El problema argentino está centrado en nuestra insuficiencia productiva. La generación de riqueza es insuficiente para garantizar el bienestar material de más de 40 millones de ciudadanos. Pobreza estructural, inflación desbordada, déficit fiscal, inseguridad y hasta la misma grieta son síntomas y consecuencias de esa insolvencia de nuestra estructura productiva.
El cambio de esta matriz, su ampliación en diversas dimensiones, aquello de “agrandar permanentemente la torta a medida que la vamos comiendo” es una «marca» desarrollista. No sólo como fundamento metodológico doctrinario sino avalado por aquella experiencia gubernamental que generó profundas transformaciones en la economía argentina. El problema es que el dramático péndulo populista liberal que acarrea nuestra historia no sólo reniega de esta visión sino que ambas abusan y sobre exigen a una estructura de por sí insuficiente, desgastada y anárquica.
“El punto de encuentro entre populistas y liberales es que los primeros expanden el consumo sin cambiar la estructura productiva. Los segundos lo contraen pero también dejando intacta la estructura”
Rogelio Frigerio (El Debate Frigerio-Alsogaray)
Las grandes preocupaciones que tiene la sociedad argentina están estrechamente relacionadas, y ancladas, en nuestra insuficiencia productiva. La pobreza es estructural precisamente por eso, porque la misma dinámica productiva no es capaz de generar oportunidades para todos los argentinos. Argentinos nacen pobres no por una mera coyuntura sino por las limitaciones del sistema de generación de riqueza, como pasa a escala siniestra en Haití o en Sudán, que impide a los sectores sumergidos acceder una educación suficiente para progresar en el plano personal y un contexto desalentador de las iniciativas que multiplicarían las oportunidades. El tratamiento del problema, desde la óptica desarrollista implica correr el eje de discusión, dejar de creer que todo consiste en mejorar la “distribución de la riqueza”, como suponen sin fundamento sólido la izquierda y el populismo, para centrar el esfuerzo común en una acelerada “generación de mayor riqueza” que vaya siendo compartida a medida que se expande el producto. Entonces sí, con una torta en expansión, distribuir no migajas sino porciones.
Que la inflación tiene su causa en la insuficiencia productiva de la economía nacional, en su oferta raquítica, es la tesis del diagnóstico desarrollista básico. Su propuesta de resolución, también con la exitosa experiencia histórica a su lado, es el enfoque opuesto al monetarista, que muy rústicamente eleva la tasa de interés para sustraer pesos de la circulación. Pretende curar la enfermedad bajando el ritmo cardíaco y pretendiendo respirar menos aire, matando al paciente. El déficit fiscal es consecuencia del gasto ineficiente del Estado. Bajarlo es imperioso pero al ser al mismo tiempo una garantía de la paz social, y electoral, en empleo público, subsidios y asistencialismo, no hay mucho margen de recorte a no ser que el sector privado crezca y multiplique el empleo absorbente de este gasto desbordado. Ni hablar de la inseguridad. Es cierto que la gente no delinque por ser pobre, pero bien sabemos que la falta de trabajo, de sustento, termina degradando la dignidad humana a tal punto que la droga y la delincuencia se vuelven más cotidianas y accesibles, atrapando a los sectores más vulnerables. Y «la grieta»…, la verdadera grieta argentina ¿no es en verdad entre aquellos que tienen acceso a oportunidades y aquellos que no? ¿No es ese acaso el verdadero caldo del cultivo del resentimiento, del desconocimiento, de al fin de cuentas el fracaso de una sociedad que tiene su razón de ser en la convivencia y que sólo es conveniente para algunos?
Por ello, generar las condiciones materiales para multiplicar las oportunidades que se ofrecen a esa sociedad es un deber ser desarrollista. No como un fin. Es el medio para alcanzar más loables “integraciones” y logros que al fin de cuentas den forma al objetivo ulterior de ser una gran Nación. La Argentina que tanto anhelamos.
Una visión bien tangible
¿Cómo lograrlo? Obviamente no puedo ofrecer esa respuesta en pocas líneas, pues es una tarea compleja planificar el desarrollo, que requiere muchos enfoques expertos complementarios en un esquema dinámico que desencadene la productividad dormida entre millones de compatriotas que quieren progresar, educar a sus hijos, mejorar su cultura. Pero si, y tal mi mensaje, que esa debe ser la imperiosa pregunta que debemos responder los argentinos. Particularmente celebro la iniciativa del Consejo Argentina 2030 porque es un espacio idóneo y pluralista donde se debaten y trabajan estos temas. Aún así, me quedo la sensación de que sus propuestas no tienen el debido impacto en la dinámica gubernamental, regida por la coyuntura.
No vamos a resolver verdaderamente la coyuntura que tanto nos preocupa si no desmenuzamos los problemas nacionales de forma dialéctica y estructural. Eso también es ser desarrollista. Y ese diagnóstico nos dice que la prioridad es esta: todos los “para qué” tienen que responder “para agrandar la torta””, con el concurso activo y consciente de todos los actores sociales. No tiene sentido bajar la inflación y el déficit como un fin en sí mismo, porque puede implicar “recetas” que compliquen aún más la situación como hizo históricamente el monetarismo. Ni aún el “para que vengan las inversiones” alcanza porque primero hay que tener claro que inversiones queremos que vengan y donde deben incentivarse específicamente para que alimenten un proceso virtuoso de acumulación-distribución. Los 90 nos enseñaron eso. ¿Qué no estamos en condiciones de ponernos selectivos? Cualquier país que pretende ser una Nación en serio, desarrollada, inclusiva y pujante, parte de que tiene claro hacía donde va. Es decir, su visión tangible de que debe construirse el futuro (no en vano llamamos a este proyecto Visión Desarrollista). Sin esa visión, da todo lo mismo. Con esa visión clara, las oportunidades y los desafíos que se asumen, por más difíciles y complejos que parezcan, son aquellos, y eso es lo importante, que llevan a su concreción. Y esa visión no es abstracta. Se sustenta en algo material: en el cambio cualitativo, la forja de una estructura productiva acorde a nuestro potencial y a nuestro sueño de nación.
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