Políticas públicas con perspectiva de familia: una necesidad impostergable

Reafirmar el rol central de la familia implica comprender que en su fortalecimiento reside una oportunidad concreta de construir comunidades más cohesionadas, equitativas y empáticas

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Las funciones normativas y nutritivas de la familia tienen un impacto directo en la cohesión social
Las funciones normativas y nutritivas de la familia tienen un impacto directo en la cohesión social

a familia es, ante todo, el primer espacio en el que se experimenta el amor incondicional, el cuidado cotidiano y la educación afectiva. Es ese “nido” al que siempre se quiere volver, porque representa ese lugar donde se nos ama tal como somos. Allí se comparten risas, alegrías, tristezas y aprendizajes. Es el entorno en el que se tejen los lazos más profundos que acompañarán a cada persona a lo largo de la vida. No se trata únicamente de un vínculo biológico, sino de una comunidad emocional donde se cultivan valores, se construyen proyectos compartidos y se aprende a vivir con otros.

Desde la sociología, se reconoce a la familia como la primera institución social en la que el ser humano se inserta, siendo el lugar donde se adquieren las normas, costumbres y habilidades fundamentales para la vida en sociedad. Tal como lo señala Bronfenbrenner (1979) en su teoría ecológica del desarrollo humano, la familia constituye un microsistema decisivo en la formación de la identidad, la interiorización de los valores y el sentido de pertenencia. En este espacio se inicia la vida en comunidad donde se aprende a respetar, cuidar, colaborar y resolver conflictos, sentando así las bases para una convivencia social basada en el respeto.

Cada año, organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas recuerdan la importancia de poner en valor el rol de la familia en el desarrollo social y económico de las naciones. Estas iniciativas invitan a reflexionar sobre la necesidad de fortalecer a las familias como núcleos primarios de socialización, educación, contención y construcción del futuro de la ciudadanía. En este sentido, se destaca la responsabilidad del Estado como garante de derechos, encargado de diseñar e implementar políticas públicas integrales, inclusivas y sostenibles que promuevan su fortalecimiento, para que puedan desplegar plenamente sus funciones estratégicas e irremplazables en la protección, el desarrollo y la garantía de derechos de niñas, niños y adolescentes, en condiciones de dignidad y justicia social.

Las funciones normativas y nutritivas de la familia tienen un impacto directo en la cohesión social. Cuando sus integrantes se sienten amados, escuchados, cuidados y sostenidos desde su núcleo familiar, desarrollan mayores niveles de resiliencia, empatía. La familia, en este sentido, no sólo acompaña, sino que permanece a lo largo de la vida de las personas. Es ese grupo humano que está siempre, que contiene y celebra, que escucha y comparte, que multiplica la alegría y alivia el peso de la tristeza. Es la primera escuela donde se transmiten las nociones esenciales sobre los derechos y deberes de cada persona, sentando las bases para una ciudadanía activa y comprometida. Así, la familia no solo nutre emocionalmente, sino que prepara para la participación social, contribuyendo a la construcción de un tejido social más sólido, recíproco y humano.

Sin embargo, este potencial transformador se ve amenazado por la ausencia de políticas públicas con perspectiva de familia. En muchos contextos, la desatención institucional ha debilitado los vínculos familiares, afectando negativamente la cohesión comunitaria y favoreciendo la fragmentación social. Por ello, es imprescindible que la agenda del gobierno contemple la inversión en políticas públicas que reconozcan y fortalezcan su rol insustituible para la configuración del tejido social.

En un mundo marcado por el individualismo, la incertidumbre y la liquidez de los vínculos, la familia continúa siendo el ancla vital que da estabilidad y un marco de referencia para el desarrollo individual y colectivo. Lejos de ser una institución anacrónica, la familia es hoy más que nunca el corazón del tejido social. Allí se gestan las primeras experiencias de amor, de solidaridad, de vida compartida, y desde allí es posible recomponer el entramado comunitario que nos sostiene como sociedad.

Reafirmar el rol central de la familia implica comprender que en su fortalecimiento reside una oportunidad concreta de construir comunidades más cohesionadas, equitativas y empáticas. Apostar por la familia es apostar por un futuro donde el amor genuino, el compromiso mutuo y la esperanza tengan lugar. Porque ser familia -ya sea por lazos de sangre o por elección- es estar, es cuidar, es compartir, y es, en definitiva, formar parte de algo más que uno mismo.

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