Hace pocos día sostuvimos una interesante conversación con un grupo de jóvenes economistas. En gran medida, representaban la nueva generación de dirigentes o futuros dirigentes de la política nacional.
La total coincidencia de estos hombres jóvenes con las premisas fundamentales de la política desarrollista nos confirmó lo que el país ha avanzado en a comprensión y evaluación de sus problemas. La mentalidad rutinaria que se niega a reconocer los factores del cambio es una expresión cada vez más reducida e impotente. Sin embargo, aún en los sectores más esclarecidos, persisten ciertos equívocos respecto del método para analizar el fenómeno económico argentino para planear las medidas concretas de su crecimiento económico armónico acelerado, como lo reclamen las distintas regiones del país y la totalidad de los sectores y clases sociales argentinos.
Y es natural que así sea. Tratadistas serios, aplicados específicamente a estudiar la coyuntura latinoamericana y argentina, exhiben vacilaciones cuando tratan de emanciparse de las líneas tradicionales del análisis económico aplicado a nuestros países de producción primaria. Les cuesta romper con esas normas y afrontar el riesgo de innovar fundamentalmente. Coinciden en los objetivos, pero se quedan atrás cuando escogen los métodos para lograr la transformación estructural de ese esquema agroimportador y, sobre todo, cuando deben determinar el ritmo en que deben operarse los cambios. En nuestro país, en la reciente experiencia del gobierno de Frondizi, tuvimos claros ejemplos de esas dudas metodológicas. La disputa entre «monetaristas» y «estructuralistas» y las críticas al recio envión desarrollista que caracterizó a ese gobierno fueron manifestaciones concretas del temor a agredir demasiado la estática de la estructura tradicional. De ahí las vacilaciones de unos y la franca acusación de otros contra las «fantasías» de un desarrollo acelerado que «no tiene en cuenta el excesivo endeudamiento» y que «no subordina el crecimiento económico al techo establecido por la curva de las exportaciones».
Por eso consideramos útil explicar aquí a nuestros lectores la clave que rige el análisis de las tendencias económicas en nuestra revista. Esta clave es la que distingue nuestra posición en lucha por el desarrollo de la posición de otros desarrollistas nacionales y extranjeros, sin excluir al sector de economistas – definitivamente desacreditado – que sigue sosteniendo que todos los males de la Argentina comenzaron cuando el estado fomentó un desarrollo industrial artificioso en lugar de fortificar exclusivamente el sector agropecuario.
Nuestro análisis parte de la comprobación de que la crisis de la estructura agroimportadora es total y que son impostergables las soluciones para salir de ella. La comprobación de esta realidad insoslayable nos señala la magnitud y el ritmo que deben asumir los cambios necesarios para evitar las catastróficas consecuencias de una crisis que no es de lenta evolución sino que está instalada ya, plenamente y sin atenuantes. Por ello, cuando analizamos en estas páginas las tendencias económicas prestamos atención a aquellas que son virtual y efectivamente capaces de revertir la archa acelerada hacia la parálisis y la asfixia, con sus graves consecuencias sociales de desocupación, espiral inflacionaria, subconsumo y miseria.
¿Por qué decimos que la estructura agroimportadora está irremediablemente en crisis? La respuesta está en el cuadro N°1.
Examinando este cuadro, extraemos una conclusión que deliberadamente la simplificamos ara que sea elocuente, utilizando al efecto dos años característicos pero extremos:
- En 1938 cada argentino vendía al exterior 80 dólares de carne, cueros, lana, cereales, etc. y compraba al exterior por valor de 40 dólares en artículos de consumo y algunas máquinas y materias primas. Todavía le quedaban 40 dólares para reinvertir en el campo, en algunas industrias livianas y en servicios.
- Pero en 1961 la relación se invierte: cada argentino vendió al exterior por valor de 47 dólares y compró al exterior por valor de 72 dólares. ¿Por qué? Porque los productos que vendemos al exterior valen cada vez menos y los saldos exportables decrecen en función del aumento de la población y porque los productos que importamos valen cada vez más. El comercio internacional se realiza, pues, con déficit. Con lo que vendemos no nos alcanza para pagar lo que compramos.
