«Palabra de honor», «persona de palabra», «te doy mi palabra», «el valor de la palabra». Todas estas frases muestran que la palabra ha tenido en el devenir de la humanidad un rol importante. En los tiempos que corren y siguiendo a Rafael Echeverría, decimos que la palabra crea realidades. Es decir, no solo describe una realidad —“esto es una silla” — sino que la transforma. La declaración «sí, acepto», con que se formaliza el acto civil del matrimonio, transforma nuestro estado civil y hace nacer un conjunto de efectos jurídicos.
En la misma línea, el uso de un lenguaje en perspectiva de derechos, transforma la realidad de quien lo utiliza en favor de lo nombrado: decir «discapacitado», en lugar de «persona con discapacidad», implica sustantivar un adjetivo, hacer del adjetivo, la cualidad o característica, la definición del ser.
A este enfoque prefiero llamarlo «comunicación con perspectiva de derechos» y no «comunicación inclusiva». Ello se debe a que la segunda propuesta está normalmente asociada solo a los temas de género, cuando existen otros grupos o colectivos en situación de vulnerabilidad que requieren visualizarse en pos de la reivindicación de sus derechos.
¿Y cómo el uso de un lenguaje en perspectiva de derechos transforma la realidad de quien lo utiliza? La utilización de la palabra adecuada conlleva un acercamiento a la realidad de lo nombrado, y la deconstrucción de creencias instaladas culturalmente. Si digo «persona no vidente», en lugar de “persona ciega”, defino a la persona por la negativa —como si alguien dijera que soy una persona no ingeniera—. Por otro lado, vidente es quien puede aproximarse a un futuro desconocido. Las personas ciegas son personas ciegas. Utilizar expresiones como cieguita o cieguito infantiliza a las personas, las pone en un lugar de menor cuantía y en definitiva habla de la dificultad que tenemos para hacernos cargo de la otredad.
Iguales en dignidad y en derechos
Para cada grupo humano existen ejemplos como el anterior. Esto incluye a la comunidad LGBT, las identidades de género, los migrantes, los pueblos originarios, las personas mayores, la niñez. Utilizar un lenguaje inclusivo para comunicar sobre estos grupos humanos implica conocer sus realidades y entender que antes de todo son —somos— personas y que, conforme el artículo primero de la Declaración Universal de los derechos humanos (1948), nacimos iguales en dignidad y derechos.
Nuestro país ha suscripto y elevado a la categoría de norma de rango constitucional, distintos tratados internacionales en los que se compromete a la defensa de los derechos de específicos grupos en situación de vulnerabilidad. El artículo primero de la Declaración Universal de los derechos humanos. En dichos tratados se ha ponderado el uso de un lenguaje inclusivo.
Me adelanto a responder una inquietud que quizás surja. ¿Acaso el uso de lenguaje inclusivo cambia la realidad de las personas en situación de vulnerabilidad? Por supuesto que no. Las palabras permiten visibilizar lo invisible, entender el contexto y, a partir de allí, transformar las realidades, a través de políticas públicas y del compromiso del sector privado y las instituciones. Un aliado estratégico en este camino son los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), la Agenda 2030 y el Pacto Global.