El expresidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva (izquierda) y el actual presidente, Jair Bolsonaro (derecha) en una imagen combinada. © France 24
El expresidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva (izquierda) y el actual presidente, Jair Bolsonaro (derecha) en una imagen combinada. © France 24

Ciento cincuenta y seis millones de electores brasileños van a la urnas el próximo domingo por la primera vuelta electoral en un ambiente de extrema polarización política nunca vista. Se trata de la campaña presidencial más violenta de la historia de la democracia brasileña, desde las elecciones del 1989, después de 21 años de dictadura militar y del periodo de transición hasta la votación directa por parte del electorado. Tanto el presidente Jair Bolsonaro como el ex presidente Luiz Ignacio Lula Da Silva despiertan profundas emociones mezcladas de amor y odio en una sociedad dividida entre dos modelos de país. Semejante clima de agresividad se trasladó a los medios de comunicación, las redes sociales con noticias falsas y principalmente a las calles con enfrentamientos violentos de simpatizantes y militantes de ambas fuerzas políticas que tuvieron graves consecuencias con víctimas fatales.

Los números de las encuestas según Datafolha marcan para la primera vuelta que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Lula, con una intención de voto del 47% seguido del Partido Liberal del presidente Bolsonaro con el 33% y muy detrás aparecen Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista con un 7% y Simone Tebet del Movimiento Democrático Brasileño con una intención del 5% de votos. En las últimas semanas el líder del PT creció dos puntos y Bolsonaro descendió un punto. Para consagrarse en la primera vuelta, el candidato necesita tener al menos 50% más un voto.

Aunque esta cerca a ese número no es fácil conquistarlo. De hecho, el líder del PT siempre se consagró en una segunda vuelta que en este caso, su proyección, sí le estaría dando la victoria definitiva el 30 de octubre. Desde el oficialismo descreen en las encuestas actuales, hablan de posible fraude, «si no gano con el 60% es porque hay algo raro», y hasta se muestran contrarios al voto electrónico que fue el que le llevó a la presidencia en 2018. Tan crispado esta el asunto que se insinúa no estarían dispuestos a aceptar un resultado desfavorable con las consecuencias que eso implica.

La llegada al poder de Bolsonaro y el ocaso de Moro

Si bien en Brasil, al igual que en toda la región durante la primera década de este siglo, hubo periodos de auge y crecimiento económico por el viento cola que es China, la distribución de la riqueza no fue equitativa generando una desigualdad socioeconómica con altos índices de pobreza en las grandes metrópolis del país. Cierta estabilidad con buenos resultados económicos se vivió, con sus respectivas diferencias, en las presidencias Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva hasta el mediocre gobierno de Dilma Rousseff que terminó de la peor forma con su destitución del cargo acompañada de una profunda crisis política y económica.

Tras el pasó de Michel Temer, que asumió a raíz del impeachment de Dilma, el eje de la campaña política del 2018 se basó en terminar con la corrupción imperante del sistema político brasileño que se destapó con el caso Lava Jato. Allí emergieron dos figuras relevantes. Uno fue un juez implacable como Sergio Moro,​ que en 2017 condenó al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva a nueve años y seis meses de prisión, siendo esa la primera vez en la historia de Brasil en que se condenó criminalmente a un expresidente de la República. Sin embargo fue liberado en noviembre de 2019 después de que la Corte Suprema fallara que el tribunal que lo juzgó, el de Curitiba, no era competente. Vale aclarar que la máxima corte no declaró inocente a Lula sino que lo favoreció con la revocación de los fallos debido por criterios técnico-formales. Se lo acusaba de haber recibido indebidamente un departamento tríplex en la ciudad costera de Guarujá.

La otra figura que emergió de esa crisis fue la de un ex capitán del ejército nostálgico de los tiempos de la dictadura que gobernó en Brasil (1964-1985) y diputado federal por el Estado de Río de Janeiro, Jair Bolsonaro, que con un discurso populista de extrema derecha con ingredientes xenófobos, defensor de los valores de la vida donde contó con el apoyo de las principales iglesias evangelistas, hizo hincapié en la seguridad con propuestas de “mano dura” contra la delincuencia y el narcotráfico, pero sobre todo terminar con la corrupción política. En pleno mitin de aquella campaña de 2018, en la ciudad de Juiz de Fora, en el Estado Minas Gerais, sufrió un atentado contra su vida al ser apuñalado en la zona del abdomen que le provocó heridas en ambos intestinos. Si bien fue operado de urgencia y la cirugía fue un éxito en la actualidad todavía sufre dolencias.

Todo se decantó con Bolsonaro llegando a la presidencia en 2018 y  Moro asumiendo como Ministro de Justicia. Sin embargo fue inevitable la contraposición de egos y protagonismo entre ambos por lo que en abril del 2020 renunció a su puesto en protesta por lo que calificó como interferencia del presidente Bolsonaro a la gestión de la justicia. Desde entonces y potenciado con la liberación de Lula y ciertas polémicas en torno al proceso de aquel juicio, la estrella de Moro se fue apagando. Pretendió ser la «tercera vía» en lo que es un claro duelo entre Lula y Bolsonaro pero nunca logró instalarse en ese clima tan antagónico. Finalmente renunció a su candidatura en mayo de este año, favoreciendo al actual presidente con el que comparte ampliamente electorado.

En el gobierno

Su gestión económica, elaborada por su ministro liberal ortodoxo Paulo Guedes, estuvo marcada por una apertura económica al exterior acompañada de un plan de privatizaciones que abarca 115 activos estatales, entre ellas Electrobras, con la intención de balancear y reducir las cuentas públicas del país.

