Analizar el mundo y entender qué oportunidades se generan. Esa es la clave para llevar a la práctica una política internacional desarrollista. La primera reunión entre Frondizi y Frigerio se trató sobre eso: hacia donde iba el mundo. Coincidieron en que la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y la Unión Soviética iba a liberar enormes cantidades de capitales que hasta entonces habían estado destinados a la industria armamentística. Era la gran oportunidad para atraer esos capitales hacia el mundo subdesarrollado. Ese fue el eje fundamental de la política exterior frondizista.
Desde el inicio de la gestión, el gobierno de Mauricio Macri implementó una estrategia de apertura al mundo que se cristalizó en una fuerte aproximación a Estados Unidos, el rápido acuerdo con los holdouts y el acceso al crédito internacional con el fin de atraer inversiones. Se podría decir incluso que fue donde mayor similitud hubo con las decisiones que antaño tomó Frondizi en sus primeros meses de gestión (aunque sin el mismo impetú, claridad en la definición de prioridades ni resultados por el momento). Aún así, lo concreto es que el contexto global cambió con el triunfo de Donald Trump y es necesario replantear la estrategía.
La proyección geopolítica es radicalmente diferente y ya muestra las primeras evidencias en la hostilidad comercial entre Estados Unidos y China. Salvando la anuencia y contradicciones ideológicas, como que China sea el campeón del librecambio y Estados Unidos del proteccionismo, ¿puede esta rivalidad ser una oportunidad para nuestro desarrollo como antaño lo fue la Guerra Fría? Van a cambiar las reglas del juego. ¿Cuánto? No se sabe, pero si que hay que recalcular el rumbo. En especial en relación a dos factores que eran oportunidades bien tomadas en el plan elegido y que muy posiblemente ya no lo sean: la alta disponibilidad de capital extranjero y las tasas bajas de endeudamiento (algo que, de todos modos, tarde o temprano se iba a terminar).
Trump como amenaza
El capital extranjero es imprescindible para cualquier programa de desarrollo en países como el nuestro por la simple razón de que no disponemos de recursos suficientes para impulsar la economía a un ritmo suficiente. El riesgo es que en lugar de venir acá vayan en gran parte a Estados Unidos. ¿Por qué? Porque Trump quiere gastar recursos en un ambicioso plan de infraestructura, bien keynesiano, y lo quiere hacer sin subir impuestos. ¿Y entonces? Que lo va a financiar con inflación (que la exporta con el dólar) y con créditos, que no serían otra cosa que esos capitales a los que captar la Argentina. Y buscará atraer con una subida de la tasa de interés de la Reserva Federal. ¿Cuánto quedará para el resto? Incierto. La cuestión es que Estados Unidos compite y se ofrece como el mejor destino.
La otra consecuencia directa que surge del aumento de las tasas de interés es que el mercado financiero exigirá mayores rendimientos para tomar deuda a bonos como los de países como Argentina. ¿Cuán viable será endeudarse por este medio? Habrá que hacer cuentas y contemplar otras opciones.
¿Y en relación a las economías regionales que exportan a Estados Unidos? La política proteccionista que promete el presidente electo se presenta como un obstáculo. Sin embargo habrá que ver los casos puntuales teniendo en cuenta que son muy distintos a los casos industriales que son el eje de la cuestión de la retórica, y posible praxis, trumpiana.
En conclusión, el análisis y el plan fueron acertados pero ya no se adaptan a la inminente realidad. Hay que readaptarse.
China como oportunidad
Lo que sin duda va a modificar la posición proteccionista de Trump es la política en torno a la relación con China. Y ahí también tendremos profundos cambios de contexto que debemos analizar. Recordemos que China es, luego de Brasil, nuestro principal socio comercial. Estados Unidos es el tercero.
Vayamos primero a lo concreto: comercio e inversiones. Los bienes de origen chino representan el 23,4% de las importaciones de Estados Unidos y son el 21,1% del total que exporta China por lo que el impacto será fuerte a nivel mundial. La cuestión es de que manera. ¿Se reprimirá el comercio o abrirá nuevas oportunidades? ¿A quiénes les compraran? ¿Cómo competirán entre ellos? ¿A quiénes les venderán?
Hay quienes se preguntan si China podrá seguir comprando como lo hace, ya que seguramente no cuente con los 367.000 millones de dólares anuales de superávit comercial con Estados Unidos. Prevén que un menor comercio con Estados Unidos genere un retroceso económico y menor actividad comercial. Para algunos esta es la gran amenaza para Argentina, que China flaquee y no esté a la altura del juego.
