
Una vez más el péndulo se dirige a toda velocidad hacia uno de los extremos. Esta vez planteando la frescura de la toma de deuda, “nunca antes vista en nuestro país”, propia del proceso rutinario y absurdo donde unos emiten y otros endeudan según lo permita el humor social del momento, pero nadie encara la transformación productiva que nos permita salir de este absurdo.
Es una obviedad que para que cualquier transformación productiva pueda producirse, el primer paso es no ir a contra corriente eliminando o abandonando las políticas que tengan como objetivo la misma, sabiendo que la promoción de enclaves extractivistas de cara a la exportación, con el claro objetivo de reprimarizar la economía argentina, de transformación productiva nada tiene.
Previo a la toma de decisiones se debe tener una clara conciencia del devenir errático que en esta materia marca la historia y generar los consensos que aseguren la vigencia y continuidad de un programa a largo plazo que permita encarar el desarrollo social y productivo del que nuestro país es capaz de lograr.
Mientras que en el mundo la política industrial se ha convertido en una política de Estado, nuestro país se jacta en soledad de un “liberalismo” aperturista, que acompañado un deterioro permanente del nivel de producción combina tristemente apertura y recesión como un coctel destructivo del poco desarrollado tejido industrial argentino, al que debemos sumarle la extranjerización propia de su matriz productiva.
Esto hace que a contra sentido del mundo, donde las economías avanzadas, más allá de medidas proteccionistas de las más agresivas y diversas, destinan importantes recursos financieros para construir y fortalecer capacidades productivas, Argentina se lance en un “join venture” en soledad cuyas consecuencias, como cada proceso similar de nuestra historia, terminan generando costos sociales que muchas veces terminan siendo irreversibles.
Mientras los países del mundo seleccionan sectores estratégicos de su industria para alcanzar para el logro de objetivos de desarrollo económicos y sociales, en nuestro país parece haberse iniciado nuevamente un vertiginoso sendero que busca a cualquier costo la entrada de dólares frescos que permita exteriorizar las ganancias de la bicicleta financiera, que ha esta altura parece afirmarse como uno de los sectores mas competitivos de la economía Argentina, garantizando en poco tiempo ganancias que en otros lugares del mundo llevarían décadas, desentendiéndose totalmente de cualquier agenda de desarrollo.
Desde el “industricidio” de la política industrial de 1976 nuestro país fue tomando como política de Estado no solo la eliminación de los incentivos a la inversión productiva, sino que conjuntamente fue desentendiéndose de las obras de infraestructura que en el mundo son herramientas indispensables para generar el ecosistema que permita llevar adelante la transformación productiva, con especial hincapié en la destrucción sistemática de cualquier ventaja productiva existente en el interior del país.
A contra sentido de ello, la especulación financiera tomó un rol preponderante en la economía Argentina, siempre bajo el mismo discurso de que ¨es necesario el ordenamiento y saneamiento de la economía del país como el primer paso para el despegue, desarrollo y crecimiento económico lo que traerá grandes beneficios en la calidad de vida de quienes deben soportar los sacrificios del programa¨. La historia argentina una y otra vez repite el mismo resultado: sin transformar la matriz productiva el despegue nunca llegó, los sacrificios siempre recaen sobre los mismos sectores y el beneficio siempre ha sido cosechado por quienes apuestan a la especulación financiera con la garantía del cobro sobre la calidad de vida de los argentinos, garantía otorgada a sola firma en contra de nuestro ordenamiento constitucional por quienes circunstancialmente gobiernan.
Sin emisión, sin bicicleta Argentina necesita una política económica, que con base en el consenso debe ser viable y asegurar el crecimiento económico mediante la transformación de la matriz productiva.
Este es un proceso a largo plazo, pero que se hace más lejano cada vez que el péndulo recupera velocidad en busca de uno de los extremos. Es un proceso que requiere una capitalización del conjunto productivo, desde equipos, infraestructura planificada, desarrollo tecnológico, fortalecimiento y consolidación de los centros de desarrollo humano, recordando que en un país como Argentina que la ciencia y la tecnología sean una política de Estado es el acto de rebeldía más importante que podemos tener frente a la división internacional del trabajo que nos quiere como productores de materias primas con poco agregado en cadenas de valor que generen las oportunidades para el desarrollo nacional.
Solo la transformación productiva nos puede llevar al eje de los países industriales, donde se tiende al equilibrio entre importaciones y exportaciones abandonando el peregrinar de los países exportadores primarios a quienes ni el “saneamiento”, ni el “orden”, ni la “distribución de la riqueza”, ni la emisión ni la toma de deuda han logrado evitar en las reiteradas crisis producidas por las disparidades de sus balanzas comerciales y esa tendencia crónica al desequilibrio externo generado por la insuficiencia de divisas.
Este proceso de transformación, entre sus tantas etapas, en los países exportadores primarios como el nuestro, requiere de un proceso de protección de su industria, concepto que parece haberse invertido en el discurso de la política mundial, en donde los países industrializados agresivamente protegen su industria y algunos «iluminados» de países exportadores primarios hablan de la apertura como una escuela de competitividad productiva.
En un país como Argentina, donde se demoniza la protección de su industria explicitando algunos excesos como regla general, es necesario tener siempre presente que gracias a la protección puede nacer la industria, subsistir y desarrollarse, como si ha sido una regla general en los países desarrollados.
Cada final de ciclo nos dice que los objetivos de cada uno de los extremos como fin en sí mismos no terminan generando resultados duraderos sino se transforma la matriz productiva del país, haciéndonos creer que el problema económico argentino carece de solución y que nuestro país se conduce una y otra vez inevitablemente a repetir el mismo ciclo de expansión y recesión, con cada vez mayor deterioro social, tomando más deuda y destruyendo su matriz productiva.
Convencerse de ello es renunciar a la construcción de soberanía, cosa que la última pandemia demostró al mundo que los países realmente soberanos son los que tienen un tejido de desarrollo productivo consolidado y en desarrollo permanente.
Solo la mayor generación de divisas puede dar una respuesta y solo la transformación de nuestro sistema productivo puede generarlas, viendo como aliados a nuestro tejido industrial nacional, a cada una de las riquezas existentes en nuestro territorio, a nuestro tejido de universidades nacionales, a nuestro sistema de ciencia y tecnología, apostando siempre al conceso como la única herramienta capaz de transformar una política en una política de estado que atraviese los diferentes cambios de gobierno y de iluminados económicos del momento.
La transformación productiva es un deber de la sociedad y la política argentina, recordando que a mediados del siglo pasado el propio Arturo Frondizi junto a Rogelio Frigerio explicitaron esta batalla por el desarrollo del país, enseñándonos la historia que para llevar adelante esta transformación era y es necesario un amplio consenso político y social que enfrente con decisión los intereses que se benefician de los extremos del péndulo.