mercado solo va a resolver el problema del desarrollo pero tampoco olvidarse que el mercado existe.
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