Arrancó 2023 y el INDEC informó que la inflación de diciembre fue del 5,1% llevando el índice anual del 2022 al 94,8%.
El efecto simbólico de no haber llegado a los 3 dígitos resulta inocuo cuando se trata de la cifra anual más alta en 32 años. A nivel global ese malogrado 94,8% solo es superado por el 305% de Venezuela, el 244% de Zimbabue y el 142% del Líbano.
Si bien hubo un aumento global de la inflación tras la pandemia y por la guerra en Ucrania, y muchos países han tenido tasas anuales de aumentos a los que no están acostumbrados, sus números son una panacea comparados con Argentina: Por ejemplo España está preocupada por su tasa del 5,7% o el caso de Italia que cerró su Índice de Precios al Consumidor anual acumulando un 8,1%. En tanto, en Estados Unidos el IPC aumentó un 6,5 por ciento respecto al año anterior siendo también diciembre el valor más bajo en más de un año, lo que indica que la fase más aguda de aumentos puede haber pasado. No cabe duda de que nuestros números están fuera de cualquier parámetro de un país ordenado y estabilizado económicamente.
Y es que estos casos a lo largo del globo no tienen la misma raíz que nuestra inflación crónica estructural. Mientras que allá funcionan las diversas recetas monetaristas y fiscales aplicadas muy pragmáticamente para lograr la contención buscada, acá, al ser distinta la naturaleza del problema, agudizan sus variables y empeoran sistemáticamente la situación.
Por qué las políticas monetaristas no funcionan para el caso argentino
Las políticas monetaristas son, según Frigerio, contraindicadas para combatir la inflación en los casos como el argentino: “Proponen restricciones monetarias y crediticias, mayor presión fiscal y congelamiento de salarios. Esta política contiene artificialmente la demanda y, por un periodo, el alza de precios. Pero como deteriora la producción —es decir, agrava la causa de la inflación—, hace que la tendencia alcista reaparezca brutalmente agravada en el ciclo siguiente”.
En esa misma linéa, el economista desarrollista Federico Poli rechaza alternativas más extremas como una nueva convertibilidad, la dolarización o incluso el cierre del Banco Central, pues a su entender, “serían medidas desastrosa. En su momento compramos la convertibilidad, que significó parar la hiperinflación de cuajo pero que después implicó una hipoteca con consecuencias muy dañinas para el aparato productivo y, por ende, para todos los trabajadores. Hay que evitar esos atajos. . No sirve resolver el problema de la inestabilidad macro, si se bloquea el desarrollo de nuestras fuerzas productivas. No debemos tomar atajos que, encima, ya vimos que no funcionan.”
El poner todo foco en la estabilización descuidando la dinámica productiva es la gran ceguera de “nuestros” economistas de la ortodoxia liberal monetarista. Y los “heterodoxos” no logran despegarse de ese patrón ideológico que impide el despliegue de un análisis apto para captar la sustancia de los desafíos estructurales específicos que presenta la economía argentina, con sus particularidades y distorsiones largamente instaladas. Frondizi sinceró los precios de la economía y bajó el gasto público, pero en simultáneo desplegó un programa de desarrollo acelerado, que atrajo importantes inversiones en sectores muy dinamizadores del conjunto del aparato productivo. Así pudo reducir la planta de empleados públicos nacionales en 200.000 agentes sin que se incrementara el desempleo. Frondizi lo explicó en Qué es el Movimiento de Integración y Desarrollo, cuando planteó que la única estrategia para frenar la inflación era “lanzar un enérgico programa de expansión y redimensionar drásticamente el sector público”.
Vale aclarar que Frigerio ni Frondizi congeniaban con la receta populista de congelar los precios. “Es absurdo el criterio populista de congelar los precios y aumentar los salarios nominales sin correspondencia con los bienes y servicios disponibles”. “El precio de un bien o el salario, como precio de la fuerza de trabajo, no pueden ser determinados por el criterio más o menos arbitrario de un funcionario. No puede surgir de un decreto. Es igualmente absurda y antiliberal la posición de los liberales que liberan los precios, pero congelan los salarios”, agregaba el padre del desarrollismo. No dedicarle más espacio de este artículo a las “recetas” populistas contra la inflación se explica por su obvia y evidente incapacidad de tener algún tipo de criterio de aplicabilidad como no sean los renovados controles de precios, paradójicamente pactados previamente con quienes los determinan.
Recomponer el ciclo de la inversión
Las consecuencias de una inflación de (casi) tres dígitos son extremadamente graves porque no solo se afecta en alto grado la vida cotidiana de la población, en especial los que menos tienen, sino que –además- este fenómeno persistente y con fuertes raíces estructurales daña la capacidad de las fuerzas productivas para generar nueva riqueza, es decir, obstaculiza tendencialmente las alternativas para resolver la situación de modo duradero. El círculo vicioso de nuestra malograda organización económica no tiene salida sin inversión ni generación de empleo privado, pero no hay condiciones para la inversión con inflación alta, atraso cambiario, falta de reservas internacionales y el riesgo país a nivel de default. Lo que hay en cambio es la persistencia de un altísimo gasto público y una presión fiscal enorme en relación a la productividad media que estimula la evasión de impuestos y consecuentemente reimpulsa la inflación dando cierre al círculo vicioso en que se encuentra atrapada la economía argentina.
A diferencia de la visión monetarista que se focaliza en el problema del gasto y la emisión, es decir sobre sus factores aceleradores, para los desarrollistas lo productivo es el eje estructural por donde se resuelve el problema inflacionario en el marco de una política expansiva e integradora. Rogelio Frigerio enseñaba que “la emisión destinada a solventar los déficits presupuestarios propaga la inflación, pero no la origina”. Hay una cuestión epistemológica clave para encarar con éxito tanto el análisis como la solución del problema.
