El individualismo y la desconfianza reemplaza la fraternidad y la cooperación. Los individuos se reducen a ser meros consumidores, por cierto que a la medida de sus posibilidades, cada vez más restringidas para la mayoría de la población.
El individualismo y la desconfianza reemplaza la fraternidad y la cooperación. Los individuos se reducen a ser meros consumidores, por cierto que a la medida de sus posibilidades, cada vez más restringidas para la mayoría de la población.

Cuando la pobreza trepa en pocos años a la mitad de la población, y se mide por arriba del 60% en niños y jóvenes, suenan algunas alarmas y entonces aparece financiamiento para paliar las situaciones más extremas. Pero de cambiar estructuralmente no se habla ni de pasada. Hasta se manipula el lenguaje para llamar limitadamente como “estructural” a las reformas pro-mercado. Todo se mira en términos de ajuste y presuntos equilibrios macroeconómicos sin que nunca se explique por qué son siempre transitorios y con costos sociales altísimos.

Ese es el problema ausente, la cuestión principal a resolver: reconocer que somos un país subdesarrollado, incapaz de acumular capital como para sostener un proceso coherente de ampliación de la capacidad productiva y al mismo tiempo incorporar al trabajo registrado a quienes hoy, sin preferirlo, están condenados a labores precarias, de modo informal e intermitente.

Desde esta óptica podemos ir al encuentro de los núcleos ideológicos con que justificamos el estancamiento. Así en segundo lugar tenemos que mirar el papel del Estado. (Lo escribimos con minúscula cuando nos referimos al estado actual, con mayúscula cuando nos interrogamos sobre su función en la construcción social y con el aditamento de Nacional, cuando se convierte en nombre propio como objetivo del esfuerzo colectivo para superar la postración actualmente existente).

Parece absurdo pero en estos tiempos cuesta asumir que existen las clases sociales con su propia dinámica. Tampoco es fácil entender que existen diversos sectores en que se organiza la sociedad para funcionar, producir, consumir, educarse, comer y todas las otras funciones indispensables en nuestra época, como tener un techo decente o acceder al necesario descanso y esparcimiento sin lo cual quedaríamos reducidos a engranajes de un sistema impiadoso.

Todo ello –derechos elementales– están desde hace años metido en una olla a presión que genera las más diversas reacciones auto-protectivas que ayudan a sobrevivir y al mismo tiempo incrementan la fragmentación entre los miembros de la comunidad nacional. El individualismo y la desconfianza reemplaza la fraternidad y la cooperación. Los individuos se reducen a ser meros consumidores, por cierto que a la medida de sus posibilidades, cada vez más restringidas para la mayoría de la población.

En lugar de desarrollar personas, sociales por definición -el zoon politikon- aristotélico, creamos lobos que se engullen unos a otros –el homo hominis lopus- que advierte Hobbes. Y se impone como un saber irrefutable una monstruosa falsedad: que el sufrimiento te hace más fuerte para resistir.

Milei lo ejecuta con cinismo. Si sobrevivís sos más fuerte y te ganaste tu lugar, sin importar el tendal de (presuntos) ineptos que queda detrás.

Se pone de moda la palabra resiliencia, enfeudada en la estrecha concepción de lo individual. Todo esto no aparece con Milei sino que viene desde más atrás, con años de demolición de los lazos comunitarios. Es una pedagogía perversa que lleva a demonizar al estado cuando va en auxilio de pobres y vagos porque los mantiene como parásitos con “nuestra” plata, idea estúpida si las hay.

Pero es menester decir que hay algo dañado en la concepción popular que ha permitido todo esto. Existe la confusión, por ejemplo, de que el Estado tiene que subsidiarme y velar por mí en toda circunstancia con independencia de mi aporte al esfuerzo común. De allí se agarra el concepto individualista que declama pretender destruir el sector público mientras concentra negocios con los pocos amigos dispuestos a quedarse con todo, porque eso según ello no es apropiación ilegítima. El Estado representa a la Nación pero no la resume ni la reduce a sí mismo, puesto que es la cultura que nos identifica quien inspira las mejores acciones constructivas de una identidad singular y diversa, que contribuye con su particularidad al acervo universal.

El Estado Nacional tiene que orientar la construcción del futuro común, fijar prioridades, arbitrar diferencias con un sentido dinámico y al mismo tiempo transformador. Por eso tiene que estar en manos de patriotas competentes que expresen las aspiraciones populares de mejora y equidad, ampliando siempre las perspectivas de trabajo y creatividad que tanto se requieren. Se necesita que esto tenga proyección al conjunto del territorio nacional, es decir a todos los miembros de la comunidad. Se requiere que, por ejemplo, ocupe los espacios territoriales vacíos y descomprima, difundiendo dignidad habitacional, el hacinamiento en los asentamientos villeros en las periferias carenciadas de las grandes ciudades.

El sistema dominante ya de por sí es individualista y considera al egoísmo un motor aceptable de acción humana. Si a eso, que es una barbaridad en sí misma, se le quitan todas las compensaciones que requiere la más lógica y elemental solidaridad entre miembros de una misma entidad social, tenemos creado el mejor escenario para administrar sin contemplaciones una sociedad que ignora los lazos que la nutren y ve en el prójimo un competidor antes que un hermano.


 

*Párrafos editados y escogidos de notas de diversas opinión publicadas por Guillermo Ariza en el medio Y Ahora Que?