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Fábrica abandonada en Piñeyro, partido de Avellaneda, Buenos Aires.

Mark Twain decía que había tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas. No quería decir, claro, que las estadísticas fueran falsas, sino que pueden manipularse para ajustarlas casi a cualquier argumento que uno quiera defender. Es lo que hace Domingo Cavallo en la entrevista con Visión Desarrollista cuando afirma que en los noventa «hubo más industrialización que en las décadas anteriores y posteriores si uno la mide con un indicador que es clave: el crecimiento de las exportaciones industriales».

El exministro de economía ya había planteado este razonamiento en otras oportunidades. Particularmente, en el artículo Las estadísticas de exportación contradicen dos premisas del relato kirchnerista, que publicó en 2015 en su blog personal. Allí compara la evolución de las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial (MOI) entre 1991 y 2001 con la misma variable entre 2003 y 2015. Cavallo concluye que el aumento de las exportaciones de MOI a precios constantes «fue muy inferior durante 12 años consecutivos de kirchnerismo que durante los 10 años de Convertibilidad»: 34% contra 175% de crecimiento, respectivamente. El dato es cierto, pero esconde una trampa estadística que exagera la diferencia.

Las exportaciones de MOI crecieron un 92,5% a precios constantes entre 2001 y 2011, cuando tocaron el máximo histórico, y cayeron un 35,5% entre 2011 y 2015. Cuando Cavallo toma el periodo comprendido entre 2003 y 2015 para hacer la comparación, está minimizando el ciclo de rápido crecimiento de las exportaciones que se produjo hasta 2011.

A pesar de la manipulación de los datos, Cavallo tiene razón cuando afirma que las exportaciones de origen industrial crecieron más en los noventa que en la década anterior y en la posterior. A precios constantes, la venta de MOI al exterior creció a una tasa del 10,7% anual, mientras que entre 2001 y 2011 lo hizo a 6,8%. Medido a precios corrientes, sin embargo, las exportaciones de origen industrial crecieron más rápido tras el fin de la convertibilidad que durante el menemismo. La diferencia en la evolución entre valores constantes y corrientes se debe al aumento de los precios internacionales de los bienes industriales exportados por Argentina.

La pregunta central, sin embargo, es otra. ¿Tiene sentido medir la industrialización solo con base en el crecimiento de las exportaciones? Un indicador relacionado más estrechamente con el proceso de industrialización es el valor agregado de la industria manufacturera por habitante, que tiene como ventaja adicional que el Banco Mundial compila una base de datos extensa y homogénea, tanto temporal como geográficamente, lo que permite la comparación entre países. El valor agregado es la producción neta de un sector después de sumar todos los productos y restar los insumos intermedios. Se calcula sin hacer deducciones por depreciación de bienes y degradación de recursos naturales. No incluye la explotación de minas y canteras, la construcción ni el suministro de electricidad, gas y agua.

El ciclo largo de desindustrialización

El valor agregado industrial per cápita a precios constantes registra un fuerte retroceso en Argentina a partir de 1977 y toca el mínimo histórico en 2002. Es un largo proceso de desindustrialización de 25 años. En los noventa, la industria tuvo un primer momento de recuperación, seguido de una profunda caída. Por eso la economía menemista fue un retroceso en materia de desarrollo que el país que todavía padece. Recién en 2011 se alcanzó un nivel de producción industrial, medido con este criterio, comparable con el de 1974, que había sido el máximo histórico. A partir de 2011 comenzó un nuevo declive industrial que continúa hasta la actualidad.

Cuando Carlos Menem asumió la presidencia, la industria estaba paralizada como consecuencia de la crisis de 1989, año en el que la hiperinflación superó el 3.000%. A partir de 1991, la industria repuntó y creció de manera continua hasta 1998, con una breve interrupción por el Efecto Tequila. Pero el modelo tenía los pies de barro. Tras la devaluación del real brasileño en 1998, y sin la posibilidad de realizar un ajuste del tipo de cambio por la rigidez de la Convertibilidad, la industria colapsó. El valor agregado industrial por habitante cayó en tres años más del 30% y alcanzó un nivel incluso inferior al registrado durante la híper.

Cavallo sostiene en la entrevista con VD que en todos los países cierran empresas por la competencia «que naturalmente se produce». Esto es cierto, pero también que pocos países sufrieron una retroceso industrial tan pronunciado. Entre 1974 y 2002, el valor agregado industrial por habitante disminuyó un 42,6% a valores constantes.

En la década de los noventa se acentuó el proceso de deslocalización industrial desde los países desarrollados hacia otros con menores costos de mano de obra. Las economías beneficiadas por la relocalización de las fábricas experimentaron un incremento espectacular en el valor industrial agregado per cápital. Vietnam, por ejemplo, multiplicó por 2,5 el valor de su producción industrial entre 1991 y 2001. Y el proceso continuó en las décadas siguientes. Entre 1991 y 2019, el país del sudeste asiático multiplicó por 9,4 veces el valor agregado industrial —aunque aún es un tercio del de Argentina—. Un caso aún más notable es el de Corea del Sur, cuyo valor agregado manufacturero era inferior al de Argentina en 1987, mientras que fue casi seis veces superior en 2019 .

La deslocalización alimenta la idea de que la desindustrialización de las economías desarrolladas es un proceso generalizado y casi inevitable. Esto no se verifica en todos los países avanzados. Mientras Reino Unido experimentó cierto estancamiento en el sector manufacturero en los noventa y un lento retroceso en las décadas siguientes, la industria creció en la zona euro entre 1991 y 2019, con un freno tras la crisis de 2009. EEUU registró entre 1997 y 2007 un proceso de expansión industrial sostenida y un estancamiento del sector tras la crisis por la quiebra de Lehman Brothers. La industria japonesa creció en los últimos 25 años, aunque con periodos de fuerte retroceso, como en la crisis de 2009.

Radiografía de la desindustrialización

El modelo de Cavallo mantuvo al sector industrial argentino en niveles muy bajos de producción, incluso durante los primeros años, cuando el sector se recuperó. Los números generales, sin embargo, no permiten ver los cambios que se produjeron dentro del entramado industrial. «Desaparecieron las empresas que no lograron transformarse, que  se habían desarrollado con base en la vieja estrategia de sustitución de importaciones y quedaron totalmente descolocadas porque no tenían niveles de productividad ni calidad de productos como para competir con el exterior», explica el exministro menemista en la entrevista con VD.

Entre las ramas industriales que ganaron en aquella década se destacan el refinamiento de petróleo, la química, el plástico, los alimentos, las bebidas y el tabaco, según el estudio de Daniel Azpiazu y Martín Schorr que analiza los censos nacionales económicos, titulado La industria argentina en las últimas décadas y publicado en 2011. Las principales perdedoras fueron la fabricación de maquinaria y equipos, la de equipos de transporte  y la industria textil, explican los economistas. Los beneficiados tuvieron un destacado perfil exportador, mientras que los perjudicados fueron víctima de lo que Rogelio Frigerio definió como «una invasión importadora que avasalla la producción nacional por competencia desleal».

El paso del tiempo permite, a veces, una relectura de los hechos, una nueva interpretación. No es el caso del menemismo. Fue una década de destrucción de la industria nacional, con la consecuente pérdida de las capacidades, la tecnología y el conocimiento acumulado durante décadas. Y provocó un aumento del desempleo y la pobreza nunca antes visto, que se tradujo en una fragmentación social persistente. Los datos no mienten, solo hay que leerlos correctamente.