El menemismo está asociado en forma casi unívoca a uno de los ministros de Economía más importantes que tuvo el país: Domingo Felipe Cavallo. Sin embargo, Cavallo estuvo al frente de la cartera de Economía solo entre 1991 y 1996. Antes de él hubo tres ministros de Economía durante el menemismo. Después de él, uno más. Cuando asumió, buena parte de la agenda del Consenso de Washington ya estaba en marcha. La política estrella de Cavallo fue la Convertibilidad, que puso fin a décadas de inflación. Su peor legado: la destrucción del entramado industrial y el aumento de la pobreza y la desocupación. Aunque Cavallo niega en la entrevista con Visión Desarrollista que el país se haya desindustrializado en los noventa. Muchos de los cambios que el cordobés pudo realizar era impensables pocos años antes en Argentina. Si pudo hacerlo fue gracias, en gran medida, al descalabro que había sufrido la economía en la década de los ochenta.
La presidencia de Raúl Alfonsín terminó en un caos económico: una recesión que no cedía y desembocó en hiperinflación. La desesperación social estuvo acompañada por disturbios y saqueos descontrolados en el conurbano bonaerense, una triste postal de desconsuelo y hambre que nuevamente se repetiría 12 años después. Pero esa es otra historia. Ante este escenario caótico, Alfonsín adelantó para mayo de 1989 las elecciones que originalmente estaba previstas para octubre.
La victoria fue del candidato del Partido Justicialista (PJ), el entonces gobernador de La Rioja. Carlos Menem obtuvo el 47,51% de los votos y superó a su rival el radical Eduardo Angeloz, que sacó el 37,10%. Las presiones a raíz de la dura crisis, tanto de líderes empresariales, como sindicales y militares, empujaron a que Alfonsín anunciara el adelanto del traspaso del mando presidencial para el 30 de junio. Como es habitual, estaba previsto que el cambio de gobierno fuera el 10 de diciembre. El anuncio soprendió a Menem, que no tomó el poder en la fecha propuesta por el radical, sino el 8 de julio.
Bunge & Born y el Plan Bonex
Al otro día de asumir, Menen nombró a su primer ministro de Economía, el ingeniero Miguel Ángel Roig. Ocupó por poco tiempo el cargo: Roig falleció cinco días después de jurar como ministro. Fue reemplazado por el empresario Néstor Rapanelli, que pertenecía al grupo económico agroindustrial Bunge & Born, al igual que su predecesor.
El plan económico de Rapanelli fue bautizado BB, por las siglas de Bunge & Born. Consistió en la devaluación del Austral, el control de precios, el aumento de tarifas públicas y combustibles, el cierre de importaciones y la negociación de acuerdos comerciales con grandes empresas. La situación no mejoró para nada. Al contrario, la devaluación de diciembre de 1989 generó una segunda hiperinflación.
Tras el fracaso del plan BB, Rapanelli presentó su renuncia. Lo reemplazó Antonio Erman González, que implementó el Plan Bonex. La medida principal fue la incautación compulsiva por el Estado de los depósitos a plazo fijo de los ahorristas, que fueron reemplazados por un bono público a 10 años. Fue una verdadera confiscación de los ahorros de la ciudadanía. Con esta política, el Gobierno logró contener inicialmente la inflación. Pero Erman González iba a durar poco al frente de la cartera. En diciembre de 1990 se desató el swiftgate, el primero de los muchos escándalos de corrupción del menemismo. Como consecuencia de la crisis política que desató, Erman González fue removido del cargo y designado ministro de Defensa. El 1 de marzo de 1991 se hizo cargo de la silla caliente del ministerio de Economía Domingo Felipe Calvallo.
La convertibilidad y las privatizaciones
El nuevo ministro de economía, oriundo de Córdoba, tenía un gran reconocimiento académico nacional e internacional y una vasta trayectoria en la función pública. Había sido subsecretario de Desarrollo de la provincia de Córdoba, subsecretario en Ministerio del Interior de la Nación y presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA) durante la última dictadura militar. En las elecciones legislativas de 1987 fue electo diputado nacional por su provincia natal. Con la llegada de Menem al poder, Cavallo asumió como ministro de Relaciones Exteriores, cargo que ocupó hasta 1991, cuando desembarcó en la cartera de Economía.
