*) Por Mario Morando.

Rogelio Julio Frigerio quedó registrado en la historia argentina como el ideólogo de Arturo Frondizi. Su simbiosis generó las sorprendentes acciones de gobierno 1958/62, caracterizadas por el refinamiento intelectual y el coraje operativo. Y ambos son asociados con el materialismo dialéctivo que cultivaron, considerando que las fuerzas productivas son el sostén y génesis del país. Encarrilado lo económico, todo lo demás se dará añadidura. Venimos a erradicar esa érronea visión sobre ellos.

La propuesta desarrollista se basaba en el ensamble de cuatro dimensiones: a) la integración geo-económica nacional, condición previa de la integración latinoamericana; b) la asimilación al presente de todos los elementos de la tradición y la cultura, fluyentes de la historia nacional; c) la reincorporación del peronismo a la vida política. Más tarde, Frondizi agregaría, en su discurso pre-electoral de enero de 1958, la integración económica del campo, la minería y la industria.

El integracionismo era el enfoque germinal sobre el que se asentaría el desarrollismo. Mientras el primero era el fin, el segundo era el medio. En la base estaba la concepción de la integración de la cultura nacional, indivisible de la integración geográfica, económica y social.

Nos señaló Eduardo Calamaro: “Frigerio tenía obsesión por la cultura nacional. Me pidió hacia 1964 que escribiera un libro al respecto. Quedé 20 años enredado en dicha obra.”

Hacia fines de la década del 1970, Frigerio hacía llegar semanalmente sus observaciones sobre el suplemento de Cultura y Nación del diario Clarín, que dirigía. Reclamaba que los periodistas fueran a fondo en la descripción de los fenómenos artísticos o en la valoración de las obras o personalidades que entrevistaban. Que debían reflejarse tanto los debates fundamentales que conciernen al género humano como lo intransferible de nuestra producción cultural.

Era natural que para alguien cuya piedra de toque del problema argentino era el concepto de Nación, y cuyo enfoque de los asuntos era siempre sistemático e integral, que la cultura nacional formara parte de sus preocupaciones más profundas. Esta idea que expresó en reiteradas oportunidades, la expuso sistemáticamente en “La cultura nacional”, un ciclo de conferencias de 1965, luego ampliada en septiembre de 1967.

Para ser Nación hay que querer ser Nación –afirmó en dicha oportunidad. Todos los pueblos forjan su cultura en esta época dentro de las grandes pautas de la civilización universal, desenvolviéndola en el marco de su propio paisaje, estilo de vida, formas artísticas e ideas que constituyen el acervo vernáculo. El subdesarrollo económico y la gravitación de intereses materiales exógenos suelen soterrar temporariamente aquellas fuerzas espirituales de cohesión autónoma. Pero el alma de una nación, arraigada en su historia, tiende a prevalecer” (op.cit. p.1)

El desarrollo económico daría la fuerza necesaria para imponer una personalidad nacional y apuntalar el genio nacional. En caso contrario, Argentina quedaría atrasada respecto de otras naciones, sería sometida económicamente por ellas, que impondrían su propia cultura.

Sin Nación, sin la preservación de la particularidad y de la cultura nacional en la cual el hombre puede reconocerse a sí mismo, no hay realización humana plena. En una factoría puede haber una pequeña minoría de apátridas prósperos junto a la masa de explotados, pero ni estos ni aquellos podrán realizarse cabalmente en esas condiciones” (1983, Economía política y política económica nacional)

“Pensemos en estas cifras elocuentes: en nuestro país, el 85% del salario es de dedicado a la alimentación y al abrigo; en los Estados Unidos, esta parte del salario es del 18%” (versión de 1965, p.20)

Sin estos elementos que configuran nuestra personalidad nacional, sin su preservación y constante desenvolvimiento, nuestro país no sería una nación. Podríamos alcanzar quizá altos niveles de progreso material, pero nos faltaría este factor aglutinante, el espíritu nacional que une a los argentinos en una comunidad diferenciada y vigorosa.” (op.cit. p.19)

La cultura no era para Frigerio un ornamento. Era la materia constitutiva esencial del ser nacional. De nuestra identidad. Toda su preocupación por el desarrollo de la base material, apuntaba enteramente a permitir el desarrollo cultural de las personas en comunidad.

No por casualidad durante el gobierno desarrollista Bernardo Houssay presidió el Conicet, Victorio Ocampo fue titular del Fondo Nacional de las Artes y Jorge Luis Borges director de la Biblioteca Nacional[1].