Esto es así porque las condiciones del mercado mundial han cambiando, en virtud de muchos factores que no podemos detallar aquí. No podemos modificar substancialmente estas condiciones por mucho que se hable de defender nuestros productos y nuestros negocios, cosa que, por lo demás, debemos realizar con la mayor agresividad.
Para repetir en 1963 la relación entre exportaciones e importaciones que vemos en el cuadro de 1938, el país tendría que exportar más del doble de lo que exportamos. Actualmente, nuestras ventas al exterior son del orden de los 1.000 millones anuales. Por más que incrementemos la producción agropecuaria y diversifiquemos nuestros mercados, la diferencia no puede ser cubierta con los recursos convencionales.
No es posible regresar a la condición de país exportador de alimentos e importador de materias primas, combustibles, maquinaria y artículos de consumo. En balde La Prensa y otros nostálgicos voceros del pasado dicen que éramos más felices cuando la Argentina era la granja de Europa. Entonces teníamos la mitad de habitantes, de los cuales la mayor parte vivía en el campo en condiciones de subconsumo y nuestra industria liviana era incipiente. Hoy tenemos una población que en su mayoría vive de la industria, el comercio y los servicios y consume gran parte de los productos de nuestro agro y una industria liviana que consume más de lo que podemos importar en combustibles, acero, maquinaria, vehículos, etc. Hemos dejado de ser, intrínsecamente, un país agrario. Y hemos paralizado el esfuerzo encaminado a crear las condiciones esenciales para transformarnos en un país industrial, aunque la tendencia hacia esa transformación es históricamente inexorable.
¿Cuales son las condiciones que nos faltan y que empezaron a darse durante el gobierno desarrollista derrocado el 29 de marzo de 1962? Son las condiciones de todo proceso industrial:
- Proveer de materias primas y de energía a la industria y tecnificar el agro. Para ello, en vista de que la balanza de comercio exterior pone un tope a nuestra capacidad de importar en esos rubros, hay que producir en el país combustibles, energía, acero, productos petroquímicos y sintéticos, fertilizantes y plaguicidas, celulosa y papel, maquinaria industrial y agrícola y vehículos. Es decir, sustituir esas importaciones.
- Crear un mercado interno integrado y en constante expansión, para lo cual hay que construir caminos que intercomuniquen los centros de producción entre sí y con los mercados, continuar la modernización del transporte, fomentar la instalación de industrias en el interior y en las rutas señaladas por los poliductos petroleros y gasíferos, dar trabajo y altos niveles de vida a la población de todo el país. Se trata de propender al crecimiento horizontal y vertical de nuestra economía. Horizontal, de todas las zonas geográficas, y vertical de los rubros de la industria pesada y los transportes.
La Argentina es una nación rica en recursos naturales y humanos. Tiene hierro, carbón, petróleo, gas, minerales no ferrosos, inmenso potencial hidroeléctrico, materiales de construcción.
La explotación intensiva de todos estos recursos es indispensable y urgente. Todo el ahorro nacional y todo el capital internacional público, que pueda obtenerse debe canalizarse rápidamente a los rubros básicos que alimentarán a la industria de transformación.
En el cuadro N° 2 puede verse el impulso que se dio a desarrollo de esos rubros básicos durante el gobierno de Frondizi, profundizando la tendencia iniciada en la década de 1946-1955 y subordinándola, como dijimos, al crecimiento de la industrias pesadas y de la infraestructura.
Las cifras que marcan el progreso de la producción de petróleo, energía, acero, petroquímica y en la construcción de caminos, son los únicos índices que permiten descubrir las tendencias que nos llevan a la superación del estancamiento económico-social.
Poco significa, a los efectos de una radicar reversión del proceso que nos lleva a ese estancamiento, analizar las cifras de la balanza de pagos, de las fluctuaciones de la Bolsa, de las reservas monetarias, del valor del dólar o de las ventas y la producción. Estos índices pueden darnos una imagen de la situación actual de la economía y de sus transitorias variantes. Pero no nos indican la dirección del proceso económico. Nos dicen parcialmente dónde estamos, pero no a dónde vamos.