Una de los primeros desafíos de Cavallo como ministro de Economía fue la reestructuración de la deuda pública, en el marco del Plan Brady. Pero la política por la que el nuevo ministro pasó a la historia fue la Ley de Convertibilidad, que anunció el 20 de marzo de 1991, menos de tres semanas después de asumir. La norma definió un nuevo sistema monetario, que creó el Peso argentino y fijó su valor con respecto a la cotización del dólar estadounidense. Nació así el uno a uno. El sistema monetario obligaba al Banco Central a mantener la relación entre las reservas y la base monetaria.
La convertibilidad fue una medida desesperada y trajo serios problemas a futuro, pero logró doblegar la inflación en muy poco tiempo. La importancia de este logro es más evidente cuando se compara con los números catastróficos de los años anteriores: la inflación fue en 1989 de 3.079% y en 1990 de 2.314%. La convertibilidad que entró en vigor en abril de 1991 y tuvo una inflación del 1,2% al final del segundo mandato de Menem, en 1999. De hecho, en 1995, Argentina fue el país con menos inflación en el mundo.
Menem no fue el primero que se propuso la venta de las empresas del Estado. Alfonsín lo había intentado antes a través de dos de sus ministros: Juan Sourrouille, de Economía, y Rodolfo Terragno, de Obras y Servicios Públicos. Los ministros radicales fracasaron en el intento porque no consiguieron los apoyos suficientes para impulsar una política tan dramática como resistida.
Las privatizaciones llegaron, finalmente, de la mano de un gobierno peronista. Menem tuvo éxito porque contó con la colaboración de los líderes sindicales. En sus dos mandatos privatizó más de 60 empresas, algunas a través de concesiones dudosas que se vieron salpicadas por casos de corrupción. Dejaron de pertenecer al Estado: YPF, Aerolíneas Argentinas, Gas del Estado, la telefónica Entel, la eléctrica Segba, el Correo, los ferrocarriles, Obras Sanitarias, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, la siderúrgica estatal Somisa. Muchas de estas empresas fueron creadas en el mandato presidencial de Arturo Frondizi.
A fines de los ochenta y comienzos de los noventa se privatizaron los servicios públicos en la mayoría de los países de la región, en línea con las políticas promovidas por los organismos internacionales de crédito como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Estabilidad y pobreza
La estabilidad y el ingreso de capitales por las privatizaciones provocaron un fuerte crecimiento económico, superior al 10% en 1991 y 1992, de más del 5% entre 1993 y 1994. Los buenos resultados permitieron que Menem fuera reelecto con holgura en las presidenciales de 1995.
La contracara del modelo fue la fragmentación social. Mientras amplios sectores de la clase media viajaban al exterior e incorporaban hábitos de consumo que fueron caricaturizados con la frase «deme dos», que marcó la época, millones de argentinos se hundieron en el desempleo y la pobreza. La tasa de desocupación era del 7,7% cuando asumió Menem; al final de su segunda presidencia se había duplicado hasta el 14,3%. La pobreza alcanzó en 1999 el 26,7%.
En 1992, Rogelio Frigerio ya advertía el desastre hacia el que se encaminaba el país por el modelo impulsado por Cavallo. El Tapir aseguraba que Argentina iba a convertirse en «una sociedad dual donde una porción pequeña funciona conectada con el exterior y una mayoría de personas y actividades está crecientemente condenada a la marginación». Tal como finalmente ocurrió.
La paridad del uno a uno generó problemas profundos para la industria nacional. La falta de competitividad de algunas empresas, sumada a las condiciones adversas que generó el modelo de Cavallo derivó en la desaparición de gran parte de la industria liviana que había nacido con Perón y de los sectores más avanzados que habían tenido su apogeo a partir de las políticas de Frondizi.
La política económica menemista, en especial a partir del Plan de Convertibilidad, fue una ficción que obtuvo logros de corto plazo y provocó graves consecuencias en la estructura económica argentina. Un retroceso que todavía pesa en el desarrollo del país.