En 1954 publicó Pequeña Antología de Poemas, donde reunió en 150 páginas una selección de poetas argentinos, latinoamericanos y europeos. Había costeado la edición de su bolsillo, para distribuirlo entre sus amigos. En 1973, en medio de las vicisitudes políticas que vivía el país, Frigerio se procuró tiempo para recoger letras de sus canciones favoritas y publicarlas en el libro Argentina, Canciones Tradicionales y Contemporáneas. En un volumen de 600 páginas incluyó más de 400 tangos, milongas, folclore, valsecitos, marchas militares y motivos infantiles. En la dedicatoria del ejemplar que le obsequió a su hija Alicia se advierte el profundo respeto de Frigerio por la difusión del arte, por el resguardo de la cultura nacional y sus tradiciones: “Aquí están las canciones que oyeron o cantaron nuestros padres y nuestros abuelos, y que muchas de ellas cantarán también tus hijos, sus hijos y sus nietos. Y así sucesivamente. Esa es la tradición y ocurre de una manera espontánea”.

En el final del prólogo de esa voluminosa edición de canciones, afirmó:

“Lo cierto es que solamente las mayorías populares poseen los anticuerpos que les aseguran la indemnidad contra la penetración cultural foránea. Nuestras clases dirigentes fueron a su tiempo europeístas y luego pro-norteamericanas. El pueblo argentino, en cambio, conserva, a pesar del subdesarrollo económico, toda su vigorosa personalidad cultural, una de las más diferenciadas de la América hispana”.

La honda pasión que sentía por el arte nacional, en un doble enfoque estético y político, queda resumida en el gozo que se advierte en esta frase: “Sabe Dios con qué enorme regocijo íntimo he realizado este modesto esfuerzo”.

Que el interés por la cultura nacional ocupara un lugar importante en su cabeza, no debe hacernos creer que Frigerio limitaba sus conocimientos a la literatura exclusivamente argentina. Su biblioteca personal era elocuente por su enorme interés en la literatura universal, que incluía las obras completas de Balzac, la de muchos otros clásicos, y en donde la poesía ocupó siempre un lugar tan importante.

Bernardo Ezequiel Koremblit relató que al enterarse Frigerio que César Tiempo, en su vejez, estaba sufriendo penurias económicas, le hizo llegar dinero a través suyo, con la condición de que Tiempo no supiera el origen de los fondos, como una muestra de su eterna gratitud a su maestro literario.

Entre sus amigos dilectos estaban el compositor de tango Atilio Stampone y el artista plástico Juan Carlos Castagnino, a quien acompañaba en Mar del Plata mientras pintaba.

Frigerio propiciaba una doctrina de integración nacional en todos sus aspectos: económicos, regionales, partidarios. Pero como su noción de nación era básicamente cultural, el desarrollo en eses aspecto era el gran objetivo que estaba por detrás del desarrollo económico. Es una pérdida incomprensible, que de todas las ideas defendidas por Frigerio solo haya subsistido el desarrollismo, es decir una cierta estrategia económica referida a los problemas circunstanciales de su época. En cambio el integracionismo, con su afán de unión de los argentinos y tendiente al desarrollo del espíritu nacional, quedó en el olvido. Seguramente lo más importante de su mensaje. Porque mientras las estrategias económicas para lograr el desarrollo claramente cambiaron, los problemas que pretendía solucionar el integracionismo siguen agravados.

Frigerio sigue esperando ser desempolvado para terminar con las improductivas oscilaciones entre gobiernos cínicamente populistas, que sobornan a los pobres con migajas a cambio de hipotecar el futuro de sus hijos, o salvajemente liberales, que se desentienden del rol inteligente que debe cumplir el Estado limitándose a la facilitación de negocios y sin siquiera tomarse el trabajo de sobornar a los pobres: simplemente ignorándolos. Mientras unos impulsan una cultura populachera, los otros prefieren lo foráneo. Ninguno nos hace más Nación.

El desarrollo sigue esperando a los argentinos. En el integracionismo de Frigerio-Frondizi está la clave.

Esta voluntad de soberanía y desarrollo es una magnitud espiritual, es una actitud deliberada y consciente y nunca será el resultado mecánico del progreso material. Para ser Nación hay que querer ser Nación.”

Rogelio Frigerio, La Cultura Nacional.


[1] Cabe destacar aquí una anécdota que revela el ecumenismo integracionista. Relató Frondizi a Berta Dolinsky (1994, el presidente Frondizi que yo conozco, p. 59) que cuando Borges le avisó, durante su gobierno, que iba a cerrar la Biblioteca Nacional porque los libros desbordaban los anaqueles, Frondizi instruyó a su ministro de educación para instalar el nuevo edificio en Libertador y Austria, pues allí había vivido y muerto Eva Perón. De ese modo lograba que los intelectuales antiperonistas que quisieran consultar libros no tuvieran más alternativa que concurrir a hacerlo donde ella murió; y que los peronistas que habían gritado “¡alpargatas sí, libros no!”, tuvieran que leer, si querían concurrir a dicho lugar en peregrinación. Así Frondizi era capaz de integrar a Borges con Eva Perón.

Fuente: Revista «Todo es Historia» Octubre 2014