En cambio, sabemos positivamente a dónde vamos a través de las cifras que objetivan las políticas que se ha adueñado del gobierno[NdR: artículo escrito en diciembre de 1963] y que se traduce en una disminución de la producción de petróleo; en la paralización de las obras camineras fundamentales; en la anulación de las franquicias de promoción industrial, que ha determinado ya el retiro de capitales que estaban listos para invertirse en siderurgia, forestación, pesca, etc.; en una inconcebible marcha atrás en materia de racionalización administrativa y de reducción del déficit fiscal y de las empresas estatales y los actos francamente hostiles o de indiferencia frente a la cooperación financiera internacional.
Esta política conduce a la quiebra del país, a la miseria para sus habitantes y a la desesperación de sus trabajadores. Solamente un total desconocimiento de las leyes económicas y de la real crisis estructural de nuestra economía puede fiar en que se reactivará la industria, se abrirán las fábricas y tendremos combustibles y energía abundantes mediante el arbitrio de investigaciones burocráticas sobre costos y precios y medidas demagógicas para desalentar las inversiones nacionales y extranjeras.
Nuestra crisis es permanente y de fondo. Es la crisis de un país de veintidós millones de habitantes que ya no puede vivir sólo de la venta de sus productos agropecuarios en el marcado mundial.
La superación de esta crisis no puede esperar y en eso disentimos con los desarrollistas que pretenden subordinar el ritmo de las grandes inversiones para el desarrollo a un previo mejoramiento de la balanza comercial, a un previo saneamiento de las finanzas internas, a una previa reforma agraria de indefinidos alcances, o a un previo incremento de la tasa de ahorro interno.
Siempre hemos sostenido que la planificación del crecimiento es una operación revolucionaria en nuestros tiempos de rápida transformación tecnológica y política en escala mundial. Una operación revolucionaria que no encaja en los cánones tradicionales y que debe encarar, simultáneamente: la tecnificación del agro; una política enérgica de conquista de nuevos mercados y aumento cuanti y cualitativo de la producción exportable; la explotación intensiva de los recursos minerales y energéticos; la implantación generalizada de la industria pesada; la política vial y de transportes; la supresión del déficit fiscal; el saneamiento monetario y la expansión de la industria en profundidad y en toda a extensión geográfica de la nación. Todos estos factores tienen una dinámica común y se influencian recíprocamente. Separarlos o distanciarlos en el tiempo implica la desarticulación de todo el proceso.
Hemos sostenido, también, enfáticamente, que la tasa de formación de capital interno – por mucho que la política fiscal la estimule, y debe estimularla – es y será insuficiente para sostener el ritmo urgente que hay que imprimir a desarrollo si se quieren evitar crisis como la actual, de imprevisibles consecuencias sociales. Las inversiones en los rubros prioritarios debe ser masivas y el ritmo de la construcción de las obras debe acelerarse a máximo. Para ambas cosas, es indispensable el aporte de capitales y técnicos del exterior que complementen las disponibilidades internas.
Solamente esta coincidencia de la masividad y la urgencia de la actividad desarrollista puede dar respuesta a las dudas e inquietudes que recogemos en nuestro diario contacto con todos los sectores de la vida nacional.
La humanidad está llamada a resolver, en el lapso de unos pocos lustros, las tres contradicciones que signan nuestro tiempo: la contradicción entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas, la contradicción entre los mundos capitalista y socialista, la contradicción entre clases, sectores y partidos dentro de una comunidad nacional.
Los mágicos progresos de la ciencia y la técnica, la imposibilidad de resolver por guerra el duelo entre oriente y occidente, la necesidad, paralela y recíproca, de las naciones desarrolladas y subdesarrolladas de crear consumo y elevar el nivel de vida de los tres mil millones de seres humanos, y la conciencia, cada más universal, de que sólo en la paz y la convivencia se realizará el destino de la especie, nos señalan el camino.
Pese a todos los esfuerzos negativos y a toda la inoperancia que revelan muchos dirigentes políticos, el pueblo argentino ya ha tomado el camino y no lo abandonará.
Fuente: Revista Qué sucedió en 7 días. 11 de diciembre de 1963.