El presidente, Alberto Fernández, propuso el jueves en Moscú que Argentina fuera «la puerta de entrada de Rusia a América Latina». También planteó que Argentina debería «depender menos» de EEUU y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Estas declaraciones son extravagantes por dos razones. Una está vinculada con la baja política: el Gobierno está negociando un acuerdo con el FMI. De hecho, anunció hace menos de una semana que había llegado a un entendimiento con el organismo. La segunda pertenece a la alta política: el presidente se reunió con su par ruso, Vladímir Putin, en uno de los momentos geopolíticos más tirantes entre Washington y Moscú desde el fin de la Guerra Fría, debido a la escalada de tensión en la frontera con Ucrania. El principal reclamo de Putin es que la OTAN deje de expandirse hacia la zona de influencia rusa. En ese contexto, la frase de Fernández suena, al menos, desafortunada. ¿Qué significa convertir a Argentina en «la puerta de entrada» a la región, que está en la zona de influencia estadounidense? Tal vez solo sea una expresión desatinada.
La clasificación tradicional divide las relaciones internacionales entre alta y baja política. Los asuntos de seguridad nacional son alta política; el comercio y la cooperación, baja. La gira de Alberto Fernández por Rusia y China tiene el foco en la baja política, que es donde se juegan buena parte de los intereses nacionales. Las palabras del presidente, que resuenan en la alta política, son el reflejo de la improvisación y la falta de perspectiva en materia geopolítica y de defensa.
La oferta del presidente de que Argentina se convierta en una plataforma para que Rusia ejerza influencia en la región no solo es una declaración polémica, sino que contradice una de las líneas históricas de la política exterior del país. Argentina fue pionera en la defensa irrestricta de la no injerencia de las potencias en la soberanía de los países de América Latina. Basta mencionar la doctrina Drago, convertida en un pilar del derecho internacional, formulada por el entonces canciller argentino. Esta doctrina prohibió, para siempre, el uso de la fuerza para el cobro de las deudas soberanas. Qué lejos quedó aquella Argentina que, como un Estado digno y con identidad propia, lideraba iniciativas valiosas para la comunidad internacional.
Argentina está detenida desde hace años en un proceso de aislamiento internacional, casi atemporal, a pesar de su riquísima historia en el campo de la alta y la baja política. En el plano de la alta política, no solo resignó el pensamiento estratégico de sus líneas históricas, sino también de otros temas que podrían volverse críticos en el futuro. Entre ellos, el resguardo del Acuífero Guaraní, el cuidado de los recursos pesqueros del Mar Argentino y la preparación para eventuales ciberataques a su seguridad e infraestructura crítica.
En los temas de baja política, Argentina se limitó a defender el statu quo. Así, bloquea en el Mercosur la celebración de acuerdos comerciales por parte de aquellos socios que desean ampliar su acceso a nuevos mercados preferenciales. La misma posición adoptó en relación con el acuerdo comercial con la Unión Europea. En estos casos tampoco ofrece alternativas constructivas para avanzar hacia un futuro diferente. A contramano de sus líneas históricas en la arena internacional, Argentina no hace ni deja hacer. Quedó sin iniciativa y no sabe lo que quiere.
Condicionada por la política interna
La política exterior argentina se redujo a reacciones defensivas cuyas causas y razones hay que buscar en el juego político interno. El que parece ser el único tema de política exterior actual, la deuda externa, se utiliza en los foros internacionales para echar culpas a otras administraciones argentinas, algo insólito y amateur cuando el que negocia es un Estado soberano.
Los conflictos domésticos monopolizan la agenda política. Una consecuencia es el déficit en el estudio y la reflexión sobre el vínculo del país con el mundo. Como los problemas internos no se resuelven, cada vez hay menos espacio para levantar la mirada y reflexionar sobre qué posibilidades ofrece el mundo actual para impulsar el desarrollo del país. Tampoco sorprende que la diplomacia profesional se haya reducido a un papel burocrático y cada vez menos relevante.
Todos los países que se desarrollaron se sirvieron del mundo como una plataforma para lograrlo. Y todos lo hicieron mientras lidiaban con las complicaciones y las urgencias de sus agendas domésticas. La historia económica es contundente: no existe ningún caso de desarrollo que no haya estado apalancado en una fuerte y sofisticada vinculación con la economía mundial, de una u otra forma.
Con inteligencia y coraje, Argentina supo hacerlo en el pasado. Incluso antes que varios países que hoy son desarrollados. Nada debería impedir que lo intente nuevamente. Pero el mundo no la va a esperar.