Sin embargo, con la llegada de la pandemia a raíz del Covid-19 los planes de Bolsonaro se trastocaron. Si bien al principio Bolsonaro, de 67 años, minimizo los efectos del coronavirus a la que calificó de “gripezinha” y no tuvo cuidados personales para evitar el contagio del virus, que al final contrajo, incurrió en una pésima gestión de la pandemia que terminó haciendo estragos en el país con más de 660.000 muertos.

El impacto económico y social de la pandemia se traslado en descontento político y un impedimento real a las chances de reelección del presidente, llegando a los niveles más bajos de aprobación,  quien consecuentemente obligó a Guedes  a quemar “sus libros liberales” y romper el límite del gasto público para financiar programas de ayuda social. El plan Auxilio Brasil, que relevó el programa creado por Lula Bolsa Brasil, se presupuestó en plena campaña para que su beneficio pase de los 80 dólares actuales a 120. Además, incluye una batería de ayudas para la compra de garrafas de gas y subsidios de 200 dólares para taxistas y camioneros. El plan también está destinado a los jubilados con diferentes beneficios.

Si queremos destacar al gran logro de la gestión Bolsonaro ese es la seguridad, una de sus promesas de campaña.  Desde el comienzo de su gestión la tasa de homicidios se fue reduciendo con un récord histórico en 2021 del 7% y la tendencia sigue una línea descendente en el corriente año.

La economía en tanto muestra calma. Los números económicos muestran una deflación consecutiva que abarcan los meses de julio y agosto influenciada por el sector del transporte y la baja el precio de los combustibles acompañada de una reducción en impuestos estatales que contribuyeron a esa baja. El Fondo Monetario Internacional calcula que Brasil crecerá 1,7% contra el magro 0,8% que había proyectado en abril. Todas estas medidas de ayudas tienen como fin mejorar la performance electoral del ex militar.

Lula apuesta a su tercera presidencia

Tras recuperar la libertad Lula se legitimó como candidato. Su campaña se enfoca en los logros socioeconómicos de sus dos periodos presidenciales (2003-2010) pero también levanta las banderas de la democracia y la tolerancia ante el peligro que según él representa Bolsonaro al que considera “un genocida, inhumano e incompetente”, por su gestión de la pandemia.

El ex líder del sindicato de metalúrgicos buscó posicionarse como un candidato de centro, menos ideológico y amigo tanto del mercado como del pueblo. El pragmatismo de Lula con respecto al establishment no es algo nuevo. En sus presidencias nombró a cargo del Banco Central a un promercado Henrique Meirelles, ex CEO del Bank of Boston, un liberal premiado en EE.UU. La política económica tuvo un marcado perfil ortodoxo con resultados positivos. Y si es elegido por tercera vez a la presidencia, Lula viene anticipando al empresariado que va a garantizar el libre mercado y que van a volver a ganar dinero como sucedió en sus presidencias donde la banca y las corporaciones obtuvieron la mayor tasa de acumulación de la historia brasileña.

La elección de su compañero fue una señal hacía ese centro. Lo acompaña su ex rival en las elecciones del 2006 y ex gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, un veterano conservador y delfín de otra figura clave que ha dado su apoyo a Lula, Fernando Henrique Cardozo quien en un comunicado pidió  a los electores «que voten a quien tenga compromiso con el combate a la pobreza y la desigualdad, que defienda derechos iguales para todos independientemente de la raza, el género y la orientación sexual».

En cambio, el compañero de fórmula de Bolsonaro, en esta elección, es el general del ejército y ex ministro de Defensa, Walter Braga Netto, que en 2018 fue nombrado por Michel Temer como interventor del Estado de Río de Janeiro y en 2020 asumió el cargo de jefe de la Casa Civil (Ministerio de la Presidencia), dejando en evidencia la estrecha relación entre las Fuerzas Armadas y el gobierno actual.

En ese sentido, existe el temor que Bolsonaro no reconozca el resultado electoral,  con un escenario similar a la toma de los seguidores de Donald Trump al Capitolio en EE.UU.  o incluso un posible golpe de Estado por la gran cantidad de militares, unos 6000, que participan en el actual gobierno desde ministros hasta el vicepresidente el general Antonio Hamilton Mourao, algo que Bolsonaro mismo se encarga de insinuarlo. Sin embargo, varios especialistas descartan cualquier incidencia de las Fuerzas Armadas en el proceso democrático porque respetan la Constitución. Incluso el gobierno de Estados Unidos ha manifestado su preocupación al respecto.

La división en Brasil es una realidad.  La campaña electoral careció de ideas concretas y sólo se vieron ataques de Bolsonaro hacia Lula acusándolo de corrupto por el caso Lava Jato. Las premisas utilizadas de por el actual presidente tuvieron efecto hace cuatros años atrás cuando el dilema era terminar con la corrupción imperante. Ahora la cuestión parte desde otros intereses que son lo que manifiesta la sociedad que ven un populista de derecha que tomó pésimas decisiones sanitarias durante la pandemia. Su reivindicación por la dictadura militar es un ataque explicito a la democracia que se suma a la pérdida de la reputación de Brasil a nivel internacional, que sumó una nueva incoherencia al hacer campaña desde la embajada de Londres durante los funerales de la Reina Isabel II. La pobreza sigue siendo el flagelo del país con más de 30 millones de personas en la pobreza absoluta. Del otro lado, Lula hizo hincapié y promocionó sus logros de sus dos gobiernos cuando el país logró la ascendencia social de los sectores bajos y mejoró la calidad de vida de la clase media, pero tuvo sus grises con los casos de corrupción. El domingo se sabrá como continúa esta historia que ojalá sea en paz y en orden democrático.

Por Nicolás Foscaldí y Sebastián Lucas Ibarra