*) Por Mercedes Marcó del Pont

El fin de la era del “dinero barato” a nivel global le suma incertidumbre a una economía internacional que no ha logrado remover las raíces estructurales que engendraron la crisis de 2008.

El reciente desplome de los principales índices bursátiles puede ser interpretado como una corrección de la burbuja de activos en gran medida prohijada por las políticas de expansión de liquidez empujada por la política monetaria de los países centrales a partir de la crisis internacional. Al mismo tiempo, el mercado parece haber sobre-reaccionado (con ayuda del trading algorítmico) frente a la eventualidad de que el nuevo presidente de la Reserva Federal abandone el gradualismo que caracterizó a la gestión de su antecesora. Pero trascendiendo estas explicaciones, lo que subyace a estas oscilaciones es la inestabilidad intrínseca a la lógica de globalización financiera que caracteriza a la actual fase del capitalismo. Todo indica que con el retiro gradual del estímulo monetario la volatilidad se exacerbará.

El contexto global que se va delineando para este año –aumento en el costo del financiamiento externo, menor liquidez y precios de las materias primas anclados– no es el más promisorio para el mundo en desarrollo. El impacto será peor para aquellas economías que están más expuestas al humor de los mercados financieros internacionales, ya sea por el grado de apertura de su cuenta capital o por el nivel del desequilibrio de la cuenta corriente. La Argentina no sale bien parada frente al test de vulnerabilidad. La liberalización al ingreso y salida de capitales es total, la fuga es récord y el déficit del balance de pagos se proyecta en torno al 5% del PIB, el más elevado de América Latina. En ese marco, no se peca de desestabilizador sino de realista cuando se plantea que el modelo en curso está incubando las condiciones para que se reedite una crisis del sector externo.

La elevada volatilidad cambiaria que se verifica desde finales del año pasado no puede analizarse al margen de las señales de deterioro que muestran todos los indicadores del sector externo. Estas vulnerabilidades quedan más en evidencia cuando se enrarecen las condiciones del mercado financiero internacional. Frente a esta realidad no alcanza con que el ministro de Finanzas festeje el haber anticipado gran parte de las necesidades anuales de financiamiento externo o con disponer de un nivel razonable (pero también volátil) de reservas internacionales. Con un BCRA que hace un acto de fe de la libre flotación cambiaria, el dólar se mueve al ritmo que le imponen los flujos especulativos. El desarme de colocaciones en pesos por parte de los inversores financieros locales y extranjeros empujó el salto del dólar y condicionó el cronograma de baja de tasas previsto por la conducción económica. Como era previsible, se evidencia un desplazamiento del poder de decisión sobre variables claves hacia el mercado.

El salto cambiario ya se trasladó a la inflación. Los precios al consumidor de enero crecieron un 1,8% y los mayoristas un 4,6%, como consecuencia de los aumentos de tarifas y de los bienes importados. La hipótesis oficial del 15% para el año en curso ya se ha convertido en pieza de museo. En este contexto, la insistencia del Gobierno por forzar una baja en la participación de los salarios en la distribución del ingreso no solo preanuncia un año con creciente conflictividad social, sino que supone cegar una de las pocas fuentes dinámicas que habilitó el crecimiento de la demanda durante 2017.

 

Fuente: https://www.fide.com.ar/la-revista/fide-380/145-los-mercados-financieros-al-poder.html