Mi opinión es contraria, es la oportunidad. China va a redoblar la apuesta por una cuestión de orgullo nacional, capacidad y por la misma lógica de estar a la altura del desafío planteado. Acorde con esta visión, el presidente chino, Xi Jinping, promovió recientemente un bloque comercial dirigido por China como una alternativa a la Asociación Transpacífica boicoteada por Trump. Comprendamos que la estrechez comercial con los países productores de materias primas es algo que se encuadra explícitamente dentro de sus intereses nacionales. Lejos de ser una amenaza al comercio, posiblemente sea una expansión: si altos aranceles afectasen la entrada de sus productos a Estados Unidos, es casi seguro que limitarán sus demandas de productos norteamericanos, la soja y el maíz entre ellos, y posiblemente aumentará el precio y la demanda en otros mercados ya abiertos como el nuestro y el brasilero, del que dependemos para bien y para mal.
China como amenaza
La amenaza, siempre la hay, viene por dos lados: una directa, y es que para abaratar y desarrollarse ellos nos compren los commodities e incorporen el valor agregado allá. Es algo que ya hacen y con lo que cohercionan o negocian según conveniencias políticas comerciales puntuales. Un caso concreto y reciente es la aceptación, o no, de China como economía de mercado en la OMC. Esto implica que los mecanismos de defensa comercial que Argentina y otros países han venido aplicando para los casos de dumping dejarán de estar vigentes y se usará la burocracia del organismo mucho más flexible. Argentina debe decidir si protege parte de su industria local (el lobby Techint Tenaris por ejemplo) de la producción china o si hace la vista gorda y deja contento a los chinos. No es una decisión trivial: en este esquema de coherción comercial elegir una u otra opción impactará la calidad y cantidad de comercio e inversiones que tendremos por parte del gigante asiático a modo de premio o castigo.
La segunda es que entre el resto del mundo financiemos el superávit perdido con Estados Unidos siendo inundados por productos manufacturados chinos. El problema es que no somos Estados Unidos para implementar proteccionismo y defender la industria y el trabajo local. Ciertamente, en el contexto planteado no podemos despreciar esos yuanes. ¿Nuevamente el modelo agroexportador? ¿Es China oportunidad o amenaza entonces? Ambas cosas pero depende de nosotros como asumir la situación.
Trump como oportunidad
Aquí voy por lo disruptivo de este argumento que planteé en la introducción. Me refiero a la oportunidad estratégica que representa el duelo comercial entre Estados Unidos y China. Se sustenta esto en una propia lógica del ser en función del otro, algo que se potencia de manera exponencial en las relaciones internacionales a través de enconadas rivalidades que definen épocas y paradigmas. Con ejemplos ancestrales como las de Atenas y Esparta o Roma y Cartago, Trump, Xi Jimping y el propio Putin son sin dudas personajes ideales para una especie de parodia dramática que pretende recuperar esa nostalgia nacionalista de la guerra fría. No se si con el mismo nivel de tensión belicista, pero sí respondiendo a un juego mediatico e incluso a una necesidad cultural de dicotomía bipolar. Y cultural porque sin dudas uno de los símbolos más recordados de la Guerra Fría fue la pelea entre Rocky Balboa e Iván Drago. El mundo de hoy, en crisis sin duda, esta muy proclive a este tipo de místicas y relatos.
Poco importa cuán real sea la rivalidad y si es más bien retórica, lo que nos importa es la situación que plantea y las oportunidades que genera. Y es que, como pasó en las Guerras Napoleónicas — que llevaron a nuestra independencia — en las Guerras Mundiales y en la Guerra Fría, son estos contextos de rivalidad los que vuelven más apetecibles e interesantes a regiones como América Latina para las potencias. Simplemente, porque no quieren dejarle el lugar al otro. Sin la Guerra Fría nunca hubiese existido el régimen cubano como tal. Ni la Alianza para el Progreso.
China por rol complementario necesita de la región y, sin duda, la posición norteamericana puede ser una oportunidad para desafiar su liderazgo, por lo que estará dispuesta a ceder a cambio de aceptación. Y Estados Unidos, en un clima de hostilidad y disputa, no puede dejar de ninguna manera que la influencia china crezca en su patio trasero, por lo que estará dispuesto a negociar también. Y es que en estos contextos no se respetan las zonas de influencia natural, lo que importa es demostrar al otro que, lejos de intimidarse, se va por más.
Esa es la oportunidad que prevalece por encima de todas las amenazas. La salida es aprovecharla para vender todo lo que podamos a todos los que quieran comprarnos y promover inversiones y preferencias estratégicas con aquel que esté dispuesto a darlas, respetando y potenciando el logro de nuestro interés nacional.
China vs Estados Unidos China vs Estados Unidos China vs Estados Unidos China vs Estados Unidos