De hecho el origen cercano de esta nueva oleada inflacionaria, ya desde el primer gobierno de Cristina Fernández (2008 26,5% anual), se encuentra para Luis Maria Ponce de León en una combinación entre la limitación histórica de la oferta de bienes y servicios frente a una estimulación emisionista de la demanda: “el kirchnerismo utilizó el consumo como base del crecimiento y exacerbó la demanda, al mismo tiempo que llevó la presión tributaria a niveles insoportables. Esto, sumado a la falta de crédito y el retraso cambiario, inhibió las condiciones para la inversión”. El mencionado economista desarrollista, explica que este modelo no sólo provocó la limitación de la oferta de bienes y servicios, lo que por un lado fomentó la inflación, sino que al mismo tiempo creó las condiciones para un gran estancamiento productivo, dando lugar al fenómeno conocido como “estanflación”. Sobre esa herencia, tanto Macri como Fernández fracasaron en diagnosticar adecuadamente los desafíos y en consecuencia erraron al no enfrentar el problema inflacionario en sus causas primeras. No puede extrañar entonces que agudizaran la situación. Guzmán y Massa tampoco han innovado sobre lo sustancial, al eludir ambos las políticas de sinceramiento de las variables productiva y la necesaria aplicación de fuertes estímulos a la ampliación cualitativa de la producción, en todo el territorio nacional.
Aprendiendo de la experiencia desarrollista
Es interesante comparar dos momentos donde el índice de precios al consumidor (IPC) superó -o rozó- la barrera del 100%. El primero fue en el gobierno de Frondizi, en el año 1959, cuando el país registró una inflación interanual del 113,7%. Eso ocurrió porque se sinceraron los precios de la economía lo que acompañado del programa de estabilización y desarrollo llevó a que al año siguiente cayera a niveles del 25%. Analistas poco interesados en rescatar esa experiencia fuera de lo común suelen ignorar las cifras que mostraron cómo caían los índices inflacionarios trimestre a trimestre una vez que recompusieron los precios básicos, empezando por los salarios, a los que no se los suele considerar correctamente de ese modo sino como un “costo” implícitamente siempre excesivo. El segundo fue la hiper, durante el gobierno de Alfonsín y su coletazo en la primera etapa del menemismo, donde, tras caducar la gestión radical y los intentos del lobby empresarial al frente de la gestión económica se recurrió finalmente a la convertibilidad, a la larga tan gravosa (Cavallo).
En base a esa experiencia desarrollista y pensando en la solución al problema actual, el economista Federico Poli señala que “al principio va a haber que pasar por un proceso de sinceramiento de las variables (Tipo de cambio, tarifas y salarios) que implicaran un incremento en lo inmediato por la inflación reprimida, pero si se atacan estos desequilibrios de manera contundente se encamina, a partir de ahí, un proceso consistente y creíble de bajada de inflación”.
Más allá de la receta monetarista
Por supuesto que la estabilización macroeconómica es imprescindible. En eso estamos de acuerdo con cualquier economista de la ortodoxia liberal y de cualquier otra orientación. El mismo referente desarrollista Poli señala que ello requiere “ordenar los grandes desequilibrios de la economía: el fiscal. monetario, cambiario externo y financiero. Es el único modo de asegurar que se está en camino a una tasa de inflación acorde”. Dicho proceso debe incluso ir acompañado de otro cambios estructurales y sistémicos. Poli lo entiende así al decir que “no sólo se deben reducir el gasto público y el nivel de carga impositiva, sino que también se debe cambiar la estructura impositiva, que, así como está, atenta contra la inversión, contra las exportaciones y contra el empleo. Hay que pasar a una estructura impositiva que sea pro inversión pro empleo y pro exportaciones, aparte de bajar la carga tributaria. También es clave reformar el régimen laboral, modernizarlo para facilitar la empleabilidad formal». Aún así, dicho proceso es insuficiente, y hasta pernicioso para la actividad económica en una situación muy sosegada, sino va acompañado de un proceso expansivo de promoción y de aquellos sectores productivos más dinámicos y claves en empleo y obtención de divisas. No es una contradicción, es la gran enseñanza del gobierno desarrollista.
Al respecto Federico Poli recalca que si bien en Argentina hay una gran demanda por estabilización, “lo que tampoco debe pasar es que se logre una estabilización que no sea de largo plazo o que vaya en contra de la producción. Fue lo que pasó con la convertibilidad, Argentina crecía y y al mismo tiempo aumentaba el desempleo, fenómeno entonces novedoso. La estabilización no se sostiene en el largo plazo sin una dinámica de desarrollo, y el desarrollo no puede existir si no hay un marco lógico de estabilización”
A modo de conclusión puede decirse que, con su pertinaz daño a los ingresos populares y la distorsión de cualquier cálculo productivo, la inflación se presenta como la causa de todos los males, lo cual lleva a un gravísimo error de diagnóstico y, por añadidura, lleva a mantener las condiciones del flagelo mediante políticas epidérmicas y recesivas. Ella es, ciertamente, la manifestación más cruda de los problemas socioeconómicos, de orden estructural, que debemos enfrentar y por lo tanto hay que desmontar los mecanismos que la instalan y la potencian, aún aquellos que se pretenden estabilizadores perpetuando las desigualdades y favoreciendo la no reinversión de capitales, esterilizándose como atesoramiento o como fuga lisa y llana del circuito productivo.